Guerras perdidas
Maritza Duarte



 Entre él y yo las cosas siempre fueron así.

 Si pudiera encontrar una palabra que definiera la manera en que él y yo nos relacionamos durante los cuatro años que sobrevivimos al mal-trato entre nuestras personas, ésta podría ser “asincronía”.
 
 Desde que nos conocimos todo iba para ningún lado. Ambos emparejados y viviendo el momento más “feliz” de nuestras vidas, pero nos topamos y la duda se sembró. Acepto que ocasionalmente me descubrí cínica fantaseando con él en la ducha, alrededor de una taza de café amargo, escuchando jazz… qué sé yo: soñar de ojos abiertos a nadie incomoda.
 
 Por su parte, durante una madrugada de copas me confesó que igual le pasaba a él, que con más de dos cosas durante el día guardaba un instante para pensar en mí. Sin embargo, la vida nunca encontró el momento para nosotros y a fuerza de costumbre uno aprende a aceptar las cosas como vienen y sin chistar.
 
 La pasión igual que el fuego consume y arrasa. No obstante, ésta nunca nos faltó: era habitual el temblor en la voz, el hervir de los cuerpos y el deseo derramándose en las sábanas, pero no coincidimos en tiempo y en forma… a veces yo atada de alas y pies, otras muchas él desperdigándose en amoríos con ellas y al final sin más nos atoramos en un “tal vez después”.
 
 … pero como se puede adivinar ese “después” nunca llegó a tiempo -o será que yo no lo vi llegar- y con el paso de las noches y los amantes fallidos, los huecos se fueron llenando y el ardor que reservé para él, un día acabó por extinguirse… porque como dice mi abuela: ni los buenos amores duran para siempre enardecidos y consumiendo sus brasas.
 
 …sí, una madrugada acabamos por malgastarnos, nos impregnamos en aromas de miel y café que nunca más saboreamos en la misma mezcla… después.
 
 Ahora, olvidadas las “arritmias” venimos a parar aquí y nos encontramos de nuevo ciegos y chocando de frente, otra vez emparejados y ninguno de los dos dispuesto a volver los pasos por nadie: nada por demostrar, lo que hubo –si es que lo hubo- no se olvida, pero ya es un camino errado.
 
 Creo que somos una lluvia que nunca precipitó, la nube que sigue ahí… abandonada en algún lugar, remojando otras tierras en donde ninguno de los dos está. Somos el juego prohibido debajo de la cama… que nunca se ha de volver a enredar.



Maritza Duarte.
Aguascalientes, México.