La ciudad, sus murallas
Irina Mindlis



El hedor, calor y sopor del subte. Los puestos de choripan en la costanera. Los vendedores ambulantes. Los vendedores de tela del Once. Las señoras de Almagro. Los 0800. El transporte público. Los vendedores de celulares. Los gimnasios. Los estudiantes secundarios. La cola en las paradas de colectivo. Los vendedores de boletos de tren. La música fuerte en los negocios de ropa. La cumbia de fondo en cada esquina. Las manifestaciones artísticas en las calles. Las murgas. El rey momo y las bombitas del carnaval. El smog que te cierra la garganta. Los aviones pasando sobre tu cabeza recordándote que estás encerrado aca. Los cibercafés. Los empleados de bancos. Los burócratas del ANSES. Las empleadas públicas. Las maestras de escuela en sus guardapolvos blancos. Las señoras de 50 teñidas de rojo con pantalones de cuero tratando de tomar la juventud por asalto. Los señores de traje y corbata. Las parejas en los bares.


La clase media tomando sol en las plazas. Los oportunistas de cada crisis. Los mozos sacando a los nenes que piden monedas de los pelos. Las ferias de ropa usada. La constante oferta sobrepasando los límites de cualquier demanda. Los militantes de izquierda. Los partidos de derecha. Los sindicalistas. Las corporaciones. Los edificios inteligentes. La marginalidad de San Telmo. La imposible provincia de Buenos Aires. Los asesinos. Los violadores. Los vecinos. Los intendentes municipales. Los municipios. Los carteles luminosos. Los resabios de los ochentas. Las librerías de la calle Corrientes. Los viejos con panza de cerveza y la camisa desabrochada. El olor de los consultorios de dentista. La vuelta a casa del trabajo. El Lunes a primera hora. Los programas de concursos. El constante flujo de información inútil. La ciudad. Sus murallas infranqueables. El encierro entre sus infinitas paredes invisibles. La prisión tácita. No hay escape para nosotros. No hay salvación.



Irina Mindlis.
Desde Londres, Inglaterra.