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Una mañana salí de mi tumba y grité: “No escribiré otra línea jamás”,
y las palabras saltaron de sus asientos a protestar por lo que ellas creían
injusto. Viendo que no obtenían respuesta, se juntaron en secreto durante
largas horas resolviendo por fin declararme la guerra. Como primera medida,
se tomaron mi casa, echaron llave a mi pieza y a mis muebles, se apoderaron
de mis juguetes, mis libros, mis papeles, rayaron las murallas acusándome
de cobarde y firmaron una larga lista para expulsarme del gremio. Viendo
que tampoco obtenían respuesta, acordaron una huelga de hambre y de sed,
y me advirtieron que sería hasta las últimas consecuencias, no sin antes,
por supuesto, pedirme algunas frazadas para cubrirse del frío y del viento,
y el antiguo tocadiscos de mi padre para escuchar sus temas preferidos.
Yo, mientras tanto, me divertía a más no poder con las travesuras de la
Pantera Rosa, y bebía cerveza y fumaba a destajo, recostado sobre el sofá
más cómodo del planeta. Pero de vez en cuando echaba un vistazo a mis queridas
compañeras de ruta, y las oía hablar en voz baja, las oía llorar y reír
entre ellas, recordar lejanos lugares, lejanos objetos, recordar algunos
rostros, una mujer, un beso, una mirada, una sonrisa que se apagó para
siempre. Entonces yo también lloré y reí y volví a llorar, y quise amigarme
con ellas llevándoles algunas disculpas y uno que otro refrigerio. Grave
error, las malditas me dijeron de todo. Probé suerte de nuevo unos días
más tarde, les hablé sobre mi vida, sobre mis dudas, mis temores, sobre
la fija idea de dedicarme a otra cosa, en fin, de arrojar la toalla. Entonces
las palabras más viejas, las más usadas, las más escritas, aquéllas que
abrazaron mi causa a ojos cerrados, se sentaron en mis rodillas y en voz
alta, casi entre lágrimas, comenzaron a decir mis poemas a los cuatro vientos.
Y allí me quedé en silencio escuchando aquel murmullo, aquel sonido de
hojas que jamás tocó la tierra. Allí me quedé en silencio, y me vi por
primera vez, en esos versos desnudos, en esos versos hambrientos, en los
publicados, los inéditos, los incompletos, los que ya no recordaba o no
quería recordar. Allí me vi por primera vez, cuando ellos me miraron a
los ojos y me mostraron sus alas para volar por el mundo.
Mario Meléndez
Linares, Chile. 1971.
Estudió Periodismo y Comunicación Social. Entre sus libros figuran: “Autocultura
y juicio” (con prólogo del Premio Nacional de Literatura, Roque Esteban
Scarpa), “Apuntes para una leyenda” y “Vuelo subterráneo”. En 1993 obtiene
el Premio Municipal de Literatura en el Bicentenario de Linares. Sus poemas
aparecen en diversas revistas de literatura hispanoamericana y en antologías
nacionales y extranjeras. Ha sido invitado a numerosos encuentros literarios
entre los que destacan el Primer Encuentro Internacional de Amnistía y
Solidaridad con el Pueblo, Roma, Italia, 2003, donde es nombrado miembro
de honor de la Academia de la Cultura Europea. A comienzos del 2005, es
publicado en las prestigiosas revistas “Other Voices Poetry” y “Literati
Magazine”. Durante el mismo año obtiene el premio "Harvest International"
al mejor poema en español otorgado por la University of California Polytechnic,
en Estados Unidos. Parte de su obra se encuentra traducida al italiano,
inglés, francés, portugués, holandés, alemán, rumano, persa y catalán.
Actualmente trabaja en el proyecto “Fiestas del Libro Itinerante”.
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Nov
2007 |