Siempre quise enamorarme de un hombre que no tuviera ombligo. Y lo
encontré luego de haberlo buscado, sin admitirlo, durante un largo tiempo.
Muchas veces frustré relaciones amorosas contundentes que tenían ombligos
arrasadores.
Uno de esos amores abandonados descubrió mi debilidad y quiso desacreditarme.
Para eso me comparó con “las mujeres que no saben volar” . Minimizó mi
deseo con argumentos falaces: sólo los poetas le ponen nombre a deseos
celestiales. Razón siguiente, me acusó de ser subterránea y mezquina por
ambicionar a un hombre sin historia.
Mi hombre desombligado tiene historia. Todos tenemos una o la inventamos.
No sé si la suya es verdadera pero a mí me alcanza recorrer su cuerpo y
besar la lisura de su abdomen. Sin centro ni márgenes. Es un cuerpo sin
dobleces. Puedo empezar a amarlo desde cualquier sitio porque está inevitablemente
desnortado. Sin recuerdos y con la creencia de que solo nace cada vez que
nos amamos.
Marta Urtasun
Buenos Aires, Argentina.
Profesora en Letras. Docente universitaria en las Universidades Nacionales de Lomas de Zamora y La Pampa, Argentina. Ha publicado ensayos sobre crítica literaria y es coautora del libro La crónica periodística (2004)
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