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"Qué miedo de morirse de repente
sin palabras hermosas que nos salven.
Yo de verás me he muerto muchas veces
con cada amigo que se marcha.
Me muero a todas horas lentamente
en cada ser querido que me deja.
Qué miedo de morirse sin saberse
con toda la soledad acumulada
en el cuenco del ojo, tras la frente,
en cada imagen que por dentro estalla.
Da miedo esta manera de perderse
sin huellas de eternidad, sin decir nada.
Morirse así, sin más, tan mansamente".
Mónica Suárez. |
-¡Hola, vieja linda! ¡Pero qué hermosa te ves ahí sentada! Le digo
a Leticia que debería parecerse a vos, ¿sabés?, la muy floja se queda en
la cama hasta tarde. En cambio vos…tempranito ya estás levantada y arregladita
como para fiesta. Te digo que es dura la vida para mí, ¿viste? Luego, la
saco a pasear y se cansa en seguida. En cambio vos…qué bien que bailabas
el tango sin decir basta. ¿Te acordás, vieja? ¿Y te acordás de Leticia?
A ver, dame la manita, estirála, no la tengás engarrotada…Así, así,
mirá que a ésta no le agarro la mano porque tiene marido en México, pero
vos y yo somos libres. Te traje un sandwichito de miga, ¿lo probás? (Esther
aviva la mirada) Bueno, tomá un poquito sin que nos miren las chicas. También
te traje un alfajor de chocolate para la tarde. Pero tenés que comer lo
que te dan aquí (Manuel baja la voz), ya sé que es horrible la comida,
pero es por falta de sal. Cométe todo para aliviarte, vieja, y así estarás
sanita cuando venga tu sobrina, porque te piensa llevar a México. ¡Contále,
Leticia!, que su sobrina está juntando la plata para el pasaje, y enséñale
las fotos que le envía. Mirá, vieja, qué guapa está Marianita, y fijáte
los ojazos de mexicana que sacó, pero conserva lo argentino del padre,
¿no es cierto? Leéle, Leticia, la nota que le manda Marianita.
(Leticia, espantada por el estado en el que encuentra a Esther, intenta
leer conteniendo las lágrimas)
"Querida tía: quisiera estar muy cerca de ti para abrazarte y decirte todo lo que te quiero y te extraño. Espero que te encuentres mejor y que te recuperes para que pueda traerte conmigo a México. Acá todos te recuerdan y te mandan saludos. Yo te mando un fuerte abrazo y un beso con todo mi amor".
Mariana.
Manuel continúa…
-¿Querés ir a México? (Esther intenta hablar pero no puede, sólo
abre más los ojos) Ya sé que querés, traidora, ya sé que cuando vengan
por vos me vas a abandonar, pero no importa, te perdono como siempre.
Vieja, linda, ¿te levanto un poquito? Andá, sólo unos pasitos, mirá
que yo no te suelto nunca, tomate de mi cuello y yo hago lo demás (Esther
camina dos pasos y se desvanece). Ya está, ¿viste que no pasa nada? Así
tenés que practicar con las chicas, y cuando yo venga nos vamos a Palermo.
Ahora subí el pié, ¡no, no!, más alto, como cuando bailabas el Can-Can.
¿Sabés, Leticia, que Esther subía la pata hasta tocarse la cabeza? (ahora
la que sonríe es Leticia. Manuel logra interrumpir sus pensamientos) Sí,
creélo mujer, y enseñaba la bombacha a todo mundo. ¡Con esas piernas!,
¿te imaginás? Ahora está sosegada, pero en cuanto salga de aquí volverá
a las andadas. Así que en México la tenés que vigilar mucho.
Parece increíble que esté acá Leticia, ¿verdad, vieja? Nos abandonó
por más de 20 años. La llevaré a Puerto Madero por la tarde, no se imagina
lo hermoso que está. Le conté que en diciembre te llevamos a la casa para
pasar las fiestas y que fuimos al puerto, también le conté que tomaste
una copita del tequila que trajo Marianita. ¡La tengo al tanto de todo!
¿Qué decis, vieja? A ver, despacio, repetílo (Esther articula y dice:
noticias). ¿Qué noticias, vieja?, ¿me tenés buenas noticias? (Esther afirma
con un ligero movimiento de cabeza). ¿De qué se trata? (Esther con torpeza
intenta decir quinesiólogo, no lo logra pero Manuel adivina) ¿Qué pasa
con el quinesiólogo? De seguro es joven y guapo (Esther sonríe). Tené cuidado,
Esther, acordáte que los hombres sonsacan. Ya voy a venir yo a la hora
de la terapia, así me fijo en las intenciones que tiene con vos (Esther
vuelve a sonreír y mueve la cabeza) Manuel prosigue. Decíme ¿qué sucede
con el quinesiólogo, Esther?
(Se acerca María Luisa, la encargada del gediátrico, y explica que
Esther coopera mucho durante la terapia y que el quinesiólogo le ha dicho
que puede recuperar el habla y algunos movimientos. Manuel se alegra sin
creerlo del todo)
Así que esa es la noticia, ¡qué bien, Esther!, pero insisto en que
te cuidés de él porque no estamos para decepciones…
Escuchá, Leticia, lo que dice María Luisa, así se lo contás a Marianita
cuando volvás a México. Ah, y también tomá nota de lo bien que se porta
Esther, pero ¡omití lo del quinesiólogo enamoradizo! (Esther ríe con más
fuerza, igual que las mujeres que la rodean en la sala, y que siempre están
atentas a las visitas de Manuel).
Vieja, vieja linda. Nos vamos. Estaremos de vuelta el viernes. Le
voy a pedir a María Luisa que te hagan la peluquería y te pongan un rubiecito
claro. ¿Querés?, así cuando venga tu hijo te encuentra más linda. Y, ¿qué
tal si trae al nietito?...Pero, ¡por favor!...No lo dije para que llorés.
Si ellos te quieren tanto, lo que pasa es que están ocupados, ¿qué sé yo?
A ti no te falta cariño, vieja. Mirá lo que ha viajado Leticia para estar
con vos. Y yo, ¿dónde quedo?, me tenés sin condición; Marianita trabajando
para juntar lo del pasaje y vos tan triste…Eso es, así, sin lágrimas que
volvemos pronto. ¿Le digo a María Luisa que te acerque el alfajor por la
tarde? (con un movimiento rápido de cabeza Esther sorprende a Manuel) ¡Listo!
Como pibe te portás, golosa. Te quiero mucho, vieja.
(Leticia, en cuclillas, intenta levantarse para besar a Esther, pero
la rodilla no le responde y Manuel la jala del brazo)
¿Viste, vieja, lo que me mandan de México? Te digo que la vida es
dura para mí, y no te conté que cuando come carne le truena la mandíbula…¡Dios
santo! Ésta sí que está descompuesta. Apuráte con el quinesiólogo, Esther,
que te extraño.
(En la sala, una risa generalizada sirve de telón para cerrar el
episodio. Afuera, una hermosa calle cubierta de hojas secas enmarca el
abrazo con el que Manuel intenta calmar el llanto de Leticia.)
No te anticipé nada, querida, perdón. Además, no hay remedio, y eso
se lo tenés que decir a Marianita en cuanto llegués a México. Vos sabrás
de qué manera. Decíle también que no voy a abandonar a su tía porque le
tengo un gran cariño. Es lo único que precisan los viejos de nosotros,
¿viste? Lo demás no tiene importancia. Te lo decía anoche cuando charlábamos
de los problemas que creemos terribles. La vida se acaba más pronto de
lo que imaginás. Por eso, Leticia, celebro que estés acá, disfrutando tu
viaje, pensando en vos, dejando atrás el pasado y viviendo el presente,
brindando por la vida que es lo único que realmente tenemos y a lo que
no debemos renunciar. Llorá todo, Leticia, pero al subir al remís te limpiás
la cara y a reír de nuevo. ¿Estámos?
Patricia Romana Bárcena Molina
Subdirectora de al margen . net
Estado de México.
Maestra en educación especial.
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Nov
2007 |