#45     


La ciudad de noche

Alfredo Carrera López


A Claudia Alonso



 Es difícil de explicar, pero a Fabiola le pasaba cada día último de mes. Sin razón alguna caía dormida al mediodía y despertaba doce horas después, a media noche. La primera vez que pasó no le causó mayor problema, tenía un año y era natural aquella reacción, casi alérgica, al día último; pero cuando cayó dormida en la primera escuela, la situación empezaba a preocupar a padres y maestras. Cómo podía caer dormida súbitamente una niña tan activa, tan de repente y sin explicación alguna.

 Al entender que sólo sucedía ciertos días, empezaron a tomar precauciones sus padres y ella misma. Salía temprano de la escuela a citas falsas, al dentista o a cualquier cosa; la recogían donde estuviera una hora antes y al salir del transe se desvelaban con ella irremediablemente. No hallaban una solución lógica y empezaron a creer que era una especie de bella durmiente momentánea.

 Los primeros años no parecía haber repercusiones por esas doce horas de sueño continuo o las noches que pasaba despierta. Era un situación difícil, buscaron soluciones para hacerla dormir de nuevo y nada resultó. Terminaron por comprar videojuegos o cualquier distracción, para esas angustiantes sietes horas en las que no se puede hacer mucho, menos en la niñez y adolescencia.

 Sus ojos y ella misma, después de tres lustros, empezaban a mostrar desgaste por esos trances y la vida noctámbula. Desde los trece años Fabiola usaba lentes y sus horarios empezaban a cambiar: se dormía regularmente a las ocho o nueve de la noche y despertaba de madrugada. Como es natural, se envejecía más rápido, a los trece parecía de quince, a los quince de veinte y así. No era una vida sencilla y menos cuando al pasar de los años caía dormida más temprano. Cada año se acercaba más al horario de los días últimos.

 Sus padres le pidieron que no estudiara medicina, sino una carrera más ad hoc a su vida; que buscará una profesión más nocturna, quizá diseñador gráfico o de modas o cualquier otra que se ajustara. Fue imposible mantener un noviazgo, empezó a ir a fiestas después de los dieciocho cuando podía llegar a media noche (cenicienta al revés). "La vida es complicada cuando se tiene un horario tan disímil", era lo único que podían decir sus padres.

 Ella nunca se quejó de su alergia a ciertos días y, por el contrario, disfrutaba mucho sus sueños desde temprana hora para amanecer en la madrugada, además con ganas de hacer lo que se pudiera. Empezó a leer por curiosidad algunos libros y meses después tenía un horario tan estricto que nadie lo creía: una hora de lectura, una hora de noticiario, una hora para desayunar y cocinar, media para bañarse y vestirse, media para disfrutar música. Inicio una vida tan organizada que parecía una bendición su desorden diurno.

 Se decidió por estudiar arquitectura, le gustaba apreciar los edificios en la noche (recorridos de los que nunca se enteraron sus padres), pensando en cómo deberían de ser para que fueran más bellos a esas horas. Las maquetas que hizo mientras estudiaba siempre estaban invadidas por curvas y colores que pudieran aprovechar la luz de la luna. Cuando terminó la carrera, su hora para dormir se acercaba muchísimo a mediodía, una señal que despertaba en los padres gran preocupación: ¿será un ciclo que al invadir todos los días se terminaría o empezaría uno peor del que jamás pudiera despertar?

 Al poco tiempo de titularse con honores y recibir todas la felicitaciones para esa ocasión, se dedicó a perfeccionar la idea junto a varios maestros que la asesoraban: la ciudad viva en la noche. Sin embargo, al finalizar su proyecto, con miras a presentarlo al ayuntamiento de la ciudad, cayó en un sueño profundo del que no despertó al día siguiente. Después de tres días la conectaron a suero, le dieron atención de una enferma y estuvieron viviendo a la expectativa. Era un caso único del que nadie se podía enterar, no se consultaron ni a médicos, ni a especialistas del sueño, ni a nadie. Se le mintió a la enfermera que iba a revisarla a diario y solamente les quedaba esperar que algo pasara.

 El tiempo que consumía Fabiola en la cama, era proporcional al daño que se producía en sus padres, además la espera de algo, de alguna reacción por mínima que fuera. No tenían la eternidad, ni cien años, ni mucho menos un príncipe azul de acuerdo a la situación. Las soluciones eran por demás trágicas: enterrarla dormida, ahogarla con una almohada, retirarle el suero (a la espera de que realmente sucediera algo) o simplemente esperar. No había cambios en la durmiente, no hubo nadie que preguntara por ella excepto algunos maestros y sus abuelos, que no sabían si realmente querían saber. Era tan complicado que, cuando por fin decidieron solicitar la visita de un familiar médico, su diagnóstico fue pobre: "despertará, está muy sana, a lo mejor es algún somnífero...", ¿cómo explicar tres años de sueño?

 A pesar del sueño, sus asesores, al no saber nada de ella, entregaron el proyecto para la ciudad nocturna: todos los planos, las propuestas, los textos... todo lo que tenían. Al cabo de un tiempo recibieron respuesta satisfactoria, las remodelaciones y algunas construcciones se llevarían a cabo. Cuando ella cumplía cerca de seis años dormida se habían terminados los trabajos; unos meses después se presentaría el proyecto a la población junto con una pequeña placa donde daba cuenta de la Arquitecta y otros créditos.

 Hubo mucha insistencia por parte del ayuntamiento local para que la propia Fabiola asistiera al evento de inauguración y, sobre todo, para que se pudiera corregir cualquier error o imprecisión. Los padres orgullosos, aunque desolados, no tenían más que continuar diciendo que era imposible la presencia de su hija. Cuando faltaba poco, la madre le explicaba a la dormida lo que había pasado, el proceso que hubo, el buen recibimiento de su proyecto y terminar su largo discurso para decir "está listo, hoy se presentará las remodelaciones"; Fabiola despertó a las doce del día, ni un segundo menos, ni un segundo después. No hubo ninguna explicación para que de pronto despertará. Las remodelaciones no tenían ya sentido alguno para ella: todos los días últimos de mes caía dormida a media noche.



Alfredo Carrera López
Morelia, Michoacán. México. 1984.
Dirige la revista El Subterráneo.
Ha publicado en las revistas AlterArte, Plástico, Kronos, Revista800, La Panacea; en los suplementos Acento, Altamar y Cartapacios y en los libros colectivos Figuración de Instantes y Son de Marzo, de la Universidad de Guanajuato. Estudió la Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UMSNH.


Nov
2007