#46     


Mi Buenos Aires
Litvinova Natalia


 De alguna manera brilla cuando la piso, será por la huella, será porque es ciudad. Una sucesión de fotografías en blanco y negro, en azul y blanco.

 Quise hablar con alguien, hoy, y me rompí la boca, es el dolor callejero con olor a ladrillo y algunas que otras salvajes islitas de verde en forma de gaviotas de fotosíntesis, un antojo o la ilusión del arquitecto transformada en una salvación diminuta. De todos modos o de ningún modo cuando la piso brilla y no se si es por que tengo los ojos aguados o porque es la ciudad.

 Juego de tetris, palomas al estilo Rambo se entrenan para escapar de las ruedas, todo siempre tan cerca del incendio y siempre es de madrugada cuando imploro una noche de humo en Buenos Aires.

 Nunca más volví a ver aquel ángel de cemento, tenías razón cuando dijiste que se iría volando. Aquel tipo sigue corriendo con las macetas en las manos, para algunos todos los días es el fin del mundo. El café de la esquina cerró y sacaron de la vidriera de la panadería esas alpargatas de carpincho, no se si es porque las vendieron.

 Una desconocida me dijo mientras tomábamos ron que la ciudad te sonreía si le sonreías, antes de eso me pasé dos meses llorando sin lágrimas y la ciudad me parecía una cagada, ahora hace frío con tanto calor por dentro y mirar como corre ese tipo con las macetas en la mano me parece sumamente interesante.

 Después doloroso

 Espero que mí conocida desconocida este sonriendo mucho en estos días. Hay que comprar ron y darle una buena razón al dolor de hígado. ¿Y para los ojos?

 Luego siempre llega el momento en el cual uno camina y se pierde en las mismas calles, en realidad (sea cual sea) se pierde en uno mismo porque no mira las calles porque superficialmente las conoce, porque son siempre lo mismo, porque uno casi siempre es lo mismo, porque el ojo aun no cambió su cobertura de papel filtro, porque no le alcanzó la plata para viajar a Novgorod o Caracas y por eso se desgastó sus mejores talones viajando con la cabeza (y el cuerpo se convirtió en cuerpito, un muñequito de trapo, esos que usan para clavarle las agujas las costureras) a todos los rincones y cerrojos de los mundos menos posibles, uno los inventa y los rellena con gente que si saluda, con un supermercado que por fin queda cerca, con la familia que siempre espera en la vereda ya sin pañuelo y sin las lágrimas, con el río de la infancia ( y con todos sus ahogados que veíamos los que teníamos ojos de niños), con la deformidad de la adolescencia donde la belleza estaba en la rima y en la camiseta mojada transparentándose, con la nieve sobre los sauces, con las montañas rusas o suizas, con un habano en la boca y un dulce negro bailando la mejor salsa, (pero no tan rica como la que hace mi madre) así uno se rellena la cabeza.

 De todos modos brilla, Buenos Aires o Malos Aires, no se si es la ciudad o si es el reflejo de mi cuerpo en un charco cuando cae dentro de mi ojo.



Litvinova Natalia
Buenos Aires, Argentina.
Estudiante de Ciencias de la Comunicación en la UBA
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