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De alguna manera brilla cuando la piso, será por la huella, será
porque es ciudad. Una sucesión de fotografías en blanco y negro, en azul
y blanco.
Quise hablar con alguien, hoy, y me rompí la boca, es el dolor callejero
con olor a ladrillo y algunas que otras salvajes islitas de verde en forma
de gaviotas de fotosíntesis, un antojo o la ilusión del arquitecto transformada
en una salvación diminuta. De todos modos o de ningún modo cuando la piso
brilla y no se si es por que tengo los ojos aguados o porque es la ciudad.
Juego de tetris, palomas al estilo Rambo se entrenan para escapar de las ruedas, todo siempre tan cerca del incendio
y siempre es de madrugada cuando imploro una noche de humo en Buenos Aires.
Nunca más volví a ver aquel ángel de cemento, tenías razón cuando
dijiste que se iría volando. Aquel tipo sigue corriendo con las macetas
en las manos, para algunos todos los días es el fin del mundo. El café
de la esquina cerró y sacaron de la vidriera de la panadería esas alpargatas
de carpincho, no se si es porque las vendieron.
Una desconocida me dijo mientras tomábamos ron que la ciudad te sonreía
si le sonreías, antes de eso me pasé dos meses llorando sin lágrimas y
la ciudad me parecía una cagada, ahora hace frío con tanto calor por dentro
y mirar como corre ese tipo con las macetas en la mano me parece sumamente
interesante.
Después doloroso
Espero que mí conocida desconocida este sonriendo mucho en estos
días. Hay que comprar ron y darle una buena razón al dolor de hígado. ¿Y
para los ojos?
Luego siempre llega el momento en el cual uno camina y se pierde
en las mismas calles, en realidad (sea cual sea) se pierde en uno mismo
porque no mira las calles porque superficialmente las conoce, porque son
siempre lo mismo, porque uno casi siempre es lo mismo, porque el ojo aun
no cambió su cobertura de papel filtro, porque no le alcanzó la plata para
viajar a Novgorod o Caracas y por eso se desgastó sus mejores talones viajando
con la cabeza (y el cuerpo se convirtió en cuerpito, un muñequito de trapo,
esos que usan para clavarle las agujas las costureras) a todos los rincones
y cerrojos de los mundos menos posibles, uno los inventa y los rellena
con gente que si saluda, con un supermercado que por fin queda cerca, con
la familia que siempre espera en la vereda ya sin pañuelo y sin las lágrimas,
con el río de la infancia ( y con todos sus ahogados que veíamos los que
teníamos ojos de niños), con la deformidad de la adolescencia donde la
belleza estaba en la rima y en la camiseta mojada transparentándose, con
la nieve sobre los sauces, con las montañas rusas o suizas, con un habano
en la boca y un dulce negro bailando la mejor salsa, (pero no tan rica
como la que hace mi madre) así uno se rellena la cabeza.
De todos modos brilla, Buenos Aires o Malos Aires, no se si es la
ciudad o si es el reflejo de mi cuerpo en un charco cuando cae dentro de
mi ojo.
Litvinova Natalia
Buenos Aires, Argentina.
Estudiante de Ciencias de la Comunicación en la UBA.
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