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"La lucha de los titanes y el crepúsculo de los dioses son metahistóricos, ellos echan mano de la historia a partir de la naturaleza y del cosmos. Considerados temporalmente, es de suponer que los titanes precedieron a los dioses y, a su vez, administraban el caos. A esto le siguió el mito que afirma que fueron los titanes quienes generaron y educaron a los dioses. Su revuelta hizo temblar el Olimpo, luego fueron refrenados por Zeus y exiliados al mundo subterráneo. Con todo, ellos han de retornar siempre de nuevo; así, por ejemplo, Prometeo encadenado, en la figura y aspecto del trabajador. Los dioses crean desde lo atemporal; los titanes empero, actúan e inventan en el tiempo. Se hallan emparentados más con la técnica que con las artes. De allí que Hölderlin aconsejase al poeta soñar y dejarse consolar por Dionisos, mientras sea que dominen los "hombres del acero", no obstante, él sabe que los dioses han de retornar".
Ernst Junger.
"La trinchera tiene una profundidad de dos o tres hombres. Por tanto, los defensores se mueven por ella como por el fondo de un pozo, y, para poder observar el terreno que tienen delante o disparar contra el enemigo, tienen que subir por escalones hechos en la tierra o por escaleras de madera, al puesto de observación: una larga tarima o saliente practicado en el talud, de manera que quienes estén sobre él puedan asomar la cabeza y mirar. Sacos de tierra, pedruscos y planchas de acero constituyen el parapeto (…) Delante mismo y a lo largo de las trincheras se extiende, casi siempre en varias líneas, redes de alambradas, enrejados de púas de alambre que detienen a los asaltantes y permiten a los defensores disparar con toda tranquilidad (…)"
Ernst Junger. Tempestades de acero. 1920. |
1.-
Ernst Jünger , escritor, filósofo, novelista e historiador alemán
nacido en Heidelberg en 1895 y fallecido en Wilfingen en 1998. Hijo del
doctor Ernst George Jünger, un profesor de química, y Lily Karoline. Se
une a los Wandervögel en 1911, movimiento juvenil, que sostenía principios
radicales posteriormente adoptados por el movimiento hippie, extremaba
el espíritu de la naturaleza y la búsqueda de los bosques así como el respeto
absoluto por la vida animal. Además, a diferencia de estos últimos teñía
su ideario de una glorificación de la nación alemana.
Cuando estalló la I Guerra mundial Jünger fue uno de los primeros
en alistarse, obteniendo en 1918, pocas semanas antes del fin de la guerra,
la condecoración "Blaue Max" al mérito militar. Fruto de esta
experiencia, fue la publicación -con tan sólo 25 años- de sus recuerdos
de la guerra en el libro "Tempestades de Acero", una alabanza
a la guerra en cuanto "experiencia interior", que catapultó al
joven escritor a la fama.
Entre la guerra y la subida de Hitler al poder en Alemania, Jünger
formó parte de la órbita de una compleja corriente político-cultural llamado
"Konservative Revolution" o revolución conservadora alemana,
de la que formaron parte, además de diversos grupos, autores como Ernst
von Salomon, Werner Sombart, Carl Schmitt o Oswald Spengler. Algunas de
las características más importantes que definieron a la "Konservative
revolution" fue su nacionalismo radical, su rechazo al liberalismo
decimonónico, a la Revolución francesa o la influencia de autores como
Nietzsche. Dentro de esta corriente, Jünger publicó libros como "La
guerra como experiencia interior", "La movilización general"
o "El trabajador".
Como se ha señalado, en los primeros años de la República de Weimar
-Júnger- es un activo polemista y articulista dentro de la cultura del
nacionalismo alemán revolucionario, que une pasión revolucionaria y extremo
conservadurismo antiliberal. En este sentido existe un elemento fascistizante
en el Jünger joven, que ha constituido hasta nuestros días un punto de
referencia espectacular. Nunca fue nazi, pero de los años 1925-1933 existen
referencias ambiguas a ese movimiento, es decir, positivas y negativas.
El asunto es que en su lenguaje ideológico -con nivel, pero dentro de esa
esfera- Jünger creyó identificar el espíritu de la Historia con un tipo
de actitud que en la política real no podía sino llevar a una suerte de
"parafascismo." En algunos pocos esto significó en esos años
el acompañar al desarrollo de Leviatán hasta sus últimas consecuencias,
hasta el fin; en muchos casos creó la ilusión de una suerte de Parusía.
Conocido es el caso de Martin Heidegger que fue más allá de Jünger y apoyo
al régimen, al menos en sus primeros años.
Ahora bien, a pesar del marcado tono nacionalista de la obra de Jünger
durante esta época, el matiz "de élites" de su obra, además de
la ausencia de antisemitismo, llevó a Jünger a rechazar ya en 1933 al nacionalsocialismo,
al no aceptar el ingreso en la Academia de Poesía Alemana, purgada hacía
poco tiempo por la Gestapo, y se marchó a una aldea, Goslar, en las montañas
Harz; después se radicó en Ueberlingen.
En 1934 prohíbe al periódico del partido nazi que siga utilizando
y manipulando sus escritos, rechazando también ocupar un asiento en el
Reichtsag, al tiempo que publica "Blaetter und Steine" (Hojas
y piedras), su primera crítica al racismo fascista.
Jünger pasó una parte de la II Guerra Mundial como militar en el
París ocupado, donde a partir de 1941 frecuentó los salones literarios
y de fumadores de opio, así como la bohemia parisina, se dejó invitar por
los oficiales que comenzaban a rebelarse contra Hitler y salvó la vida
a cuantos judíos represaliados pudo. "El uniforme, las condecoraciones
y el brillo de las armas, que tanto he amado, me producen repugnacia",
anotó Jünger en su diario, al enterarse de la exterminación progresiva
de los judíos.
Así pues, una visión como la de Jünger no se refiere únicamente al
nazismo, ni siquiera a las ideologías y sistemas totalitarios, sino un
rasgo de la civilización moderna de querer vincular el advenimiento de
la sociedad industrial con una esperanza de escatología secularizada, que
en la era de las guerras mundiales y de la Guerra Fría adquiere una dimensión
política, la que más tarde - en la obra posterior- se tornará en objeto
de crítica, ejerciendo una labor de medium y vidente superdotado de las
sociedades del futuro.
2.-
Desde que en los años 50 entablara amistad con Albert Hofmann, el
creador del LSD, varios de los libros de Jünger versaron de forma directa
o indirecta sobre la experiencia psicodélica. En 1952, después de su primera
experiencia con la LSD, escribe "Besuch auf Godenholm" (Visita
a Godenholm), cuya publicación coincidió con la aparición de "Las
puertas de la percepción", de Aldous Huxley. Su otro gran libro sobre
el tema de las drogas es "Annäherungen. Drogen und Rausch", (Acercamientos.
Drogas y ebriedad), de 1970. Esta obra, en la que el autor acuñó el término
psiconautas (navegantes de la psique), expone las numerosas experiencias
de Jünger con varios tipos de sustancias psicoactivas, tanto enteogénicas
como estimulantes u opiáceos.
Hacia 1977 escribe otra de sus obras más conocidas, "Eumeswil",
donde sobresale la figura del "anarca", personaje preconfigurado
por Albert Camus en su libro "L'homme révolté" (El hombre rebelde,
1951). Uno de sus últimos textos sería "Die Schere" (La Tijera),
publicado en 1989, cuando Jünger contaba con 95 años de edad. De gran valor
histórico y literario son sus diarios de la II Guerra Mundia ("Radiaciones").
En la actualidad se considera a su obra como una de las mayores contribuciones
a la literatura en lengua alemana en el siglo XX.
Finalmente murió el 17 de febrero de 1998 cuando ya contaba con 103
años de edad.
3.-
Amigo personal de Heidegger, la polémica desatada alrededor del posible
nazismo personal y teórico de este filósofo le parece de tono menor. "El
gran éxito de Heidegger fue el giro que le dio a la teoría del conocimiento
hacia el concepto del ser. Eso es una filosofía muy amplia, que naturalmente
se puede desglosar en algunos aspectos y atribuirle una conexión con ideologías
de la época, pero eso no resume ni con mucho la totalidad de la filosofía
de Heidegger, sino sólo algún aspecto parcial".
Tempestades de acero es un canto al guerrero, un canto a los valores
que surgen del peligro de vivir, una visión romántica de la guerra. Jünger,
en su madurez, se distancia de aquellos primeros fervores, pero se reconoce
en quien los vivió. "En cierto modo, no he realizado autocrítica.
En la distancia, aún soy proclive de darle unos golpecitos en el hombro
a aquel jovencito que escribió Tempestades de acero. Naturalmente, aquel
jovencito era agresivo, no había llegado a la consciencia de la importancia
que tiene el evitar y prevenir las guerras. Ahora que he llegado a este
estado senatorial de madurez, pues tengo otra visión de las cosas, pero
esto no significa que me distancie de aquel joven".
Llegado a la madurez, ¿ha logrado en literatura sus propósitos? "Naturalmente,
hay personas que no llegan tampoco con la edad a la madurez. A mí no me
gustaría pertenecer a ese grupo de personas a las que sería aplicable la
frase de Voltaire que dice que quien no tiene el espíritu de su edad tiene
todas las desgracias de su edad".
Instalado en la mejor tradición de la cultura alemana, Jünger parece
fijarse en las individualidades que trascienden su tiempo. "A Hölderlin
le ponen siempre en el grupo de los románticos, y eso no es cierto. Hölderlin
sobrepasa a su tiempo, y en cierto modo prevé nuestra época y, por tanto,
no es un romántico en la acepción clásica".
Sus diarios, escritos en circunstancias terribles, guardan distancia
para con los horrores que describen. "Un diario puede sustituir a
la oración. En una ocasión fui herido, y al transportarme me quitaron los
diarios; al darme cuenta, me incorporé, fui a buscarlos y me volvieron
a herir".
4.-
Ernst Jünger (1895-1998) constituye, posiblemente a causa de sus
participaciones - diametralmente opuestas - en ambas guerras mundiales,
una figura privilegiada del escritor-soldado; sin embargo, Jünger fue cronológicamente,
combatiente antes de ser escritor. Así, como subraya Marcel Decombis (Ernst
Jünger, l'homme et l'œuvre jusqu'en 1936) siguiendo la línea trazada por
el especialista de historia literaria Langenbucher, es necesario distinguir
"el linaje de poetas que se convirtieron en soldados, de la joven
generación (de la cual forma parte Jünger) que la guerra transformó en
poetas". En efecto, la generación intelectual alemana que había publicado
anteriormente a 1914, entre otros R.G. Binding o St George, sintió la guerra
como un cuestionamiento apocalíptico de la cultura de la cual formaba parte.
Sin embargo, la generación literaria de Jünger o de Dwinger y Schauwecker,
irrumpía en ese momento dentro de la historia contemporánea. En este sentido,
Jünger forma parte de los autores que no esperaron ver madurar en ellos
una vocación, sino que se sintieron incitados a la escritura por la crudeza
de una experiencia belicosa que derrocaba el antiguo mundo y que debía
ser contada sin artificio.
Aunque Jünger ha sido acusado de poeta ingenuo y de verdadero apólogo
de la guerra, su posicionamiento moral frente los conflictos es más ambiguo
o heterodoxo que una aproximación superficial del autor podría sugerir.
Confrontado a un dilema prometeico entre, de una parte, su lealtad espiritual
a los ideales caballerescos del Imperio Alemán, y por otra, la necesidad
de conformarse a los nuevos retos de "rebelión de la materia esclavizada
por el hombre" (Drieu Rochelle, La comédie de Charleroi), va a intentar
relatar escrupulosamente de manera a la vez objetiva (experiencia) y poética
(sensación) (I), los desafíos físicos e intelectuales de la guerra, y hacerles
frente formulando una nueva moral guerrera (II), que sea sintética y adaptada
a la ruptura de civilización para su pertinencia en el tiempo histórico
y en el espacio político (III).
La prosa poética de Jünger da cuenta de la naturaleza gratuita del
acto heroico, que no tiene por qué tener "causas" para existir.
Como lo ha dicho ya a los noventa años, la gloria "es como la cola
inflamada de un cometa, que centellea todavía algún tiempo en la estela
de la obra. Uno puede entonces preguntarse cuál es el propósito de la escritura,
suponiendo que haya alguno: es el instante creador mismo en que algo se
produce fuera del tiempo, el cual ya no puede ser anulado. El universo
se ha afirmado en el individuo, y esto debe bastar, así sea que a algún
otro se le ocurra o no".
5.-
I) Relatos de guerra: la aceptación de la guerra tal como es
Los recuerdos personales de Jünger constituyen la base esencial de
sus primeros textos: escritos de fuente real, sin construcción de una intriga
y sin elaboración de personajes de ficción. En complemento de estos libros,
La guerra como la experiencia interior, concentra sus reflexiones acerca
de la guerra. De este modo, la obra del autor resulta representativa del
destino de millones de combatientes que participaron en el conflicto, "hasta
el punto que sus testimonios aparecen como documentos simples" (Julien
Hervier en Deux individus contre l'Histoire : Drieu la Rochelle et Jünger)
Los escritos de guerra de Jünger, como lo explica Decombis, tratan
la guerra en tres dimensiones. Partiendo de la realidad, los escritos inflexionan
de manera lineal hacia consideraciones más abstractas y globalizantes:
en un primer momento se presentan los aspectos tácticos, luego se abordan
(bajo la forma de relación carnal con la guerra) las huellas físicas en
el cuerpo de los soldados, y finalmente se señalan las interrogaciones
morales que produce la experiencia fuera de lo común.
Tres grandes escritos "objetivos" de la guerra: Tempestades
de acero, El bosque 125, Fuego y Sangre
En la obra de Jünger, la preocupación por tratar la realidad no excluye
la exigencia estética; así, Tempestades de acero serán acogidas con admiración
por André Gide que verá en ellas "el más bello relato de guerra".
Este primer diario de guerra describe las diferentes campañas y las heridas
del autor durante los cuatro años de guerra. Se trata, sobretodo, de una
aproximación a la práctica cotidiana de la guerra: el ataque, la guardia
y el descanso, entre las explosiones de obuses y las heridas meticulosamente
descritas por el narrador que se abandona a "sollozos compulsivos"
por la visión de "la inmensa mayoría de sus hombres destripados".
El boqueteau 125 explicita una semana de los mismos acontecimientos
en un lugar circunscrito y particularmente representativo del frente: un
grupo de soldados defiende una posición totalmente devastada. El tercer
texto, Feu et Sang, es la descripción de un solo día de combate: desde
las esperanzas del asalto, hasta el "vértigo que se apodera de todo
y arrebata la conciencia" en una "pelea donde las cosas y los
valores cambian de aspecto" (Decombis).
El sentido de la guerra reside en su fatalidad: la negación de su
absurdo.
Jünger toma como punto de partida la experiencia en toda su crudeza
y, como Hobbes, considera que el hombre está sometido a un deseo de destrucción
que constituye una ley natural. Además, como explica Julien Hervier, según
Jünger "esta plaga necesaria es una fuerza saludable". Bajo el
influjo de una perspectiva nietzscheana, el escritor alemán considera que
la lucha es el principio de toda vida y de la cultura misma. La guerra
entendida como un acto valeroso, no deja lugar a crítica. Jünger considera
que los esfuerzos de los pacifistas son vanos, y hasta condenables. Según
él, "la guerra es el más potente encuentro de los pueblos" (La
Guerra como experiencia interior). Jünger, alistado a la Legión extranjera
de manera voluntaria a los 17 años, seducido por la cultura francesa, participará
en las dos ofensivas del ejército alemán sobre París. La dureza de la prueba
sufrida por el soldado implica retrospectivamente considerar la guerra
como algo no absurdo. El principio de la lucha es una fuente de sentido.
El significado de la guerra radica en la memoria necesariamente mantenida.
El valor de los combatientes, su valentía en el momento de las ofensivas,
entran en la historia y dejan huella: "¿cuánto tiempo hará falta para
que fenómenos como la gran ofensiva de la primavera de 1918 o la batalla
de Skaggerak se desprendan del tiempo como monumentos independientes?"
(La Guerra como experiencia interior).
La lógica de la prueba, entre idealismo y realismo: la aceptación
de la guerra tal como es.
La postura de Jünger es heroica: la guerra es una prueba con la cual
hay que enfrentarse: "para no ser víctima del acontecimiento, hay
que ponerse a su altura" (Decombis). En este sentido, Jünger se inscribe
dentro de la tradición heroica de la caballería inspirada por los grandes
héroes homéricos de Grecia arcaica. La guerra como ineluctable, tiene consecuencias
terribles para los que intentan sustraerse de ella ignorándola: "no
tenemos derecho a negarla, si no nos tragará" (La Guerra como experiencia
interior). Los relatos de Jünger se dirigen a los que no han conocido los
combates del Frente para informarles de la realidad de la guerra vivida.
Sin embargo, los libros de Jünger sobre la guerra de 1914-1918 no
incitan al combate. Jean-Michel Palmier afirma en este sentido que "por
un curioso giro dialéctico, Tempestades de acero parece ser una de las
más apropiadas obras para inspirar el horror de toda guerra, precisamente
porque su recurrente estética grandilocuente se convierte en insoportable".
De hecho, el mismo Jünger previene a la juventud de la posible seducción
de "esta atracción de armas chispeantes, de sangre espumante y de
juego intrépido con la vida y la muerte" (Fuego y Sangre). Alejado
del nihilismo, Jünger ratifica el horror de la guerra, no duda en utilizar
una descripción minuciosa del olor y del aspecto de los cadáveres a medio
descomponer. Decombis subraya el esfuerzo de Jünger para sintetizar, según
una perspectiva "estereoscópica", los puntos de vista militaristas
y antimilitaristas representantes ambos de la Alemania en guerra. Idealismo
y realismo por separado acceden a una visión truncada del hecho vivido;
por eso Jünger se ampara de un tono que concilia "la poesía del corazón
y la prosa del mundo" (El corazón aventurero). Definición muy próxima
a los términos que Hegel utilizaba en Estética por la definición de la
novela (Jean-Michel Palmier).
II / Pensar la guerra a partir de la "experiencia interior"
El carácter sintético de la visión estética y metafísica de Jünger
radica en un vaivén entre un gusto por la tradición y la confrontación
a las exigencias de su tiempo. Siendo la guerra tanto un desafío moral
como un reto para el entendimiento. La resolución de esta tensión en la
persona y la psyche de Jünger, incita a reflexión.
6.- Las interrogaciones morales del sentido de la guerra.
La moral que se desprende de los diarios de guerra es fundamentalmente
aristocrática. El componente nietzscheano del pensamiento de Jünger desemboca
en una omnipresente apología de la fuerza, desarrollada bajo forma estética
por el joven aficionado de Baudelaire y de Rimbaud. Como lo subraya Decombis,
"su admiración tiene como objeto tanto la belleza del ordenamiento
de las armas (…) como los soldados que las manejan con tanta (…) seguridad".
Esta estética ilustra los principales rastros de la síntesis aristocrática
que concilia la firmeza de la fuerza natural con la desenvoltura en su
utilización.
Jünger se niega a calificar la guerra de absurda: sería una renuncia
y una traición a la memoria de los compañeros de armas que van desapareciendo
a lo largo de las páginas de las Tempestades de acero. Según una perspectiva
una vez más, resueltamente nietzscheana, el enemigo es un alter ego. Éste
merece respeto según el viejo principio caballeresco. Encontramos eco de
este comportamiento en otro testimonio de la Primera Guerra Mundial; la
película La Gran ilusión de Jean Renoir. El capitán alemán Von Rauffenstein
invita a comer a oficiales franceses cuyo avión acaba de destruir, saludando
con cortesía la memoria de las víctimas francesas y pidiendo disculpas
a sus huéspedes: "que la tierra les sea ligera a nuestros valerosos
adversarios". Jünger promueve este sentido de "guerra sin odio"
fratricida entre los mejores de cada campo. Un juego trágico pero necesario:
"cuando nos lanzamos uno contra otro en una nube de fuego y polvo,
hacemos uno, no somos más que los componentes de una sola fuerza fundida
en un solo cuerpo" (La guerra como experiencia interior).
Jünger se esfuerza por recrear la unidad de la guerra, a pesar de
su complejidad y de los sentimientos contradictorios que pueden avasallar
al soldado desconcertado por la violencia de su realidad. La abdicación
de la Razón no le conduce a desprestigiar la guerra, le confirma en la
validez de lo irracional, continuidad del romanticismo político de la segunda
mitad del siglo XIX alemán. La guerra como experiencia interior abunda
en los "contrastes [que] lejos de dar un carácter contradictorio a
nuestra vida, constituyen su carácter grave".(Decombis)
Enfrentarse con la "revancha de la materia sobre el espíritu":
hacer del materialismo un valor
Jünger constata la obsolescencia de la guerra de movimiento bajo
las Tempestades de acero vertidas por la artillería, y considera que el
fin de este tipo de guerra es la derrota del idealismo. Jean-Michel Palmier
nos recuerda que Alemania conoció el equivalente de la matanza de los jóvenes
Cadetes de la Academia General Militar de Saint-Cyr en la batalla de Langemark,
a finales de 1914. Estos jóvenes anestesiados por la embriaguez de la acción
encarnan el culto del heroísmo sin objeto calificado de "beatitud
de los epilépticos" por Walter Benjamín.
De hecho, Jünger se aparta del heroísmo inútil y se esfuerza por
entender el materialismo que caracteriza su tiempo. De ahí su obsesión
por la técnica, tema objeto de la constante correspondencia entre el escritor
y Heidegger. Así como lo señala Decombis, Jünger se aferraba al pasado:
sabia que la caballería perdía su pertinencia una vez preparadas las trincheras.
"La trinchera convirtió a los combatientes en asalariados de la muerte"
(La guerra como la experiencia interior). La vigilancia del mismo Jünger
ante las evoluciones tácticas de la guerra es paradigmática de la del soldado
en su trinchera: se trata de comprender con pragmatismo las nuevas incógnitas
del fenómeno para anticiparse. En esto, las opiniones de Jünger, lejos
de ser ingenuas, son un pensamiento para la supervivencia.
El autor evoluciona al materialismo por la imposición de las circunstancias:
se trata de resistir estoicamente bajo las tormentas de acero. Aunque la
guerra "pierda alma", su principio de prueba sigue vigente y
reforzado por las nuevas condiciones materiales. Las realidades tienen
vocación a ser afrontadas: Jünger, pensador distinguido del realismo conservador,
se acerca a la famosa máxima del Príncipe Salina, el Gatopardo de Lampedusa:
"Es necesario que todo cambie para que todo se quede como está".
Decombis anota al respecto como Jünger acepta la ineluctable dictadura
del materialismo, esforzándose a encontrarle una justificación espiritual.
El materialismo constituye, para él, la base de un nuevo orden moral. La
guerra como experiencia interior ilustra este pensamiento: "las máquinas
son la inteligencia de un pueblo soldada al acero".
"La revancha de lo brutal sobre lo sentimental" (Decombis):
el regreso fulgurante de los instintos primitivos y el verbo "prenazi"
de Jünger
Jünger estudia la actitud del hombre confrontado con experiencias
excepcionales como camino hacia la esencia de su ser. La verdad que encuentra
es irracional, la propia de un inconsciente que se esconde bajo la capa
de la Razón. Las causas: el "oscurecimiento de la inteligencia por
el cansancio, el vencimiento de la sensibilidad por la indiferencia"
(Decombis). Pero esta "salida de uno mismo" esta limitada temporal
y espacialmente al campo de batalla, ocasión de tomar la justa medida de
sí mismo y de vivir la experiencia privilegiada de la "anarquía interior"
(que Jünger tratará de reencontrar por otros caminos en tiempos de paz,
menos destructores para el prójimo, como en la droga y en la embriaguez:
Aproximaciones a las drogas y embriaguez). Esta experiencia espiritual
constituye un privilegio que no tiene vocación de durar más que un instante,
permite el distanciamiento del mundo y la impasibilidad estoica de resistir.
En 1953, después de una experiencia con el LSD, escribió un pequeño
relato titulado Visita a Godenholm, cuya publicación coincidió con el ensayo
Las puertas de la percepción, de Aldous Huxley. Ambos ensayos marcan un
hito en la aparición de los enteógenos en la escena del siglo XX, pero
con una diferencia: Jünger en ninguna de sus páginas mencionó la palabra
droga, ni LSD, ni nada que se le pareciera. La reserva y la discreción
ha sido la tónica general de los libros de Jünger sobre substancias "visionarias",
ello nace del escepticismo de Jünger.
La guerra como la experiencia interior es la oportunidad del retorno,
por el estrépito del combate, a los instintos primarios del hombre. Una
propensión al equilibrio entre el miedo y la curiosidad que incita a la
acción ante el peligro. Rehusando el nacionalismo como principio explicativo
del coraje de los combatientes; éstos son estimulados por pulsiones anteriores
y más básicas: "no queremos un mundo apacible y refinado, queremos
el mundo con la totalidad de sus posibilidades" (Fuego y Sangre).
La inflexión a la acción es posible gracias al descubrimiento de esta energía
bruta e insospechada en "una raza nueva, del más elevado potencial,
formada en la dura escuela de la guerra que tiene a mano el instrumento
de realización de la muerte" (Fuego y Sangre).
Así, Jünger consigue la síntesis entre materialismo y brutalidad,
entre modernidad y barbarie. De ellos, emana una nueva espiritualidad,
propia a la raza anteriormente evocada (Decombis). Sus ideales, los encuentra
en su recuerdo como teniente fuerzas de choque: el racionamiento a sangre
fría y el calor en la acción. En su extremo esta idea remite a una apología
audaz y peligrosa de la embriaguez y de la violencia, que ha sido etiquetada
de "fascista" por Marc Vanoosthuyse en Fascismo y literatura
pura. En cierta manera, prefigura los llamamientos a la lucha con un "furor
sagrado" de Hitler quien asumiría la acusación de barbarie en Nuremberg
("Sí, somos unos bárbaros y queremos ser unos bárbaros. Es un título
de honor. Somos los que rejuveneceremos el mundo. El mundo actual toca
su fin. Nuestra tarea es de saquearlo"). No obstante, la distancia
manifiesta de Jünger respecto al mundo en general o el nacionalsocialismo
en particular, permitieron a sus introductores en Francia, especialmente
sus traductores Henri Thomas y Julien Hervier, su editor Christian Bourgois,
o sus admiradores como Julien Gracq, defender al autor, una de las más
grandes figuras de la "reacción revolucionaria prefascista" (Ernst
Nolte, El fascismo en su época) que constituyó la revolución conservadora
alemana.
7.- Un pensamiento de síntesis y de ruptura: la guerra, la historia y el destino
La controversia en cuanto al papel exacto desempeñado por Jünger
en la revolución conservadora y la dimensión "prenazi" de sus
escritos nos remiten a la relación del escritor alemán con la historia
y a la política de la nación alemana.
El mundo antiguo, feliz y glorioso, colmado de armonía y belleza,
debe pasar por las llamas para ser purificado de sus debilidades
Militarista al igual que su generación, Jünger no pone en tela de
juicio la legitimidad de la guerra: "no se rebela contra la marcha
del tiempo" (Decombis) intentando anticiparlo como ilustra su relación
con el materialismo. Del mismo modo que Spengler en La decadencia de Occidente,
se muestra sensible a las metáforas biológicas (vegetales y entomológicas),
y desarrolla una concepción cíclica de la historia parecida al ritmo de
la vida: el desarrollo fulgurante de Alemania bajo Bismarck era patológico
y el mundo idealista que había nacido bajo la jefatura prusiana debía inevitablemente
entrar en crisis, provocando la muerte de la Alemania imperial por su afán
de provocar guerra.
Por eso Jünger considera, según una perspectiva vitalista, que la
guerra es una ruptura filosófica en el contexto de una civilización cambiante:
tiene un efecto radicalmente roborativo, ya que elimina las debilidades
contenidas en la Alemania imperial. La Alemania del fin del siglo XIX está
condenada, aunque Jünger sea sensible a sus honores, como en la medalla
Pour le mérite, la más alta condecoración alemana que simboliza las largas
tradiciones militares prusianas. En el libro de protesta metafórica contra
el nazismo, Sobre los acantilados de mármol, el mundo antiguo está presentado
como una edad de oro marcada por una belleza y una armonía que no dejan
insensible a Jünger. Sin embargo este mundo ideal debe prender en las llamas
para salir regenerado: aunque "ese tiempo se fue para no volver más",
y sea objeto de "una intratable melancolía", el renacer de la
vida es necesario.
La guerra, momento de inflexión en el ciclo de la historia: la lucha
entre fuertes y débiles
La guerra, siendo una prueba sin concesión, no deja espacio ni a
la debilidad ni a los que se refugian en la abstracción pura. En el mismo
registro, Jünger escribe en El trabajador: "en todos los países que
han participado en la guerra, hay vencedores y vencidos". Tanto para
Jünger como para Nietzsche, conviene eliminar el ideal ante el hecho, así
como hacer prevalecer la fuerza ante el derecho (Julien Hervier). La colectividad
se reconstituye en función de la línea de ruptura, ya que el grado de devastación
del país impone que los supervivientes se concentren en los recursos restantes.
Los egoísmos de la sociedad burguesa de período anterior a la guerra dan
sitio a la movilización total de las energías, para tomar en mano el destino
de la nación a la hora de la gran prueba común.
Catorce veces herido, como lo relatan las últimas páginas de Tempestades
de acero, Jünger no se sorprende de su suerte. El momento de la última
herida, casi fatal, le causa una "tristeza extraña" (Jean-Michel
Palmier), pero Jünger espera resignado el desenlace: "tenía la certeza
de estar irrevocablemente perdido. Y, cosa extraña, este momento fue uno
de los pocos que fueron verdaderamente felices. Comprendí en ese segundo,
como a la luz de un relámpago, mi vida en su estructura más secreta (..).
Allí dónde estaba entonces, no había más guerra ni enemigo".
8.- Las bodas bárbaras del hombre y la técnica por Ernst Jünger y Walter Benjamin
En La guerra como la experiencia interior, Jünger manifiesta una
filosofía que Decombis cualifica de "más próxima de la de las Jansenistas
que de la de los antiguos griegos": concibe una potencia superior
cuyos fines son escondidos pero fijados de antemano, y niega que sólo el
azar disponga del destino de los individuos. El hombre debe someterse sin
queja a esta fuerza, siendo la fe lo que permite superar la crisis. Pero
esta experiencia individual tiene también connotación colectiva: "porque
el poderoso destino de los pueblos ha sido experimentado y sufrido a través
del destino del individuo". Así, el porvenir contingente del individuo
queda justificado por el destino de la comunidad: Jünger y Alemania se
reforzaron independientemente del resultado del conflicto.
Así como lo recuerda Decombis, Jünger estudia las "bodas bárbaras
del hombre y de la técnica", y escribe que "la guerra no es el
fin, sino el comienzo de la violencia", sugiriendo que el viejo conflicto
entre los elementos que llama "solares y telúricos" acaba de
terminarse con la victoria de estos últimos (El trabajador).
Walter Benjamin, en Dirección única, contesta irónicamente a Jünger
y su misticismo, en el mismo registro lexical: "es señal de amenazadora
confusión por parte de la comunidad moderna el tomar esta experiencia (de
embriaguez) por algo insignificante que se pueda descartar, como lo es
el dejar esta experiencia a manos del individuo que la trasforma en un
delirio místico bajo el cielo de bellas noches estrelladas. No, (la confusión)
se impone de nuevo en cada época, y el pueblo y las razas escapan de ella
bien poco. (…) Se echaron en campo raso masas humanas, gases y fuerzas
eléctricas. Corrientes de alta frecuencia atravesaron los paisajes, nuevos
astros se elevaron en el cielo, el espacio aéreo y las profundidades marinas
resonaron con el ruido de las hélices, y por todas partes cavamos en la
Tierra Madre hoyos para el sacrificio. Este gran noviazgo con el cosmos
se realizó por primera vez a escala planetaria, es decir bajo la forma
de la técnica. (…) La técnica traicionó la humanidad y transformó el lecho
nupcial en un baño de sangre".
Como lo sugiere Benjamin, existe un lazo entre la estética jüngeriana
y las formulas y temáticas del III Reich: la dimensión cosmológica, el
culto del sacrificio y la exaltación de la tradición heroica de la Gran
Guerra constituirán la base la propaganda nazi. Sin embargo, la "belleza
de la catástrofe", con la cual Jünger mantendrá siempre una relación
ambigua, será para el autor de Sobre los acantilados de mármol, a pesar
de los sarcasmos dolorosos de Benjamin, el punto de partida de un alejamiento
mucho más profundo que el de Gottfried Benn que presidió la Academia de
poesía de III Reich. Será un verdadero "el exilio interior" en
tiempos de grandes tormentos.
9.- Sobre los acantilados de mármol.
Juan-Miguel Palmier recuerda que "el 24 de junio de 1940, Jünger
celebra con champán el anuncio del armisticio y guarda los leptinopartsa
capturados en los jardines salvajes de la Essômes. Los únicos presos que
hizo, durante la campaña de Francia, es este puñado de doríforas".
Palmier, cuya obra es la que, entre todos los comentarios sobre la vida
y la obra de Ernst Jünger, se aproxima más a la biografía del autor, señala
que el posicionamiento del escritor alemán en la Segunda Guerra Mundial,
será muy diferente a su experiencia de combatiente veinticinco años antes;
Su sola hazaña consistirá en salvar a jóvenes soldados imprudentes que
se habían acercado exageradamente al Frente con el fin de tomar fotografías.
Después de haber escrito dos ensayos que parecían "preparar"
el nazismo (El trabajador y La movilización total), Sobre los acantilados
de mármol, su texto más célebre, lo alejara de sus actitudes belicistas
iniciales y cultivará la lógica aristocrática de la distancia ya presente
en sus primeros textos, manteniéndose lejos del nacionalismo agresivo de
los nacionalsocialistas y de los círculos oficiales de la RFA durante muchos
años. Su ensayo clandestino La Paz, aparecido clandestinamente poco antes
el atentado contra Hitler de julio de 1944, incitará a la juventud europea
a superar rencores. Hasta la alegría de Jünger ante la reconciliación franco
alemana y la Construcción europea. François Mitterrand, una de las personalidades
pacifistas que alimentaron el proceso, definirá al autor como un "gran
ejemplo de hombre libre".
La figura de Jünger continua siendo objeto de debate en los círculos
intelectuales: tanto en Alemania donde su estilo fue muy atacado, o en
Francia donde ha sido objeto de consideración. Sin embargo son numerosas
aún las obras, como la de Marc Vanoosthuyse, que asemejan injustamente
al autor, con escritores sensiblemente más nihilistas como Ernst von Salomon
que escribía: "el caos es más favorable para el futuro que el orden;
salvando la patria del caos, cerramos la puerta del futuro y abrimos camino
a la renuncia".
10.-
Otro de los temas recurrentes que Jünger trató en varios de sus libros
fue el final de la historia, y entre otras cosas de los infinitos procesos
bélicos que han levantado cabeza a lo largo del siglo XX. Según Jünger,
la globalización de las comunicaciones -tanto físicas como medios de información-,
invitan a este punto de la historia a la creación de un estado mundial,
pero no entendiendo este como un estado totalizador, sino como una administración
mínima para la gestión de los problemas comunes -como el medio ambiente,
o las ansias de poder de recurrentes dictadores-, y dando libertad de acción
a cada una de las naciones y pueblos en los temas particulares.
Otro gran tema tratado en la obra de este pensador es la retirada
de los dioses, o mejor dicho, la entrada en escena de los titanes. Según
su visión, los antiguos cultos a divinidades, omnipresentes en las civilizaciones
humanas, han sido substituidos en la cultura occidental por una concepción
puramente mecanicista de la existencia, un proceso que ha desposeído de
alma al mundo, velando la trascendencia y amenazando arrasar el espíritu
humano y extender su poder de destrucción al mundo natural, hogar común
de todos nosotros.
Jünger también recuerda que las sociedades humanas nacieron con el
culto a los difuntos, y apunta que nuestra cultura es la primera en la
historia que ignora el momento del tránsito. Así pues, en opinión de Jünger,
nuestra civilización no puede ser otra que la del fin de los tiempos -o
en todo caso, llevarnos sin solución de continuidad a un proceso de inflexión
en el que una nueva concepción ha de nacer, esta vez representando una
unión entre lo aportado por la ciencia y lo atesorado por los antiguos
cultos religiosos.
En Heliopolis, con más o menos optimismo, Jünger sitúa la experiencia
visionaria como punto de inflexión de esta carrera de velocidad que no
nos lleva a otra parte que a estamparnos contra el rígido muro de nuestra
soberbia.
Adolfo Vásquez Rocca
Viña del Mar, Chile. 1965.
Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV, Estética y Pensamiento Contemporáneo.
Ha escrito y publicado diversos ensayos en arte y filosofía.
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