#46     


¡Ah, los clásicos!
Ruth Pérez Aguirre


 Cada vez, sentados a la mesa, papá empezaba a recriminarme por el tipo de vida que llevaba, que a su parecer era inútil por completo. Siendo su única hija, y por lo tanto muy mimada, me convertí en una persona lánguida, inconstante, y sobre todo aburrida.

 Cuando era chica, papá y mamá se ocuparon en proporcionarme los medios para educarme, o como decían ellos, para civilizarme, y todos los rechacé. Por la hacienda desfilaron maestros de música y un hermoso piano, el que sigue ahí, tapado, sin que le dé ningún uso. Tuve varias maestras de dibujo y pintura pero todas renunciaron ante mi indiferencia; otras más me dieron clases de urbanidad, matemáticas, ciencias… aparte mi mamá intentó enseñarme a tejer, bordar, cocinar y llevar una casa; y nada, nada, me entusiasmó aprender.

 Lo que me gustaba era sentarme en los balcones y observar a los pájaros atravesar el cielo infinito; mirar a las hormigas haciendo un nuevo hormiguero, con tanto afán, como si una emergencia fuera a pasarles ese día. También disfrutaba de caminar; vagar por el campo, reposar a la sombra de un árbol y soñar y soñar…, no sé en qué cosas, pero así dejé pasar los años.

 El tema principal en nuestra casa eran los libros, la lectura. A menudo papá sacaba alguno de su biblioteca para ponérmelo en las manos. Y yo, no bien lo abría ya sentía ahogarme, así de aburrido era para mí. Poco después el libro regresaba sin remedio a su lugar en aquella estancia a la que jamás entré, pero que él, en su empeño de entusiasmarme, me decía que estaba llena de clásicos de la literatura universal.

 Papá y mamá ya no están conmigo, hace algunos años me quedé sola en esta casona de la hacienda, fastidiada como siempre, sin tener nada fructífero que hacer. A veces, sentada bajo un árbol, resguardada del sol, recuerdo sus palabras que más bien eran súplicas.

 "Cuando nosotros nos hayamos ido, te quedarás sola y te morirás del hastío porque no le has dado ninguna importancia a nada. Si tu vida no te interesa, al menos ocúpate en conocer la de los demás: ¡lee a los clásicos!, y encontrarás en ellos un mundo sorprendente y mágico".

 ¡Pobre papá! Cuánto leía; y se impacientaba cuando alguien le decía que no encontraba nada atractivo en la lectura. Al menos tuvo a mamá de su lado; con ella comentaba los libros y de esa manera los saborearon como si fueran un manjar. Aun así, me negué a leer alguno, prefería conocerlos de "oídas".

 La otra tarde decidí entrar a la biblioteca; si mi papá siguiera vivo, ese día celebraría su cumpleaños, y quise hacerlo como una manera de estar más cerca de él, por un momento, ya que en estos años, desde su partida, lo he extrañado mucho. Sentada en su escritorio, pasé los dedos por todos los objetos suyos que aún se encontraban en el mismo lugar que él los dejara, y así me sentí conectada con su ser. Aún olía a papá, su presencia se dejaba percibir en el ambiente, en ese sitio que fue su placentero refugio.

 Más tarde me acerqué a los estantes con la idea de pasar las yemas de mis dedos sobre los lomos de sus libros, mientras, con lentitud, iba leyendo los títulos. De pronto, encontré uno que llamó mi atención: "Otelo", el sólo nombre me transportó de inmediato a una tarde de lluvia, apacible y húmeda, cuando tomábamos una taza de chocolate y pan francés, untado con mantequilla, y papá comentaba esta obra con mamá. Yo seguía el hilo de sus palabras casi sin entender nada.

 Lo bajé y me dirigí al escritorio para leer sólo el primer párrafo. De pronto vi a un hombre salir de atrás de otro librero y dirigirse hacia mí, sin titubeos. Me asusté, porque sabía que no se encontraba ningún trabajador en la casa. No pude despegar los labios para gritar porque permanecieron cerrados por la fuerte impresión.

--Soy Yago -me dijo con una voz autoritaria y a manera de presentación- con seguridad tú eres una espía de Otelo.

--No, no, no señor -le contesté balbuceando como una tonta- no conozco a esa persona de la que me habla y…

 Él se acercó a mí, y tomándome fuertemente de la mano me condujo al lugar de donde había salido. Me aventó con fuerza contra la pared y con un objeto filoso que me puso al cuello amenazó con matarme.

--Si se te ocurre decir algo de lo que has visto, perderás la vida en el intento.

--Se… señor -le dije, temblando- yo no sé nada de lo que habla, se lo aseguro, tenga piedad de mí…

--Es poco lo que debías saber, mujer estúpida; he estado induciendo a Otelo a dudar de la honestidad de su esposa Desdémona, y hoy mismo, llevado por sus irracionales celos, haré que la mate.

--No lo haga, señor, se lo ruego, mi papá decía que esa mujer era buena y que amaba al esposo, nunca le habría sido infiel -le repliqué sin importarme nada, sacando valor del recuerdo de sus palabras--. Buscaré a esa infeliz llamada Desdémona y le diré lo que trama en su contra. No debe morir inútilmente, ella tiene derecho a ser feliz…

 No terminé de hablar porque ese hombre, llamado Yago, me asestó una brutal bofetada que me hizo caer.

--No has entendido, mujer necia, tú también morirás si te encaprichas en cambiar el destino de ella… a menos que jures que callarás. -Me dijo con los ojos llenos de un brillo indescriptible que dejaba al descubierto su maldad. Estaba sentado a horcajadas sobre mí, apuntándome con el arma, mientras me tenía sujetada de los cabellos con toda la fuerza de su otra mano. Intenté empujarlo, pero él me lastimó. Sentí cómo, de inmediato, un líquido tibio corría por mi cuello. Yo no era una mujer acostumbrada a las fuertes impresiones, y me desmayé creyendo que iba morir en ese momento.

 Pasados un par de días sentí curiosidad por saber en qué terminaba esa obra de Otelo, Yago y Desdémona y me atreví a ir de nuevo en busca del libro que había quedado sobre el escritorio. Entré con sigilo buscando con la mirada al hombre, pero no estaba, tampoco el libro; con seguridad la sirvienta lo había regresado a su lugar. Fui a buscarlo al librero, pero antes de dar con él una voz me hizo voltear.

--No se asuste, señora, estoy buscando a Madam Renal, soy Julián Sorel, el preceptor de sus hijos. ¿La ha visto usted?

 Me quedé como paralizada viendo a un apuesto joven vestido con una sotana curil y que lucía muy nervioso, desesperado, diría yo, como si estuviera ocultándose de alguien; hablaba en voz baja tratando que sus palabras no fueran a ser escuchadas por nadie más.

--No la he visto -le contesté, sin saber de quién me hablaba.

 Se acercó a mí, y mirando a todos lados corrió hacia la ventana al escuchar un sonido proveniente de afuera. Luego me tomó de la mano para conducirme a un diván donde papá se acostaba a leer. Ahí me contó su historia, tan complicada y a la vez tan inmoral para mí. Sostenía una relación disoluta con la esposa del alcalde de Verrieres, la señora Renal, y vivían un tórrido romance que a ella le estaba conduciendo a la locura.

 Julián Sorel venía a despedirse de la mujer amada, a raíz de un sentimiento de culpabilidad y de pecado que se había convertido en odio para sí misma y el cual llegó a oídos del esposo. El atormentado muchacho iba a retirarse a un convento a terminar su noviciado, y no deseaba marcharse sin ver por última vez a su amor imposible. Otro ruido, ahora del picaporte, lo hizo dar un salto. Sin decir nada se tiró por la ventana donde desapareció justo en el momento en que Antonia, mi cocinera, entraba con un té que le había pedido.

 Aquella vez no pude dormir pensando en Julián Sorel y en esa atormentada mujer que lo amaba tanto, tal vez más que él a ella. Al siguiente día me dirigí de nuevo a la biblioteca y, segura de no encontrarme con él, igual que sucediera con Yago, fui directo a la estantería de los clásicos franceses donde encontré el libro "Rojo y negro" el cual tantas veces estuvo en las faldas de mamá mientras ella soñaba con la pasión de los personajes y yo perdía mi tiempo atisbando a alguna hormiga. Cuando lo tuve en las manos fui hacia la ventana que había quedado abierta la noche anterior y me asomé ilusionada queriendo encontrar a aquel joven tan lleno de vida.

--Katherine, ¿eres tú?

 Me volteé como impulsada por un rayo al escuchar una voz potente, pero a la vez llena de amargura, que hablaba atrás de mí. Tartamudeando, le respondí que no era la persona que buscaba. Mis manos empezaron a sudar frío ante la recia presencia de aquel hombre que me miraba inquisitivamente.

--¡Con seguridad estará en brazos de Edgar! Pero yo, Heathcliff, no permitiré que la familia Earnshaw llegue a emparentar con los Linton, no estoy dispuesto a perder a Catherine, así tenga que matar a todos los que se interpongan a mis deseos. Ella llegará a ser mía a toda costa, aunque me siga rechazando por ser un simple huérfano que no puede explicar su procedencia. -Continuó diciendo como si estuviera hablando consigo mismo y yo no existiera.

-- Me he superado por ella, para estar a su nivel; me he enriquecido para realizar mi venganza. Conduciré a las dos familias a la ruina, ya lo verán…

--Señor Heathcliff -le dije con una voz tan débil que más bien parecía un susurro- en mi humilde opinión, le diré que sería mejor que usted dejara en paz a esa Catherine y al tal Edgar porque ellos con seguridad se aman, ese es su destino y usted no debe desperdiciar su vida llenándose de sentimientos de odio y venganza. Cuando la suerte está trazada no nos queda otra cosa más que hacer. Resígnese, por favor.

--¡Calle, no diga más tonterías! -Dijo casi a gritos, sacudiéndome de los hombros--. Yo soy quien debe estar junto a Catherine hasta la eternidad, por eso he dispuesto que cuando muera sea sepultado junto a ella, mi único amor. Estas cumbres que nos vieron crecer guardarán nuestros cuerpos en sus entrañas porque así lo quiero yo…

 Hearthcliff continuó hablando, pero su voz se fue perdiendo a mis oídos cuando lo vi abrir la puerta de la biblioteca y alejarse mientras decía que iba a seguir torciendo aquel maldito destino que se empeñaba en separarlos. Fui de inmediato por el libro de "Cumbres borrascosas" y regresé a mi cuarto para leerlo, hasta que el sueño me venció.

 Pasados unos días, aún mi corazón se encontraba lleno de un sentimiento de tristeza, embargado de angustia al conocer la intrincada historia. Regresé a la biblioteca para ponerlo en el mismo lugar en que papá lo había dejado la última vez. Sonreí al recordar sus recomendaciones, entonces decidí hacerle caso y tomé un libro al azar: "El retrato de Dorian Gray"…



Ruth Pérez Aguirre
Villahermosa Tabasco, México.
Egresada de la Escuela de escritores "José Gorostiza" y SOGEM. Miembro de la Sociedad de Escritores de Tabasco. Miembro del Grupo de Mujeres Periodistas y Escritoras. Miembro del PEN Club México. Obras publicadas: Incompatibilidad-Compatibilidad (novela, Buenos Aires, Argentina 2003); Arpegio Poético (poemario); Cuadros de Vida (noveletta); Personajes de mis sueños (cuentos); Cuentos de la Pluma, vol 3 (2006).