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Cecilia Castiglioni

De "letras"


 -¿Cómo de letras? ¿De la a, be, ce, y eso?

 -Ah, Martín, pero parecés bobo- le dije a mi hijo mayor, que tiene dieciocho años, por hacerme esa pregunta cuando le conté que tenía que escribir una columna de "letras" para el Gato Negro- "Letras", mijo. Literatura, digamos.

 -Y sí, mija- dijo él, encogiéndose de hombros, con tono burlón- Todo lo que está hecho con la a, la be, la ce, y el resto del abecedario.

 Preferí bufar a contestarle, porque cuando iba a hacerlo vi que iba a salir de mi boca una de esas pavadas intelectuales que jamás, por mejor construidas que estén, logran rebatir semejante verdad.

 Lo cierto es que soy alguien que vive de las letras. Y esto es literal, porque si no fuera por las miles de letras que cada día me alimentan, tanto cuando leo como cuando escribo, mi alma ya habría abandonado esta carne que, por momentos, se pone tan fastidiosa.

 Por supuesto que esto no corre para todo el mundo. Dejando de lado los analfabetos, existen, increíblemente, muchísimas personas a quienes realmente admiro, que sobrellevan su carne sin dejarse afectar por las letras. Yo tengo cuarenta y dos años y, por ejemplo, no supe lo que realmente era oler, hasta que leí "El perfume" de Patrick Suskin, dos años atrás. Y ésta es apenas una de las tantas metamorfosis a las que me vi sometida durante toda mi vida, por culpa de las letras. Digo "por culpa", porque me fue muy penoso aceptar que pasé cuatro décadas sin sospechar, siquiera, las posibilidades inagotables del olfato, algo que tengo desde que nací.

 Pero bueno, por suerte hay mucha gente que decide no apenarse como yo, y por ende no traspasa las letras o, mejor dicho, no deja que las letras las traspase. Llegué a escuchar decir: "No, ni loco, no me gusta leer. ¿Cuál es la gracia de ponerse a ver letras, letras, y más letras? Prefiero ver televisión, o ir al cine".

 Y por favor, que no vaya a entenderse esta cita como un panfleto pro letras y anti tele, de mi parte. Me gusta mucho ver películas y algunos programas de televisión. Me encanta ir al cine. Jamás se me ocurriría poner en duda la magia audiovisual. Lo que pasa es que cuando uno ve tele, o va al cine, tiene frente a sí una pantalla colorida, llena de sonido e imágenes en acción, que no tiene otra alternativa por su condición de tal, que atrapar la atención de uno.

 Pero las letras, las pequeñas veintisiete letras que se repiten en infinitas combinaciones diferentes a lo largo de una buena historia, o de una de esas poesías que hacen respirar hondo de la emoción, tienen un don especial. El don de desaparecer. O mejor dicho: de transformarse en vida, como me pasó con las letras que forman el poema "Oficio" de Juan Gelman, que mientras las leía se iban convirtiendo en un pájaro picapedrero que yo veía y oía cantar, tan de cerca, que me puse a llorar de la impresión.

 También me hizo ver esto mi hijo Martín el día que me comentó, a propósito de una novela que no le estaba gustando: "Paso las páginas y sólo veo letras. Y yo cuando una historia me atrapa, enseguida las dejo de ver".

 Debo confesar que todo este asunto me supera por completo. El hecho de que unos pocos símbolos gráficos sean capaces de ir moldeando mi alma, incluso mi fisonomía, y hasta la forma de mi cerebro, es un misterio que mi cabecita no ha logrado desentrañar.

 A veces creo que en realidad estoy hecha de letras. Hasta me parece vislumbrar a un par de ojos gigantes que me leen en este mismo momento. Y sé muy bien, cuando los miro, que, aunque yo sólo sea un puñado de letras que esos ojos leen en la página de un libro, o en el papel donde una de sus manos me da forma, no están viendo letras. Me están viendo a mí.



Cecilia Castiglioni
Montevideo, Uruguay. 1962.
Ha publicado: * “Duna, la diosa y las dunas”. (“Cuentos de la costa”, Ediciones Trilce, 1996, mención concurso de Trilce. Jurado: Rafael Courtoisie, Hugo Burel, y Jorge Medina Vidal).
* “El silencio del clavicordio”, cuento publicado en Cuadernos de Marcha, edición especial: “Cuentan II”, enero/febrero 1997, (Edición y selección de textos a cargo de María Angélica Petit de Prego).
* “Las copas”, (“Cuentos de inmigrantes”, Trilce y Editorial Latina, 1997, Jurado: Alicia Migdal, Teresa Porzecansky, y Mario Delgado Aparaín).
* “Los cascabeles de la victoria”, (“Letra de mujer”, Ediciones del Centro de la Mujer Peruana “Flora Tristán”, 1997, mención concurso latinoamericano auspiciado por dicho centro).
* “Futuros Recuerdos”, (artículo de opinión publicado en el libro “Polifonías”, 1997).
* “Secretaria”, (“Muestra de la narrativa uruguaya”, Melibea Ediciones, 1999, cuento mencionado en el concurso de Fundación Bank Boston en colaboración con A.U.D.E.: Asociación uruguaya de escritores).
* Mención en el concurso de minicuentos, organizado por Antel.