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La presente entrega es una versión revisada y ampliada de un Ensayo publicado
bajo el mismo título -La fotografía y las formas del olvido:http://www.heterogenesis.se/Ensayos/Vasquez/Vasquez1.htm
en la sección Ensayos de Revista Heterogénesis Nº 55-56 [Swedish-Spanish]
-Revista de arte contemporáneo. Tidskrift för samtidskonst: En Web http://heterogenesis.com/Nuevo.htm
1.- De la Fragmentación del mundo al "momento Kodak".
La fotografía explica el estado del mundo en nuestra ausencia. El
objetivo de la cámara explora esta ausencia. El patetismo de esta imagen
es la de un universo de la que se ha retirado el sujeto.
El sujeto no es más que el agente de la aparición irónica de las
cosas, el actuario de su puesta en escena. La imagen es, por excelencia,
el médium de la publicidad gigantesca que se hace el mundo, que se hacen
los objetos, forzando a nuestra imaginación a borrarse, a nuestras pasiones
a extrovertirse, rompiendo el espejo que le ofrecíamos para capturarlas.
Mediante la imagen el mundo impone su discontinuidad, su fragmentación,
su amplificación, su instantaneidad artificial. En dicho sentido, la imagen
fotográfica es la más pura porque no simula el tiempo ni el movimiento
-como el cine, por ejemplo- sino que se ciñe al más riguroso irrealismo.
La intensidad de la imagen es proporcional a su discontinuidad y a su abstracción,
es decir, a su idea preconcebida de denegación de lo real .
La fotografía pareciera -de este modo- liberar a lo real de su principio
de realidad, liberar al otro del principio de identidad y arrojarlo a la
extrañeza. Más allá de la semejanza y de la significación forzada, más
allá del "momento Kodak", la reversibilidad es esta oscilación
entre la identidad y el extrañamiento que abre el espacio de la ilusión
estética, la des-realización del mundo, su provisional puesta entre paréntesis.
2.- El furor de la imagen y el frenesí de lo real.
La imagen fotográfica es dramática por su lucha entre la voluntad
del sujeto de imponer un orden, una visión, y la voluntad del objeto de
imponerse en su discontinuidad y su inmediatez.
El mundo se sostiene así en la fragilidad de una mirada fragmentada
por los tiempos de exposición con los que el obturador ralentiza nuestra
espectralidad.
Vivimos en un universo frío, la calidez seductora, la pasión de un
mundo encantado es sustituida por el éxtasis de las imágenes, por la pornografía
de la información, por la frialdad obscena de un mundo desencantado. El
desafío de la diferencia, que constituye al sujeto especularmente, siempre
a partir de un otro que nos seduce o al que seducimos.
Ver y ser vistos, esa parece ser la consigna en el juego translúcido
de la frivolidad. El así llamado momento del espejo, precisamente, es el
resultado del desdoblamiento de la mirada, y de la simultánea conciencia
de ver y ser visto, ser sujeto de la mirada de otro, y tratar de anticipar
la mirada ajena en el espejo, ajustarse para el encuentro con la infinidad
de rostros del otro; rostros distantes a pesar de su cercanía, ausentes
a pesar de su presencia, los miramos sin que ellos nos devuelvan la mirada.
La alteridad no es más que un espectro, fascinados contemplamos el espectáculo
de su ausencia.
Seducir es, para Baudrillard , abolir la realidad y sustituirla por
la ilusión en el juego de las apariencias, en cambio, lo hiperreal representa
la saturación icónica de nuestra cultura posthistórica; la estetización
de la experiencia donde la realidad retrocede frente a sus imágenes, que
se reproducen al infinito sin dejar espacio para ilusión alguna. En un
espectáculo que clausura la mirada en el éxtasis de la comunicación y de
la hipertrofia de la información. El furor de la imagen, el frenesí de
lo real.
La imagen busca exorcizar al discurso que podría fijar lo real. La
fotografía es así una estrategia de inclusiones inexorables, en la cual
la distancia entre unos y otros se va horadando. A tal punto que el sujeto
fotográfico ya no es el personaje, ni el fotógrafo ni el espectador: no
hay otro en la foto, hay un heterónimo; esto es, un sujeto hecho de tres
personas distintas cuya suma es imaginaria. La prueba del gran fotógrafo
es evidente: no busca ilustrarnos o escandalizarnos, no nos hace meramente
boyeritas. Nos da una función configurativa del escenario: no estamos en
la foto, estamos en su grafía.
3.- Mal de Archivo e historia de la mirada; La fotografía como modo de certificar la experiencia.
La historia de la mirada es múltiple: se confunde con la historia
de los imaginarios, personales y colectivos. La historia de la mirada es
también una memoria y un ritual del recuerdo, una memoria de la memoria,
pero es también, y sobre todo, la crónica de las desapariciones, el testimonio
de los momentos en fuga, las vacilaciones del tiempo, del equilibrio de
lo mirado y la mirada misma: el fulgor de la figura se detiene como una
morfología intemporal en ese interior hecho para el contraste, para la
visión traslúcida de la voluntad de contemplación. Un tiempo autónomo impone
una repentina figura a las laminillas, briznas, fragmentos de transparencias
cromáticas; otro tiempo invade su propia inestabilidad: el tiempo de la
sorpresa efímera de la mirada, su asombro sometido a su vez a la imprevisible
aparición de figuras irrepetibles.
La saturación y exceso iconográfico, la exacerbación de imágenes
de registro puede resultar en una patética modalidad de desaparición, un
particular modo de arribar al grado cero de lo real , una realidad neutralizada
por la saturación de imágenes, una simulación desencantada en un horizonte
que se constituye más allá de todo sentido. Las fotografías son, así, tanto
un modo de certificar la experiencia, como de rechazarla.
4.- Fotografías, inventarios y coleccionismo .
Coleccionar fotografías es coleccionar el mundo . Las fotografías
son una fragmentación de la vida, un modo de captura, de congelar o detener
el flujo experiencial, el transcurrir vital, en su radical continuidad.
La cámara, por su parte, es el arma ideal para esta captura, es el ejercicio
ortopédico de la conciencia en su afán adquisitivo.
Hay algo predatorio en el acto de registrar una imagen. Transforma
a las personas en objetos que pueden ser poseídos simbólicamente. Así como
la cámara es una sublimación del arma, fotografiar a alguien es cometer
un asesinato sublimado, un asesinato blando, digno de una época triste
y atemorizada.
Todas las fotografías son momentos de muerte. Tomar una fotografía
es participar de la mortalidad, vulnerabilidad porque seccionan un momento
y lo congela, todas las fotografías atestiguan el paso decapitado del tiempo.
La fotografía es el inventariado de la mortandad. Una ceremonia para
investir un momento de ironía póstuma.
El sujeto mediático es, por naturaleza, decrepito y obsceno. Su voluptuosidad
fractal lo convierte en un monstruo transparente. Un espectro de vomitiva
extroversión, desprovisto de toda interioridad.
Esta ausencia de una distancia mínima conduce a la abolición de toda
escena, la obsesión de transparencia comunicacional convierte al sujeto
en un devorador de imágenes, siendo, a la vez, sólo un punto indiferenciado
en el universo maquinal de los medios, fractalidad de un sujeto que queda
reducido a una retina, superficie efímera de inscripción de destellos fugaces.
Esta desmesura, exceso barroco que maximiza la representación hasta
convertirla en una especie de ectoplásmica sustancia, clausura la posibilidad
de su puesta en escena y su consiguiente encanto; estamos atrapados como
fantasmas en una máquina panóptica, una registro de visión indiferente
e indiferenciada, como las propias imágenes a las que estamos telemáticamente
conectados. Allí en las formas de la exterioridad todas las retinas se
parecen y nos perdemos en un fundido de una pantalla que nos hace sentir
su sudor frío de cristal líquido como lágrimas en medio de la lluvia.
Corrosión de la ilusión a fuerza de representación, las imágenes
en primer plano carecen de profundidad, la mirada recorre fascinada la
superficie de lo real en un vértigo hacia el vacío. La comunicación y la
información inundan todo nuestro espacio psicológico hasta inundarlo en
una pantalla de cristal líquido.
La fotografía y su registro fragmentario, como el narrador proustiano,
interroga el gesto, para intentar ver -precisamente- aquello que el obturador
no pudo registrar, y lo introduce en la dimensión del recuerdo fundido
en los intersticios del secreto, hasta que nuestra vista se nuble por última
vez y nuestra conciencia se esfume en un último fundido a negro.
Biblografía: BARTHES, Roland, El grado cero de la escritura; Nuevos ensayos críticos, Siglo XXI Editores, 2001
BAUDRILLARD, Jean, La transparencia del mal, Barcelona, Anagrama, 1993.
BAUDRILLARD, Jean, De la seducción, Barcelona, Planeta-Agostini, 1993.
BAUDRILLARD, Jean, Las estrategias fatales, Barcelona, Anagrama, 1994.
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DELAHAYE, L., Baudrillard, J., L'Autre, Hong Kong, Phaidon, 1999.
SCHNITZLER, Arthur, Relaciones y soledades, Barcelona, Edhasa, 1998.
SEGALEN, Victor, Ensayo sobre el exotismo, México, FCE, 1989.
SONTAG, Susan, Sobre la Fotografía, Editorial Edhasa, 1996, Barcelona.
VIRILIO, Paul, L'horizon négatif. París, Galilée, 1984
WARHOL, Andy, Mi filosofía de A a B y de B a A, Barcelona, Tusquets, 1998.
Adolfo Vásquez Rocca
Viña del Mar, Chile. 1965.
Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso;
Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía
IV, Pensamiento contemporáneo y Estética. Profesor de Postgrado del Instituto
de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Profesor
de Antropología y de Estética en el Departamento de Artes y Humanidades
de la Universidad Andrés Bello, UNAB. Director de Revista Observaciones
Filosóficas http://www.observacionesfilosoficas.net/ . Secretario de Redacción
de Philosophica, Revista del Instituto de Filosofía de la PUCV, Editor
Asociado de Psikeba, Revista de Psicoanálisis y Estudios Culturales, Buenos
Aires; Director del Consejo Consultivo Internacional de Konvergencias,
Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo. Profesor asociado al Grupo
Theoria Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado.
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