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Caen los Bronces…
Caen los bronces sobre estrías, numerales del instante:
ábranse en contrapeso sobre contingencias, sobre tutelas.
Que jamás fui San Agustín, siendo él cuando escribo
estos estigmas de letras, espasmos de mi angustia.
Tu "hoy" es la eternidad. Por eso engendraste,
Coeterno a ti, a Aquél a quien dijiste: Yo te he
engendrado
hoy sólo en presente
-boca en pecho, flor en desempleo- que existían ya
aletargados donde la memoria, donde el dictamen
sujetaban en ecos, en huecos -en el centro de sí-
la huella de tu frente,
y
se paraba, y te gritaba la arista de lo real.
El pensamiento se mueve entre la frase y el fruto,
todo parece inmóvil dentro del humo espeso del espejo.
Si escribo la cifra entre la flama y la astilla,
busco la balanza del coral y la imagen
que
trasciende el vaho de la intuición.
Su eclipse de ausencia es una forma inasible,
presente en el insomnio:
nocturno, cuanto más débil es
la luz.
Entre más desorden se extienda en las arterías,
más nos espera en el pecho el respiro del orden.
A Canção do mar
(O la noche de Golonfina)
Ah divina Golontrina adivina
Sin mayor afán así mar atrevido que fui
atrapado por tanto yo
instinto más grave que prendió la mano de laudero
me invité a conocer tus tejados
casas
que nadie habita
sino
las viejas palabras
gemas
de la mañana
reservadas
para mis ojos de ajeno
Golonrisa cuántos lirios guardaron
esta hoja en blanco
en
lengua astillada?
Si la gracia hubiera dicho
La
hoja es la virtud del árbol
Pájaro
fruto la música franca de tu sonrisa
Lo sabes sin risas Pizarnik no
hubiese tenido una bestia
un árbol que fuera el nombre de la noche en alto azor
uña casi luña que brilla en mi lira así en tu cara golonniña
Tú que estás más surtida ahí estabas repitiendo
grillo que grilla la noche
un
yo que se crispa
un
yo que se grita
un
yo que de vidrio
me
astilla en astillas
por esta luna que ríe que libre se libra vibrando en muestrarios
uñas de luña en tus manos tan
niñas
Qué alma tan barro la mía
Si no escribiera estas letras sería más infiel que un círculo cerrándose
por no ser línea____________________raya plomiza de lo imposible
Ah divina Golonbrisaa que siga cantando el grillo
pues toda intriga que grita estribillos de vidrio
trilla que trilla la noche que brilla en sales de julio
Sigue así
No
lo sabes
pero
no hubo mayor brizna del día que la luna brizña de tu sonrisa
La bella Rosina de Antoine Wiertz
Quien la ve a los ojos se adentra a un laberinto donde ya no se muere jamás.
Frente a su mirada nace muerto el deseo en lo alto de la frente.
La bella Rosina le dio nombre a las cicatrices de abril, a la luz en levante
que es la sombra del cuervo en las alas del día
No se puede más estar enclaustrado en el deseo, su mirada de sereno reto
muestra que la muerte respira el polvo fino de las mañanas.
Nada le perturba, inocente entre las inocentes,
su perfil seguirá delimitando las bocas de lo terrible.
Ni el cuerpo ni la sombra, ni la sonrisa bufonesca de la muerte
logrará destruir los deseos que son la punta del índice escribiendo.
Rosina, la bella, también escribe en el ocho perfecto de sus arenas
"Puedo porque sueño y despierto
el mármol de los hombres
el perfil exacto del grecolatino
y el caballete oscuro de la luz".
Rosina es la sangre hacia adentro,
es quien no comprende nada porque todo lo sabe ignorando,
es a quien se mira por todos los que no se atreven a mirar al ángel y su espanto.
Es quien escribe
para
develar en la escritura lo que una mujer duerme en el cuerpo suyo:
la mirada / (…) el dolor que le fue sexuando / (…) el ombligo,
el sabor que perdió la plegaria, porque aún cuando me tocas estás muerto.
Escribe y hace votos por cierto pan secreto:
Lo que se le extiende lo que de su cuerpo es de todos.
De todos, su perfil de terrible que se lo debe al mármol, a la cicatriz de su nombre:
Rosina, la bella, se le pregunta a la tibieza de su espalda, a sus piernas:
¿Quién es esta mujer? ¿Conoce acaso el precio de sus alimentos? Otras voces
hablan de mujeres que gritan, que hurgan la tierra en la hora de mujeres cotidianas
Pero a ti. Rosina
¿quién
te enseñó a señalar con un dedo el dolor de los hombres simples?
Yo -alguien tiene que hablar-
sólo tengo una voz en la punta de las yemas -la más inocente de las inocentes-
con la que me atrevo a mirar los ojos serenos de quien reta las cuencas de la muerte:
Rosina, y si me atrevo, si te miro, no dejes de levantar la última sílaba de mis días
pues
sé de verdad que la luz dejará de ser una furia después de tu nombre.
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