www.almargen.net


José Galio Barajas


Caen los Bronces…

Caen los bronces sobre estrías, numerales del instante:
ábranse en contrapeso sobre contingencias, sobre tutelas.

Que jamás fui San Agustín, siendo él cuando escribo
estos estigmas de letras, espasmos de mi angustia.
Tu "hoy" es la eternidad. Por eso engendraste,
Coeterno a ti, a Aquél a quien dijiste: Yo te he
              engendrado hoy
sólo en presente
-boca en pecho, flor en desempleo- que existían ya
aletargados donde la memoria, donde el dictamen
sujetaban en ecos, en huecos -en el centro de sí-
la huella de tu frente,
                     y se paraba, y te gritaba la arista de lo real.

El pensamiento se mueve entre la frase y el fruto,
todo parece inmóvil dentro del humo espeso del espejo.
Si escribo la cifra entre la flama y la astilla,
busco la balanza del coral y la imagen
              que trasciende el vaho de la intuición.

Su eclipse de ausencia es una forma inasible,
presente en el insomnio:
       nocturno, cuanto más débil es la luz.

Entre más desorden se extienda en las arterías,
más nos espera en el pecho el respiro del orden.



A Canção do mar
(O la noche de Golonfina)

Ah divina Golontrina adivina
Sin mayor afán así mar atrevido que fui
atrapado por tanto yo
instinto más grave que prendió la mano de laudero
me invité a conocer tus tejados
              casas que nadie habita
              sino las viejas palabras
              gemas de la mañana
              reservadas para mis ojos de ajeno

Golonrisa        cuántos lirios guardaron esta hoja en blanco
              en lengua astillada?
Si la gracia hubiera dicho
              La hoja es la virtud del árbol
              Pájaro fruto la música franca de tu sonrisa
Lo sabes        sin risas Pizarnik no hubiese tenido una bestia
un árbol que fuera el nombre de la noche en alto azor
uña casi luña que brilla en mi lira así en tu cara golonniña

Tú que estás más surtida ahí estabas repitiendo
       grillo que grilla la noche
              un yo que se crispa
              un yo que se grita
              un yo que de vidrio
                                                 me astilla en astillas
por esta luna que ríe que libre se libra vibrando en muestrarios
       uñas de luña en tus manos tan niñas

Qué alma tan barro la mía
Si no escribiera estas letras sería más infiel que un círculo cerrándose
por no ser línea____________________raya plomiza de lo imposible

Ah divina Golonbrisaa que siga cantando el grillo
pues toda intriga que grita estribillos de vidrio
trilla que trilla la noche que brilla en sales de julio

Sigue así
              No lo sabes
              pero no hubo mayor brizna del día que la luna brizña de tu sonrisa



La bella Rosina de Antoine Wiertz

Quien la ve a los ojos se adentra a un laberinto donde ya no se muere jamás.
Frente a su mirada nace muerto el deseo en lo alto de la frente.
La bella Rosina le dio nombre a las cicatrices de abril, a la luz en levante
que es la sombra del cuervo en las alas del día
No se puede más estar enclaustrado en el deseo, su mirada de sereno reto
muestra que la muerte respira el polvo fino de las mañanas.
Nada le perturba, inocente entre las inocentes,
su perfil seguirá delimitando las bocas de lo terrible.
Ni el cuerpo ni la sombra, ni la sonrisa bufonesca de la muerte
logrará destruir los deseos que son la punta del índice escribiendo.
Rosina, la bella, también escribe en el ocho perfecto de sus arenas
       "Puedo porque sueño y despierto el mármol de los hombres
       el perfil exacto del grecolatino y el caballete oscuro de la luz".
Rosina es la sangre hacia adentro,
es quien no comprende nada porque todo lo sabe ignorando,
es a quien se mira por todos los que no se atreven a mirar al ángel y su espanto.
Es quien escribe
              para develar en la escritura lo que una mujer duerme en el cuerpo suyo:
la mirada / (…) el dolor que le fue sexuando / (…) el ombligo,
el sabor que perdió la plegaria, porque aún cuando me tocas estás muerto.

Escribe y hace votos por cierto pan secreto:
Lo que se le extiende lo que de su cuerpo es de todos.

De todos, su perfil de terrible que se lo debe al mármol, a la cicatriz de su nombre:
Rosina, la bella, se le pregunta a la tibieza de su espalda, a sus piernas:
¿Quién es esta mujer? ¿Conoce acaso el precio de sus alimentos? Otras voces
hablan de mujeres que gritan, que hurgan la tierra en la hora de mujeres cotidianas
Pero a ti. Rosina
              ¿quién te enseñó a señalar con un dedo el dolor de los hombres simples?

Yo -alguien tiene que hablar-
sólo tengo una voz en la punta de las yemas -la más inocente de las inocentes-
con la que me atrevo a mirar los ojos serenos de quien reta las cuencas de la muerte:
Rosina, y si me atrevo, si te miro, no dejes de levantar la última sílaba de mis días
              pues sé de verdad que la luz dejará de ser una furia después de tu nombre.