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Sin título
Sabía que te hallabas en ese bosque de figuras vacías, que se desplazaban
sin sentido alguno, por los espacios vastos de aquél piso cubierto de espinas
metálicas. Bajo la luz artificial permanente, de las bóvedas inmensas,
aprendí a identificar cada gesto incipiente de dolor, de esos maniquíes,
apenas expresivos. Así reconocí los tuyos propios. Una ocasión que el azar,
en tales mudas corrientes de siluetas, te trajo a mi cercanía, intenté
hablarte, pero justo en eso, las púas del suelo laceraron mis pies descalzos.
Cuando me recuperé por fin, la configuración de las blancas siluetas era
otra de nuevo. Y en aquella dimensión clausurada, ya nunca pude volver
a hallarte. Y luego, no mucho después, yo mismo me extravié.
Ardilla
YO te observé atrayendo de nuevo a la ardillita, con una cáscara
de naranja, para luego arrojarla con un brutal puntapié entre risas insidiosas.
TÚ luego, durante la ronda nocturna por el parque, no te reías igual, cuando
me viste descender hacia ti, desde aquél álamo frondoso. EL agujero de
mi nido seguramente te pareció aterrador: los llamados agudos de mis crías
al verme llegar arrastrándote, quizás no te fueron muy agradables, aunque
tus propios alaridos tal vez te impidieron oír, alguna otra cosa. NOSOTROS
roímos dulcemente tu carne: la de tu rostro despacio, yo; mis crías tus
entrañas con ansioso deleite. (Tus estertores no molestaban nada, más bien
eran como un aliciente). USTEDES de seguro ya estaban en busca de su compañero
desaparecido, inspeccionando el parque completo. ELLOS, al descender por
la alcantarilla, dieron por fin con él y con nosotros. Cuando me arrastré
hasta los boquiabiertos uniformados, tan dócilmente, entre jeringas inservibles,
y envases vacíos de solvente; cuando fui hacia ellos dando quedos chillidos,
ya no me dieron puntapiés. (A mis espaldas encorvadas, las crías gemían
frenéticas, por más alimento).
Ecos
…no se cuanto estuve encerrado en aquél cuarto oscuro poblado de
ecos. Periódicamente me rociaban con luces extrañas y líquidos de raro
sabor. En algún momento abrieron una zona de la celda. Entonces me asomé:
sólo había allí un horizonte de sombras, y las quietas olas de un mar metálico.
Salí. Anduve vagando sobre las aguas durante mucho, mucho tiempo. Hasta
que el tedio me sofocó hasta la muerte…
Entonces pensé en ti.
Jesús Ademir Morales Rojas
Ciudad de México. 1973.
Cursé estudios de Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México
e Historia del Arte en la Universidad del Claustro de Sor Juana. (En el
fondo soy un feliz autodidacta de librerías de viejo).
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