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La ninfa termina sus ejercicios matutinos. Cruza la amplia
habitación de su departamento. Esta desnuda. Tiene la piel dorada, sin
líneas de bronceado, una cabellera larga y blanca, sus orejas puntiagudas,
un par de alas transparentes y venosas surgen de su espalda. La ejecutiva
se seca lentamente. La belleza ante todo, se dice a si misma. Piensa en
los pendientes de la oficina, en la competencia. Ser la mejor, se repite
a si misma tres veces a manera de mantra.
El guardarropa de la ninfa abarca toda la pared este.
Vestidos transparentes, compuestos de telarañas, roció y otros materiales
etéreos componen la colección. En Antriade la desnudez es parte de la normalidad.
Ninfas, hadas y faunos componen la mayoría de la población, la cual tiene
por único tabú el que los seres femeninos muestren los píes. Una simple
diferencia anatómica, es la lección que dicen los padres a los pequeños,
los niños tienen pezuñas y las mujeres dedos.
La ejecutiva elige entre dos conjuntos distintos, ¿que
se me vea un pecho o los dos? dice en voz alta cuando levanta las piezas
de alta costura. Se decide por un vestido de telarañas cristalizadas con
oro que permite mostrar sus tatuajes del bajo abdomen y la trenza perfecta
en el pelo púbico. Escoge con cuidados sus zapatillas. Una señorita nunca
enseña sus pies, recuerda que solía decir su madre, una ninfa recatada
y conservadora.
Baja al estacionamiento, sube a su auto convertible,
acomoda con cuidado su portafolio. Verifica su maquillaje en el espejo
mientras presiona el encendido. Acelera. Se le mete sin precaución a un
viejo fauno en una carcancha. Este le menta la madre, la ejecutiva le hace
una seña obscena y prosigue su camino. El tráfico de la ciudad es normalmente
denso. Ella rebasa por la derecha a un colectivo. ¡A un lado imbéciles!
dice para si misma. Pone la radio.
Llega al elegante edificio de oficinas. Apenas entra
al recibidor le sale al paso un fauno, el ejecutivo estrella de la compañía.
No creo que puedas vencerme este año, le dice al tiempo que le ofrece su
mano. El cabello rubio, sus orejas cóncavas, su barba de candado perfectamente
delineada, las pupilas azules, el traje de moda, el falo extendido y lubricado,
las pezuñas cuidadosamente tratadas. Ella no responde al saludo, Veamos
quien tiene mayor suerte, le dice con una sonrisa fingida y sigue su camino.
Su rivalidad lleva ya un par de años.
En su escritorio revisa una serie de cifras y datos,
ordena los registros del día anterior y los ingresa al sistema. Ochenta
cierres bajados, la chica que manchó de sangre su falda de porrista, el
nerd que terminó desnudo en la charola de ensaladas, treinta niños miados,
dos discursos olvidados y el bailarín de ballet con flatulencias. Ve las
gráficas y un asomo de orgullo inunda sus ojos verde pino. Este año nadie
lleva mi marca, soy la mejor. Se prepara un capuchino y se dispone a ir
al mundo mortal. Poco antes de apagar la computadora revisa el memo general:
el fauno estrella lleva la marca de la mejor vergüenza. El premio anual
se otorga a la vergüenza más original. Este último aspecto resalta el perfil
artístico y creativo del cual los ejecutivos están orgullosos. No me va
a ganar, se repite así misma.
Ha recorrido ya la mitad de la ciudad mortal que le corresponde.
Lleva los treinta y tantos cierres abajo de rutina, un par de flatulencias,
tres eructos y una decena de sobadas accidentales. Ninguna vergüenza de
competencia. Por lo que la ejecutiva pudo ver en el memo, se trató de una
situación a su gusto vulgar y simplona: Fue una broma donde participaron
dos niños, de siete y nueve años respectivos, que jugaban a los vaqueros
con su niñera en el patio frontal de la casa. Era media tarde, el momento
en que las calles están solitarias justo antes de la salida del trabajo.
Los infantes ataron a la muchacha, de diecisiete años, emulando a la captura
de un indio. Ella no sabia que el padre de los infantes era explorador
y les enseñó a hacer nudos. Allí es donde intervino el fauno ejecutivo.
La idea de que los indios no visten ropa se afianzó en los niños susurrada
en el oído por el ejecutivo.
El más pequeño corrió por unas tijeras a la cocina. El
mayor, de puntas, empezó a cortar la falda y playera de la niñera, jalando
los pedazos por debajo de las cuerdas. La chica sintió que la desnudaban,
pero no podía desamarrarse ni quitarse la venda de los ojos o boca. La
ropa interior de algodón es lo que menos se les dificultó a los chicos.
Orgullosos de su juego, empezaron a dar vueltas alrededor de la víctima
hasta que el primer adulto se acercó, este empezó a reír y chiflar. Ellos
se asustaron, temiendo una reprimenda se encerraron en la casa. La gente
saliendo del trabajo fue llenando la calle. La muchacha escuchaba los chiflidos
y claxonazos pero no podía hacer nada. Se armó un tumulto en la calle que
atrajo a una televisora local. Ninguna persona se acercó a ayudarla hasta
que el padre de los infantes llegó a casa. Al momento de desatarla inclusive
él se detuvo un momento ante el cuerpo desnudo de la chica, el cual estaba
enrojecido a su máximo. Le cubrió con una cobija ante el reclamo general
y la desató por completo. Las lágrimas de humillación de la chica no hicieron
sino aumentar el puntaje de la vergüenza.
La ninfa está a punto de darse por vencida. En cinco
años que lleva de ejecutiva, nunca ha logrado el primer lugar. Solo dolorosos
segundos, siempre perdiendo ante el orgulloso fauno rubio que no hace sino
molestarla a diario. A veces le parece que él se pasa de la raya, siendo
tan cínico como para invitarla a salir. Seguramente me restregará en la
cara mis derrotas, se dice a si misma mientras imagina una humillante salida
a cenar. Para dejar de pensar en el ejecutivo decide darse una vuelta por
el área más elegante de la ciudad.
La ejecutiva descubre una oportunidad. Se entromete en
una gran sala llena de gente, su objetivo es la conferencista. Ella pertenece
a una organización internacional que busca acuerdos entre países. Es una
mujer respetada y conservadora que, sin embargo, al tiempo que intenta
acabar con una guerra hace lo posible por reavivar la flama en la relación
con su marido. Se encuentra en una pequeña sala contigua preparando sus
últimos apuntes. Trae puesto un vestido de una pieza muy elegante, hoy
es su cena de aniversario. También viste una sugestiva ropa interior de
encaje. Un conflicto de emergencia la hizo quedarse una hora más para tratar
de poner una mesa de dialogo. La transmisión en vivo a nivel mundial pretende
dejar claras las partes afectadas y las posibles soluciones. Le avisan
a la mujer que ya están listas las cámaras. Ella entra al cuarto donde
una multitud de fotógrafos y periodistas le hablan al mismo tiempo. Avanza
con firmeza mientras un círculo de colaboradores le abren el paso al micrófono.
La ninfa no puede resistir la tentación de prensar apenas un pedazo de
tela en un ventilador subiendo al estrado. La seda se rompe de inmediato,
es succionada en pocos segundos. La imagen de la pacifista internacional
tapándose apenas con notas de discurso se repite en tres decenas de países.
De regreso a su oficina, cansada pero satisfecha, la
ninfa vuelve a toparse con su rival. Este la saluda con un gesto: ¿Qué
tal el día? Bien, responde ella poniendo rictus de desprecio. El fauno
piensa en invitarla a cenar pero la chica se pasa de largo. No puede quitar
los ojos de esos hombros tatuados de dorado, de las suaves alas, de las
piernas tersas y, sobretodo, de esas zapatillas plateadas que no permiten
ver más que un asomo de las uñas. Siempre tan recatada y propia, piensa
el ejecutivo, da un paso y la toma de una mano.
Ella levanta los ojos al techo, Qué molestos son los
faunos, piensa. Retira su brazo. ¿Te puedo ayudar en algo?, le dice lentamente,
intentando mirarlo a los ojos con tanta frialdad como le es posible. Deberías
salir con alguien de mi categoría, haría bien a tu reputación de ninfa
ártica. Ella empieza a reír, hace un comentario irónico sobre las pezuñas
del ejecutivo y sigue su camino. El fauno se queda callado y la deja ir.
Son ya años de seguirla en secreto, de admirarla, de desear pasar aunque
sea una noche con ella. Él regresa a su escritorio, pensativo, enamorado
y al mismo tiempo, con el coraje atorado en la garganta.
La situación lograda por la ninfa toma el primer lugar
en la escala. Permanece allí durante las semanas restantes del periodo.
La tarde de la premiación esta segura de ganar. Se viste con un diseño
exclusivo hecho con escamas semi-transparentes de mariposa. Hoy es la noche,
se dice sin escatimar en gastos para arreglarse. Compra unas zapatillas
de diseñador exclusivo, delicadas y sugerentes. Un modelo atrevido que
deja ver peligrosamente el empeine Se da el lujo de verse sexy, sabe que
todos los ojos estarán sobre ella.
El salón de fiestas contratado por la compañía luce lleno.
Entre espectáculos y cantos el público espera la entrega de los premios.
Primero aquellos dirigidos a los burócratas dedicados, después los de intercambio
comercial. Al final el galardón esperado por todos los ejecutivos: La vergüenza
del año. El sobre es entregado al presentador y este lee el nombre. La
ninfa se levanta, da grandes pasos con una sonrisa practicada en el espejo.
En el último escalón del podio sus tacones quedan atrapados por una redecilla
de telarañas apenas visible. La ejecutiva cae al tiempo que sus zapatos
quedan adheridos.
El silencio es general, después llegan las risas. Los
pies de la chica lucen ante todos: suaves, plenamente depilados, con un
tatuaje de corazón y las uñas perfectamente pintadas. El estruendo es generar
mientras la ejecutiva se pone de pie. Corre hacia los zapatos pero le es
imposible despegarlos. Se queda de pie, impotente. Con lágrimas en los
ojos intenta taparse los pies con las manos.
Los jueces entran al escenario. Tras un cuchicheo entre
ellos rompen el sobre anterior. Toman el micrófono y declaran que en cien
años nadie había provocado una vergüenza tan magistral. Piden al autor
del trabajo. El ejecutivo estrella se levanta. Se cuida de no pisar con
las pezuñas la redecilla pegajosa al subir al escenario. Los aplausos son
ensordecedores. La ninfa humillada, descalza y furiosa, corre hacia la
salida. Nunca la vuelven a ver.
Cástulo Aceves Orozco
Guadalajara, México. 1980.
Ingeniero en Sistemas Computacionales. Tiene publicado el libro "Puro Artificio" (Editorial Humo, 2004). Ha participado en diversos talleres de creación literaria desde 1998 y en el encuentro de Talleres "Altaller" (Guanajuato, 2003). Ha publicado en varios medios escritos y electrónicos, en las antologías "Figuración de instantes", "Mar nuestro de cada día" y "Tramas y Líneas. Muestra de narrativa de Guadalajara". Mención honorífica en el 1er Concurso de Cuento Corto del ITESO. Ganador del concurso estatal "Adalberto Navarro Sánchez" 2004, en la categoría de narrativa.
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