esto es, ciudad, lo que hay entre tú y yo
josé julio valdez




          Lo más probable es que nadie haya registrado el primer reproche -el reproche original- que fue lanzado a la ciudad que se fundó antes que todas las demás. La persona que dio comienzo a esa tradición difícilmente pudo imaginar, a pesar de contar con los días largos del mundo recién estrenado, que miles de años después la costumbre continuaría robusta, actualizándose diariamente en cada una de las ciudades del planeta.

          De lo que surge entre el hombre y su ciudad pueden nutrirse cientos de conversaciones que provocarían desacuerdos y coincidencias que a su vez darían lugar a nuevas conversaciones. Los intentos por describir esa relación son actos de imprudencia, o de exagerada autoconfianza en la capacidad de querer atrapar realidades complejas. Como en cualquier forma de convivencia, las críticas son, por decir lo menos, inevitables. Abiertamente o de forma callada, sentimos hacia la ciudad la mayor parte de las variantes de emociones con que estamos provistos. En mi caso, me relaciono con Guadalajara de forma parecida a como lo hago con las personas que resultan fundamentales en mi vida. Del cariño más cursi a la aversión que no conocen aquellos por quienes profeso un desprecio avejentado. De las ganas de estar aquí toda la vida al deseo inaplazable por irme ya y no volver. Del halago bien fundamentado a la colección de prejuicios nuevos y viejos, insustanciales ambos. De los clichés descoloridos a las reflexiones dignas de escucharse. De los planes más ambiciosos a las desesperanzas más desesperanzadoras. De las ganas de fatigar las calles al impulso de borrar de un plumazo a Guadalajara de Jalisco y de los mapas al alcance.

          El caso, como puede verse, es el modelo ideal de la ambigüedad pura, parecido a esos ejemplos que uno lee en libros de texto (¿hay libros que no sean de texto?) y piensa que son ficticios por perfectos, que se hicieron especialmente para explicar conceptos que se sostienen con alambritos cortados del rollo recosido de la abstracción.

          Empecé a lanzar reproches a Guadalajara no sé qué día de mi niñez. Muchos fueron aprendidos, otros inventados. Con el tiempo me fueron llegando ejemplares más sofisticados de crítica, además me aficioné a descubrir los males más escondidos de la ciudad y su raíz, a hacer su lectura entre líneas, a identificar actores y autores, a armar soluciones definitivas (todos tenemos soluciones para todos los problemas).

          La costumbre de censurar continúa vigente –no sé si debo enorgullecerme por eso, o castigarme con los modos refinados de mi superyó bien entrenado-, y lo comprobé al disfrutar las críticas de un escritor inteligente sobre un lugar del que estoy enamorado. Cayó a mis manos un libro de Javier Marías: “Mano de sombra” (Alfaguara, 1997), que es una colección de ensayos breves que tratan, entre otras cosas, de Madrid. Menciona con su amenidad característica, particularidades de ese lugar que ha sido mío los días que he vivido en él. Sonreí por dentro al leer aquellas quejas, y paradójicamente me di cuenta que a la capital española le he puesto pocos peros; me he quedado, más bien, con las buenas experiencias del chocolate espesísimo, de los churros sin azúcar, de los bares con sus botanas sabrosas y gratuitas, de sus restoranes posmodernos, de los jardines que rodean al Prado y de los cuadros que cuelgan de sus paredes, del Reina Sofía y sus maravillas, de los periódicos de la mañana y de los cafés con leche, de los productos del ingenio del que diseña los zapatos Campers, de los meseros que parecen siempre malhumorados y con algo chistoso que decir, de las librerías extraordinarias y de las otras muchas buenas cosas con las que me encuentro cada ocasión que la visito.

          Marías habla de su lugar de nacimiento con un desparpajo sabroso, sometido a la lógica con la que opera un buen escritor. Con su estilo sencillo –sin que ello signifique darle la espalda al análisis justo-, igual se queja del ruido de las alarmas que se disparan por las noches que de las constructoras contratadas por el Ayuntamiento que de los modales de la gente (Yo no sé bien por qué ni cuándo empezó a despreciarse la cortesía en nuestro país, escribe el madrileño) que de los lentos servicios de los bancos.

La lectura de esos comentarios fue como si alguien confiable me hubiera platicado cosas indignas de presumir de la mujer que me trae de un ala. El conocer esa parte la ha acercado más a mí, a la madridmujer. Y no sólo eso, sino que cuando el autor de “Mañana en la batalla piensa en mí" habla del sitio donde nació, echa luz sobre esto que surge entre Guadalajara y yo. La queja al lugar donde habito tiene una función respetable, o si se quiere ver de otra manera, es parte irrenunciable del listado de sorpresas que surgen con la convivencia diaria. El rodearse de relaciones complicadas –¿qué relación profunda no lo es?- es otra forma de sacudirnos el tono gris de los días de este siglo que a ratos nos descorazona y a ratos nos marea con humos variados de optimismo. Hacer consciente la falta de sencillez en la conexión que tengo con la capital de mi estado es profundizarla, apretarla más en las entrañas -hacerla entrañable-. Saber además que los que habitan otros lugares como los nuestros tienen asegurado su vivir complejo, nos hermana. Y ya sabemos que andamos todos ganosos de hermanarnos, andamos cortos de hermanamientos ahora que las fracturas étnicas están de a peso.

          El último reproche que lance la última persona a la última ciudad del planeta habrá de sonar muy formal y muy grave, y muy melancólico. Ese reproche arrastrará los murmullos de los reproches de todas las historias de las ciudades. Tras estos vendrán las otras voces que nacieron entre los ciudadanos y sus calles y parques y edificios y casas. Entonces esa persona del último reproche podrá sentarse a revivir su convivencia florida con su ciudad y con los demás. El monumento imprescindible del mundo después del mundo será a la relación entre la ciudad y la gente que la habitó.





josé julio valdez
Guadalajara, México. 1970.
Estudió Psicología. Trabajó como periodista en MURAL . Actualmente es colaborador para EL INFORMADOR, en Tapatío Cultural, donde publica cuento y ensayo. Es psicólogo clínico. Ha dado clases de literatura a nivel preparatoria -UdeG, en Chapala-. Coordina el taller literario Nueva Literatura Mexicana. Es autor de la novela "La tarde de los locos".