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recuerdos sobre Jorge Luis Borges
daniel adrián madeiro
Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Everness – J. L. Borges |
En 1975, yo
trabajaba de cadete en una fábrica de camisas en el barrio de Villa Crespo.
El año anterior
había egresado del Colegio Nacional “Almafuerte”, situado en la entonces
pueblerina localidad de Alejandro Korn, en el sur de la Provincia de Buenos
Aires.
Allí, a la
profesora de castellano que tuve en el segundo ciclo la tratábamos, respetuosamente,
llamándola ‘señora de Dubor’.
Un día comenzó
a hablar sobre el escritor Jorge Luis Borges. Nos dijo que era una de las
personas más ilustradas de Argentina y del mundo, que fue director de la
Biblioteca Nacional, que había escrito y publicado varios libros de poemas,
cuentos, ensayos y otros más en colaboración, y que era un genio al que
su propio país no valoraba con justicia.
Por ese tiempo,
yo escribía algunos poemas y me sentía orgulloso de mi facilidad para componerlos.
La voz apasionada
de la ‘señora de Dubor’ llenando el aula con el talento de ese escritor
inmenso llamado Borges, me enrostró sin saberlo toda mi pequeñez y la inmensidad
de conocimientos que me faltaban, si aspiraba a ser como él.
Más tarde comprendí
que muchos de los dones de los que los hombres gozan o carecen, son obra
del destino. No lo digo en el sentido de un encadenamiento de sucesos predeterminados
e insalvables en el que no creo. Me refiero a esa innegable influencia
del entorno inmediato y del lejano, sobre lo que resultará nuestro futuro.
Él y yo, pertenecíamos
a mundos distintos, como los de un príncipe y un mendigo, reflejando claramente
vivencias disímiles, a veces abrumadoramente opuestas.
Borges era
descendiente de ilustres antepasados, aprende a leer en inglés antes que
en español por influencia de su abuela materna, su adolescencia transcurre
en Europa, cursa el bachillerato en Ginebra, Suiza, donde escribe algunos
poemas en francés, más tarde entre 1919 y 1921 ya publica poemas y artículos
de prensa en España, y luego vuelve a Buenos Aires... y mucho, muchísimo
más.
Mi infancia
y adolescencia, en cambio, es la del hijo de un humilde obrero y una modista.
Cualquiera puede calcular las obvias diferencias en lo que a las bondades
de la vida se refiere.
Nunca llegaría
a ser como él. Pero nada me libraba de la obligación de ser el verdadero
Daniel Adrián Madeiro que podía ser.
Por aquella
vehemente exposición de la profesora de castellano, nació mi admiración
por la labor de los hombres de la cultura y mi deseo de conocer a Borges.
Leí entonces:
“Ficciones”, “Para las seis cuerdas”, “El otro, el mismo”, “El informe
de Brodie”, “El oro de los tigres”.
Había cosas
que no comprendía y otras que no conocía. Me maravillaba su copiosa cultura.
¡¿Cómo podía un hombre saber tanto?!.
Cuando no entendía
lo que leía, no sólo con Borges, también con otros clásicos que son mucho
peso para un adolescente solitario, recordaba un consejo atribuido a Erasmo
de Rótterdam. Él decía que cuando no comprendemos algo en su primera lectura,
es conveniente no encasillarnos en el intento por develarlo. Aconsejaba
seguir adelante, afirmando que en la segunda lectura todo sería más claro.
Algunas veces,
me sirvió. Por ejemplo, no conocer el significado de ‘everness’ no me impidió
entender el poema. Sólo recientemente conozco, aunque no con certeza, el
significado de esa palabra. Aludiría a lo sempiterno; para el caso del
poema a una memoria eterna.
Borges era
para mí el modelo de escritor, un maestro que me enseñaba como había que
escribir las cosas.
Por un breve
tiempo, estúpidamente, procuré escribir como lo haría él. Pronto me percaté
que mi lugar era admirarlo y aprovechar su ejemplo.
En pocos años
yo dejé la adolescencia para comenzar a ser un hombre. Mientras, Borges,
estaba más viejo.
En ese 1975,
cuando yo trabajaba de cadete en una fábrica de camisas, a él le quedaban
sólo once años más por vivir. El 24 de agosto, iba a cumplir 76.
Poco antes
de esa fecha me tomé el trabajo de conseguir su teléfono. Pensé que como
se trataba de un hombre sumamente importante no lo ubicaría en la guía.
Así fue, no había un teléfono a nombre de Jorge Luis Borges. Pero si de
su madre, Leonor, en el 994 de la calle Maipú donde vivía.
Para su cumpleaños
lo llamé. Atendió una voz femenina y formal, que presumí sería la señora
María Kodama. Me preguntó quien le quería hablar. Dije la verdad: Daniel
Madeiro.
Por supuesto,
él no me conocía. Estaba seguro que me despedirían cortésmente tomándome
un mensaje.
Yo estaba equivocado.
La voz serena y tímida de Jorge Luis Borges resonó del otro lado del teléfono.
Me preguntó
quién era, le reiteré mi nombre y le dije que era su admirador, que me
parecía maravilloso lo que escribía, que yo componía poemas y cuentos y
que le agradecía enormemente su atención frente a mi atrevimiento.
Me dijo que
él no podría verme pero que yo sí visitándolo en un café de la Galería
del Este al que iba a diario y, entonces, escucharía mis escritos. Nunca
me animé.
Aquella fue
una conversación breve pero inolvidable.
Sentí, y aún
siento, que Borges no era presumido, que era un buen hombre. No me habló
desde las alturas. Me trató con respeto, simpleza y sincero agradecimiento
por el llamado.
¿Cuántos hombres
notables, cultos y extensamente galardonados prestan oídos al llamado telefónico
de un desconocido?.
Más tarde,
en 1980, trabajé como empleado administrativo en el Club Español de Buenos
Aires, a una cuadra de la famosa Avenida de Mayo.
Allí lo vi,
acompañado de María Kodama, brindando una exposición sobre Ricardo Güiraldez
en el salón del primer piso. Recuerdo que le bajó la presión y le acerqué
un coñac.
Tenerlo frente
a mí fue maravilloso. Aquel hombre anciano, ciego e indefenso, restableciéndose
sobre una silla, era para mí, sin ninguna duda, el escritor más grande
de Argentina.
No hubo más
encuentros.
El 14 de junio
de 1986, Jorge Luis Borges muere en Ginebra.
Me perece importante transcribir el detalle de algunas de sus obras. Borges escribió en poesía: Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente, Cuaderno San Martín, El hacedor,
Para las seis cuerdas, El otro, el mismo, Elogio de la sombra, El oro de
los tigres, La rosa profunda, La moneda de hierro, Historia de la noche,
La cifra, Los conjurados; En ensayo: Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza, El idioma de los argentinos,
Evaristo Carriego, Discusión, Historia de la eternidad, Aspectos de la
poesía gauchesca, Otras inquisiciones, El congreso, Libro de sueños; En cuento: El jardín de los senderos que se bifurcan, Ficciones, El Aleph, La muerte
y la brújula, El informe de Brodie, El libro de Arena; y decenas de trabajos con otros autores.
En diciembre
de 1996 se me ocurrió ponerle música a ocho de sus poemas: “La luna”, “1964
II”, “Edgar Allan Poe”, El suicida”, “Buenos Aires”, “Everness”, “Un patio”
y “Milonga de los morenos”, y así lo hice.
También me
animé a enviarle el casete con los ocho temas y una nota a la sede en Buenos
Aires de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges.
No soy músico
profesional ni tampoco un buen cantante, por lo que descuento que, más
allá de mis buenas intenciones, las composiciones enviadas no resultaron
atrayentes.
De todos modos
fue una experiencia que me permitió manifestar, a través de la música,
mi admiración por Borges.
Hoy estoy usando
este escrito e Internet, esa “vasta Biblioteca contradictoria” como instrumentos
para mi homenaje.
"La Biblioteca
Total" es un ensayo aparecido en la revista literaria Sur en 1939,
donde podemos leer:
“Lewis Carroll... observa en la segunda parte de la extraordinaria novela onírica Sylvie and Bruno –año 1893- que siendo limitado el número de palabras que comprende un idioma, lo es asimismo el de sus combinaciones posibles o sea el de sus libros. “Muy pronto –dice- los literatos no se preguntarán, ‘¿Qué libro escribiré?’, sino ‘¿Cuál libro?’”.
Muchos son
los que ven en ese ensayo, un anticipo de lo que hoy es Internet. Quizá
su final sea el que nos brinde una descripción muy aproximada:
“Yo he procurado rescatar del olvido un horror subalterno: la vasta Biblioteca contradictoria, cuyos desiertos verticales de libros corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira”.
Sí, Internet
es la “vasta Biblioteca contradictoria” que nos obliga a tener con ella
la prudencia de los antiguos griegos ante sus coléricos y cambiantes dioses.
Cuando comencé
a escribir este trabajo, no tenía la certeza de lo que diría; sólo sabía
que deseaba escribirlo.
Siento que
necesitaba contar que admiré y admiro a Jorge Luis Borges; que en mi experiencia
personal me quedó la certeza de haber conocido a un buen hombre; que en
el país donde nací y vivo, Argentina, muchos ven en él sólo un burgués
intelectual y ante eso se privan de leer escritos maravillosos; y que estoy
seguro que los escritores noveles debemos aprender mucho de él, como de
tantos otros grandes.
También quiero
copiar un poema suyo. Creo que refleja una dolorosa experiencia personal
de Borges, una tristeza profundísima que, humildemente, siento que lo acompañó
hasta el último de sus días.
1964 II (de “El otro, el mismo”)
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta calle, a cierta esquina.
Cada vez que lo leo, me imagino el apagado rostro de los que jamás lograron abrazar la felicidad.
Que te importe ser feliz.
daniel adrián madeiro
Buenos Aires, Argentina. 1957.
Autor de poemas, cuentos, narraciones, artículos y ensayos.
Más de un centenar de sus obras pueden leerse exclusivamente en Internet,
en numerosos portales de América y Europa. |
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