quise salir del sueño, pero...
víctor montoya




   Las hormigas se apoderaron de mi cuerpo, introduciéndose por los orificios que encontraban a su paso.

   Los sapos, grandes y rechonchos, emergieron a raudales por la taza del baño; en tanto los lagartos, penetrando por la ventana y tragándose a los sapos, correteaban por las paredes y el techo.

   Cuando las hormigas me vaciaron por dentro, dejándome reducido a un armazón de huesos, los lagartos y sapos empezaron a llorar como niños angustiados.

   Mientras miraba mi esqueleto, atravesado de lagartos y sapos, salió un chorro de gusanos por la pileta del baño, ubicada a dos brazadas de mis ojos.

   En eso escuché los pasos de mi vecina, quien empujó la puerta y entró en el cuarto.

   Mi vecina tenía el cuerpo cimbreante, la cabellera plateada, los labios sensuales y los ojos luminosos.

—Me llevaré a los bichos que te atormentan —dijo.

   Se acercó y se desnudó echándose a mi lado. Sus manos acariciaron mi esqueleto y sus senos se aplastaron contra mis costillas. No sabía qué hacer con su cuerpo. Me volví y revolví, sin besarla ni penetrarla. No tenía labios y mis huesos lloraban a gritos su dolor.

   Ella se levantó y se enfundó en su vestido blanco. Salió del cuarto y los animales salieron detrás de ella, uno a uno, como atraídos por el olor que desprendía su cuerpo.

   Permanecí en el piso, mirando el techo. Quise salir del sueño, pero...





víctor montoya
La Paz, Bolivia. 1958.
Su extensa obra está constituida por cuentos, novelas, ensayos y crónicas periodísticas. Dirigió las revistas literarias PuertAbierta y Contraluz. Escribe para publicaciones en América Latina, Estados Unidos y Europa.
Reside en Estocolmo desde 1977.