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elefante no identificado
anibal jorge sciorra
El elefante se muere justo justo ahí, en medio de la
Avenida de Mayo, y deja su tremenda anatomía toda tirada sobre el pavimento,
interrumpiendo gravemente al tránsito automotor y de pasajeros.
La gente trepa por encima del pobre bicho para no perder
tiempo y llegar a horario a sus habituales ocupaciones, porque si no no
le pagan el presentismo, otros, en cambio, corren por llegar a horario
a los bancos para cubrir la cuenta que por lo general siempre estará en
rojo, y de paso pagar el impuesto municipal y la moratoria de la jubilación
que vence hoy, porque esas cosas siempre vencen hoy, entonces corren, se
llevan por delante torpemente, se tropiezan, se caen y se vuelven a levantar
y corren, siguen corriendo porque hay que llegar a tiempo sino las consecuencias
pueden costar muy caras y es por eso que trepan y se deslizan , suben y
bajan, saltan y hacen todo tipo de maniobras con sus cuerpos ciegamente,
sin interesarles siquiera lo que van encontrando a cada paso de tan vertiginosa
marcha. ¿A quién le puede interesar un elefante muerto en plena Avenida
de Mayo, cuando el impuesto a las ganancias vence hoy?, opinó rápidamente
un contador calvo ante la pregunta de un movilero radial que se encontraba
en el lugar del hecho.
A un distinguido caballero, de esos a los que ya no se
los ve más ni se sabe de donde pudo haber salido, se le cae el sombrero
justo justo adentro de una de las enormes orejas del elefante muerto. ¡Oh
drama por rescatar el sombrero! El distinguido transeúnte se siente indignado
y amenaza con su paraguas al responsable. Totalmente fuera de sí empieza
a escarbar con el paraguas la gigantesca oreja con el afán de sacar de
allí a su querido sombrero. Todos sus intentos resultan inútiles.
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Mientras tanto un agente de policía toma debida nota
del infractor, al que le busca afanosamente el número de patente por todos
sus lados sin poder hallarla quedando frustrada su intención de hacer una
boleta importante.
Los automóviles, camiones transportadores de bebidas
gaseosas y otros de hamburguesas y salchichas que, por razones obvias de
consumo masivo, no pueden detener su marcha, también intentan pasar por
encima del cadáver del animal, lo mismo que ómnibus cargados de pasajeros
y motocicletas que entregan pizzas a domicilio.
¿A quién le puede interesar el cadáver de un elefante
muerto?, contesta ahora el chofer del interno 22 de la línea 86 al movilero
de la radio, y agrega: el elefante está muerto y punto, nosotros tenemos
que seguir laborando.
Por fin llega al lugar un camioncito destartalado color
gris de la división "Animales muertos en vía pública" para retirar
al infeliz paquidermo. Como es muy pesado, y no lo pueden cargar los cuatro
pobres integrantes de la cuadrilla y porque las dimensiones del camioncito
no se ajustan para ello, optan por cortarlo en cómodas fetas jugosas con
una enorme motosierra. En pocos minutos quedan las fetas apiladas sobre
el acoplado del camioncito donde se agolpa una gran manifestación de desocupados
y jubilados que protestan queriendo saber que destino le darán a esa carne
ya que consideran injusto que se la coman los funcionarios mientras el
pueblo sufre hambre y toda esa semejante cantidad se la podrían distribuir
a gran parte de los necesitados. Los hombrecitos de la cuadrilla , a punto
de retirarse del lugar en el camioncito destartalado, tratan de apaciguarlos
diciendo que ese tema tienen que tratarlo con las autoridades, ya que no
tienen ninguna orden de entregar las fetas a ninguna persona no autorizada
por el organismo correspondiente. Entonces, los manifestantes, mucho más
efusivos que antes, retoman su marcha hacia la Plaza de Mayo y agregan
a sus cánticos habituales de "Entrega de la carne de elefante ya".
Por último, en simpático gesto, a pedido de un programa
de entretenimientos de la televisión, y ante sus cámaras de exteriores,
la cuadrilla de obreros que trabajó en el corte del elefante en fetas,
le obsequian la oreja al distinguido transeúnte para que la pueda seguir
escarbando a gusto con su paraguas en su casa cómodamente y poder rescatar
de una buena vez su sombrero. Sonríen todos mirando hacia las cámaras.
anibal jorge sciorra
Buenos Aires, Argentina. |
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