poema
leticia cortés




Para los muertos
los otros que no murieron
los que aún no han encontrado
Para los que no quedaron ni vivos, ni muertos,
sino simplemente siendo...
He ahí el mar
El mar abierto de par en par
He ahí el mar quebrado de repente
Para que el ojo vea el comienzo del mundo
He ahí el mar
De una ola a la otra hay el tiempo de la vida
De sus olas a mis ojos hay la distancia de la muerte

Huidobro



He aquí, la paz del mar se convirtió en guerra. El agua sobrepasó el límite que Dios le había dado. Renunció a su forma y espacio. Se hizo constelación, cantó derrocando a la humanidad. Se postró en los hombros del sol que entonces se hizo agua como de silicio y lapidó cientos de rostros, cuerpos aferrándose a la vida, troncos de árboles que también se resistían a perderse en el mar. El naufragio de las sombras, bancos de peces abrían su boca para devorar pupilas con miedo. No hubo nadie en la tierra para predecir la destrucción del mar. El mar estuvo sobre nosotros. Arrastró el destino, hizo polvo las flores, despegó sus labios de la arena para llevarse, a los ahora desaparecidos y muertos. Agotó cuanta vida tuvo: planetas hoy difuntos, sentidos enredados en algas, cadenas tratando de ser. Los pájaros se quedaron a medio vuelo. Los jardines pesaron sobre las tinieblas, no hubo esa noche luna. Todo se oscureció. Apenas se escuchaba el ruido de las olas, el vaivén de las alas rotas en el cielo. El mar conoció la libertad. He aquí que el mar despertó con un llanto. Abrió los ojos y buscó las manos de otros. He aquí que quiso tocarnos como nosotros nos acercamos a él: de manera violenta, sintiendo que éramos dueños del mar, que podíamos alimentarnos de él. He aquí que simplemente se levantó y nos devolvió lo que hicimos. Escuchamos su llanto, los millones de llantos que protestaron por los años que le hemos dado de angustia. Ahora escuchamos el dolor. La esperanza es millones de corales desbaratados. Los días son.... He aquí que escuchamos al mar rugir, abarcando lo que creíamos era nuestro. Nosotros lo escuchamos, se revolcaba en las casas, en las calles, entre la gente que se batía entre sí. Se postró en todas partes: en los humanos que ahora son malditos peces dormidos, temblorosos, esperando otra réplica para terminar con la catástrofe. Algunos ni siquiera lloramos. Algunos seguimos creyendo que no lloramos porque no sufrimos como sufrieron los que rechinaron los dientes y se revolcaron. Los que hoy tienen insomnio y no pueden dejar de respirar agitadamente. Porque no tenemos niños pidiendo que no quieren ver agua, que el mar no les gusta, que no quieren ir. Porque tenemos la cabeza completa y los cabellos donde mismo. No tosemos, ni nuestra sangre está reventándose, no nos pisotearon las aguas. He aquí que tengo miedo. Que el sueño de las olas que cubrían el cielo sin animales y arrasaban con todos, se ha cumplido. He aquí que tengo miedo de que nadie nos escuche y tomen venganza. Que olviden las maldiciones y nos quiten. Que nos hagamos mar, hombres con branquias y mujeres con piernas de olvido. Que exploten los parques y sean sólo campos de agua. Que seamos parte del mar. Gimamos tendidos en nuestro propio llanto. Nos quedemos pensativos porque no habrá más tierra. Nos dolerán las sábanas que ya no tendremos, ni las almohadas. Nos sentiremos agua detrás de ventanas de barcos hundidos. No tendremos razón para llorar. Seremos agua en polvo y carne. ¿Algún día dejarán de contar a los muertos? ¿Dejarán de salir cuerpos que yacían debajo del agua, de los arrecifes, sin lenguas porque los corales los habitaron y se cerrará para siempre la lista de nombres? ¿Podremos ver el mar como antes? ¿Podremos algún día decir que sólo lo soñamos? He aquí que el mar vino a estrellarse. No hubo nada feliz en ese oleaje. Las barcas desaparecieron y la orilla se dejó de ver porque todo tuvo forma de orilla. ¿Cómo desaparecen las orillas, y qué nombre toman cuando dejan de serlo? Las olas cantaron mejor que nunca. El mar se estiró, se envolvió de nosotros, se hizo hombre con la piel y las venas, con momentos de paz y de euforia. Porque para el mar dejar su orilla no fue euforia, no fue violencia y no fue muerte. Fue libertad. Libertad que el humano no comprendió. ¿Por qué no comprendemos que nosotros no somos nada de paz frente al mar? Sólo vino a tocarnos como nosotros lo hacemos. Con toda la fuerza que esconde. Con los principios de la vida y sus serpientes. Con los montes. Su forma y sus torbellinos. Con sus pétalos de agua, pétalos rotos de repente. Pétalos ojos que ven nuestro comienzo y nuestro final. He ahí el mar. De una ola a la otra hay el tiempo de la vida. De sus olas a mis ojos hay la distancia de la muerte.





leticia cortés
Me llamo Leticia. Me pusieron así porque así se llama mi madre. Nací en Guadalajara un viernes lluvioso de 1980, el 22 del mes en que el cielo se llena de cometas. Mi elemento es el fuego. Me llamo Leticia. Significa Alegría. Mi vida se mide antes y después del silencio. Todo se resume a lo contrario a lo que significa mi nombre. Tengo grabada la melancolía en los lunares grises de mis ojos. En las líneas de mis manos está escrita la palabra tristeza. Estoy aquí porque no encontré otro remedio para curar mi garganta. Porque no tenía otro lugar a dónde ir. Soy presa de la escritura. Y no me iré, aunque me quieran aventar al vacío, no me iré. Porque a veces soy más terca que creativa.Me llamo Leticia. A veces soy poeta y a veces poema. Y no me extrañaría que de repente me quedara sin movimientos: con la mano estirada hacia un papel que no existe, tratando de escribir con tinta invisible, un nuevo lenguaje que respire.