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ella guardó silencio
cástulo aceves orozco
Ella deja escapar un gemido, el ambiente
huele a su piel quemada. Una habitación pequeña, en una silla se encuentra
una mujer, está siendo golpeada por tres soldados. En un rincón del cuarto
permanece en silencio un lingüista. Uno de los hombres sostiene un cigarrillo
en la base del cuello de la soldado, con la mano libre jala sus cabellos.
Otro soldado la golpea con el puño cerrado, le abre un hilo de sangre sobre
la ceja. El tercer militar le dice algo al lingüista, que se encuentra
en el cuarto como traductor. El lingüista - traductor observa a la joven
amarrada a una silla: sus pantalones raídos, sin color; su blusa totalmente
rota, que cuelga solamente de la cintura (está desnuda del cinturón hacia
arriba). Uno de los torturadores insiste, él traduce a su vez tratando
de agregar palabras tranquilizadoras. Ella sigue sin hablar.
Levantan a la mujer, cuelgan sus manos amarradas
a un gancho en la pared del fondo. Ahora les da la espalda, el lingüista
ve esa piel cruzada de largas costras que se retuercen como lombrices o
como serpientes. No puede ver su rostro, pero sabe que tiene los labios
hinchados, los ojos hundidos en sus órbitas oscuras de golpes. Diles lo
que quieren, le dice él tratando de ayudarla, están perdiendo la paciencia.
Ella insiste en guardar silencio.
La prisionera permanece allí, recargada como
muñeca vieja que apenas mantiene la vertical. Uno de los soldados le baja
los pantalones, rompe lo que quedaba de ropa. La bajan del gancho sólo
para colgarla de nuevo, ahora mirando de frente. Uno a uno la penetran,
tomándola del cuello y estrangulándola, exprimiendo sus pechos, que se
ven rojos, sin forma, fruta a medio podrir. El lingüista se queda paralizado,
intenta desviar la mirada, pero no puede. Mira las piernas suaves ahora
cruzadas por raspaduras, el vello y el sexo enrojecido, sangrante, los
hombros y la garganta llenos de escupitajos. No puede soportarlo, siente
nauseas. Al agachar la cabeza mira el abultamiento en sus pantalones, eso
lo hunde más en su asco, su desesperación. Vomita. Uno de los soldados
lo empuja hacia fuera mientras él último golpea la cabeza de la mujer contra
la pared, se corre dentro de ella. La soldado no emite ningún ruido.
El lingüista repasa la escena encerrado en
esa especie de celda - cuarto de huéspedes. El país en que se encuentra
está en guerra, lo invaden por razones que a nadie le quedan claras. Hace
un par de años conoció a un doctor, también investigador de lenguas, allá
en su país. Después de una larga conferencia, donde él tuvo que permanecer
ecuánime durante casi tres horas, pues estaba en el presidium, fueron a
cenar con el conferencista. Intercambiaron opiniones, luego conocimientos,
ya entrada la noche desengaños amorosos. El doctor se convirtió en colega.
A los meses de que el doctor regresará a su país, el lingüista recibió
su invitación para un proyecto. La oportunidad de conocer un lugar lejano,
buena remuneración y la posibilidad de sobresalir con los resultados, no
lo pensó mucho, a las pocas semanas el lingüista - investigador - traductor
estaba en un nuevo país. Sabía de los conflictos armados de esa tierra
que lo recibió, pero estos entre la población eran ya una costumbre.
Cuando el ambiente estaba tenso, el lingüista
recibió un mensaje de su embajada. Debía dejar el país inmediatamente,
dijeron, por su propia seguridad. Su país no estaba en el conflicto, en
realidad no había tomado ningún partido, pero sabían que cualquier extranjero
corría peligro, y los de su país no harían nada para ayudarlo si era atrapado.
Esa noche fue y visitó a su amigo, el doctor le explicó que había sido
llamado a defender a sus compatriotas, ejerciendo el oficio de traductor
en el ejército. En vano trató el lingüista de hacerle ver su punto de vista:
la guerra es estúpida, una pérdida de vidas humanas, tan innecesaria como
los soldados, como las armas y los lingüistas en medio de ese caos. Recibió
una bofetada, él no había tenido que vivir escondiéndose de hombres armados,
no pasó noches enteras oyendo caer bombas o metrallas, jamás había sabido
lo que era un sitio o un campo de concentración. En su país los años de
paz habían vuelto cínicos a los hombres, cobardes. Estoy obligado a defender
mi patria, dijo el doctor para rematar su discurso, justo antes de que
unos golpes en la puerta anunciaran a militares de reclutamiento. El lingüista
fue capturado, no iban a dejarlo salir del país hasta que no pasara el
conflicto. Bajo la recomendación de su amigo, recibió el cargo de traducir
a cambio de un mejor trato.
Antes de que oscurezca pide, desde su celda
- habitación, hacer una llamada. Esta fue efectiva, después de explicar
la situación a un general, se le permitió pasar la noche con la prisionera,
con la excusa de ayudarla a recuperarse para que pudieran seguir con el
interrogatorio.
Un soldado lo acompaña a la celda, se queda
vigilando en la puerta. Cuando el lingüista entra, la ve recostada sobre
su hombro, dando la espalda a la pared, cubierta por una manta sucia. Se
sienta en la cama, cerca de la cabeza. No intenta despertarla, se ve exhausta,
parece muerta. Con una pequeña cubeta que lleva, un trapo y una botella
de alcohol, empieza a curarle las heridas. Quita poco a poco la cobija,
está vestida sólo por los jirones de ropa. Empieza a limpiarle los brazos,
pasando suavemente la tela, tratando de que el ardor no la despierte. Después
de un rato ella mueve la cabeza, ¿Quién es?, pregunta como si no fuera
una celda sino un cuarto en alguna casa. Él iba a decir su nombre, decide
no hacerlo, el traductor, le dice en voz baja. Ella lo reconoce, se tiende
de espaldas sobre la cama, voltea el rostro hacia la pared. En silencio
el lingüista baja más la cobija, empieza a limpiarle el pecho, el abdomen,
en un movimiento torpe hace a un lado los jirones de ropa. Pasan minutos
sin que ninguno diga nada.
Él se siente incomodo. De pronto ella empieza
a hablar, sigue diálogos sin continuidad: habla de su casa, de su país,
menciona un hijo, un novio o esposo o amante, un nombre como tantos. Habla
también de la tierra, de las razas, de su pueblo. Repite todo en un tono
sin cambio, como si repasara una tarea de política o historia. Hace grandes
pausas, toma aire, no debe hablar demasiado. Para la media noche ella esta
totalmente desnuda, la cobija hecha a un lado. Él limpia y cura sus piernas.
Dejó de hablar hace algunos minutos, Parece que volvió a dormir, piensa
el lingüista. Mira su cuerpo de entrenamiento, duro, lleno de coágulos,
quemaduras y cicatrices. Poco antes de caer en el sueño ella le contó como
su unidad llegó más lejos que nadie, se internó en el campo enemigo siguiendo
a un teniente o general. Fueron emboscados al llegar a un pueblo, entre
soldados y civiles atacaron su convoy. Cada uno del equipo mató a muchos
hombres, mujeres y niños, antes de caer rendidos. De los ocho murieron
cinco, otros dos hombres fueron torturados por unas horas antes de ser
fusilados. Ella era la única mujer, lleva ya casi una semana prisionera.
Él la mira desnuda, su cuerpo es agresivo y hermoso. Su sexo esta endurecido,
se sabe excitado. Empieza a bajarse los pantalones, la penetra mientras
besa con cariño sus pezones, tratando de curarle con su saliva, con su
lengua. Ella no se despierta, cuando él se corre la lastima, la mujer abre
los ojos pero no emite sonido alguno.
El lingüista regresó a su cuarto, durmió
en calzoncillos. Lo despiertan los ruidos, como si una lluvia de rocas
golpeará sobre el techo. Se viste, sale al pasillo y ve una confusión de
soldados gritando cosas, buscando armas, escondiéndose. Llega a la celda
de la mujer, la puerta esta abierta. Un soldado le apunta con un arma a
la mujer recostada, le da la espalda a la entrada. El traductor - extranjero
- lingüista toma una silla que esta en el pasillo, seguramente del celador.
La levanta y golpea con ella en la nuca del soldado. El hombre del arma
cae. El movimiento lanza al lingüista hacía atrás, se golpea con la pared
y se desploma en el suelo. Le arde su brazo, ve una gran bola bajo la piel.
La mujer voltea hacia él desde la cama. Llegan soldados a rescatarla. Al
verlo le apuntan a la cabeza, él les habla, les dice que era prisionero,
que no es soldado, es extranjero. Ellos no saben que hacer, un soldado
toma a la mujer en brazos, le habla emocionado, ella agradece. Le dicen
a su compañera que será un héroe, que tenga valor. Indecisos, le preguntan
si lo conoce, si es amigo o enemigo. Ella lo mira, le insisten ¿Lo matamos?
Ella guardó silencio.
cástulo aceves orozco
Guadalajara, México. 1980.
IIngeniero en Sistemas Computacionales. Tiene publicado el libro "Puro
Artificio" (Editorial Humo, 2004). Ha participado en diversos talleres
de creación literaria desde 1998 y en el encuentro de Talleres "Altaller"
(Guanajuato, 2003). Ha publicado en varios medios escritos y electrónicos,
en las antologías "Figuración de instantes", "Mar nuestro
de cada día" y "Tramas y Líneas. Muestra de narrativa de Guadalajara".
Mención honorífica en el 1er Concurso de Cuento Corto del ITESO. Ganador
del concurso estatal "Adalberto Navarro Sánchez" 2004, en la
categoría de narrativa. |
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