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carlos eduardo herrera gómez





1


La película comienza conmigo, sentado frente al ordenador, como circunstancia de algo más: un observador en el asiento trasero de un auto conducido por alguien a quien no conozco: parte de la corriente de luces rojas que, por la noche, inundan el pavimento...

Disolvencia de la imagen y la escena cambia: en ésta, yo soy la humedad en los labios de Anna, pero también soy la risa y el olvido: un libro de Kundera, un par de filmes de memoria, un sentimiento diferente en la mirada.

Me da sueño con verme la mano. No importa por cuánto me haya prestado su boca, mis dedos huelen a café y cigarro sólo por tocar la mesa.

Tanto tiempo invertido en colocarnos para luego tirar las toallas, el boxer y la historia, tan fácilmente como pintar, en la pared, una estrella blanca colgada de un hilito... Es increible que tengamos que contratar satélites para decir "te quiero", "buen día", o bien, para exterminar ausencias porque ¿para qué decir adiós? ¿Para qué indignarse? ¿Para qué llorar el tango, el blues o cantar boleros? Das un click, te desconectas y al carajo la vida de los otros.

Quizá por eso la noche del mundo en Viena dejó de ser Nobel, aunque no literatura; coincidió con la desilusión entre la enfermedad y la arrogancia, si no es que ya, redundar, es nuestra suerte; resumido el presente por la fobia social de Jelinek y su apremio por volver a la tranquilidad.

Miedo del sí, pero no asistirá: no flash, no questions, no answer y no... "No soporto las multitudes", dijo... No más. En el 96 fue la derecha y ahora el Vaticano: parte del mundo que fue y será una porquería, como cantaba el tango, es también la multitud y el espejo del que llamaron "su arte degenerado".

"La alegría vendrá después -dijo ella-... La moneda, hoy, sólo tiene una cara; el otro, es su costado".

Por un momento, la escena queda casi congelada, meditativa, hasta que de a poco se convierte en la panorámica del horizonte sepia de un flashback: tarde, campo y sol de cuando Anna era pequeña y solía planchar monedas en la vía del tren que cruzaba la finca toledana.

Yo, a miles de kilómetros, hacía con arena cerritos de futuro.

Qué diferente era cuando una banda de colores velaba su sueño, cuando era pequeña y voz en la voz de los desconocidos... Ahora sólo me había regalado un comentario sin opciones.

Fanática de congelar mi llave, todo el tiempo era nieve su destino.

... Con hielos de miel pintaba mi acuarela.

- Usted se está muriendo de a poco en el mundo -le dije un día-... ¿No sabe que el olvido es también una forma de morirse en los demás?

- No importa -respondió-. No vale la pena ser recordado; a decir verdad, la muerte puede ser mucho más dulce de lo que uno se imagina.

Luego, no sé cómo pude sonreír y, peor, contestar: "bien, no pregunto más por usted, dejo que se suicide a gusto en mí".




2


Era invierno y, para ella, temporada con música de viento. Preguntarle de qué color era Madrid entonces y de qué color ahora, había sido una gris ociosidad; sin embargo, en ese signo de interrogación radicaba su distancia... Esta vez no sabría cómo leerme.

Desde el inicio y vistos desde arriba, fuimos parte de la memoria colectiva del mundo -recortes en el colage de un libritobjeto-, sólo que a mí, recién me habían matado en un sueño y Anna me alcanzó el fuego cuando no fumaba... Agua y sal despierta para luego, pero nada... Nunca más.

Fue lunes y, ese lunes, me plantó. El martes me dio sus excusas, me pidió perdón... Quedamos para el jueves y, el jueves, me olvidó.

A ella le dio frío, miró la hora y yo no pude más que repetir con todo el cuerpo: qué bien que no hubo mar en esta historia... Qué bien que no hubo mar en esta historia... Qué bien que no hubo...

Comenzaba, sin embargo, la pantalla en negro y la garganta de arena con perspectivas en los orificios; cada ventana era un cuadro y, cada cuadro, un cielo nublado... Porno por cable, arrodillado, masturbándome mientras dormías a mi lado.

Entonces, o después, fue que, aún con los ojos cerrados, preguntaste:

- ¿piensas en mí cuando no estoy contigo?

Pienso cómo sería el cuento de un tipo que necesita saber de qué color es Madrid y que todos los días tiene que cantar Space oddity porque siente que se sale del mundo, porque siente que sólo existe cuando alguien lo piensa y que, cuando le olvidan, desaparece...

Qué sería de él si, un día, estando junto al mar de Barcelona, la chica sentada sobre la arena comienza a cantar esa misma canción y, justo cuando ella dice "Tell my wife I love her very much she knows" y se miran mutuamente, ella desaparece?...

... En realidad no importa, Anna, no importa... No importa si te has recostado ya en las palabras contigo, el tipo del cuento sólo tuvo 3 minutos para escribir "adiós" en un pedazo de madera, lanzarlo y recordar tu mirada de nube entre faro, sol y astillas de interrogación.

... Que ¿dónde se me han caído las razones? Pues no lo sé. La última prisa fue mi mano en tu destino.




3


Hoy, especialmente, se nos ha despintado el cielo... Cerrado el día... Ateridos todos como si hubiera sido urgente ponernos ante la ventisca y quedarnos petrificados en medio de la estupidez de las cosas o tener la opción de casa y escuchar a Lester Youg con un café y un poco de alcohol.

- Si tan sólo hubiera nieve aquí, Anna... No conozco la nieve como a ti...

- Pero siempre supiste que cruzaba los pies para conciliar el sueño, no? - Dijo ella mientras cruzaba las piernas y levantaba del cenicero su cigarro...

Corso, entonces, no podía y no quería recordar el momento justo en el que comenzó a tolerar su insolencia. La miraba, pero hubiera deseado que fuera domingo para sentirse triste; solo y no frente a ella.

- Llegado el domingo -dijo él, sin mucho sentido-, hay desnudos que no sé si estará bien contarlos a gotas o por cien. La capacidad que tiene un cuerpo para ser contado depende, plásticamente, de su frente a frente o de su perfil emocional; así que cada domingo es mi piel a cuadros y mi alma de cobija.

- Y eso qué?

- Pues eso, que no tiene caso levantarse si nadie se acostó contigo, no? Es decir, qué me importa a mí si hace diez o quince semanas lo sabía, qué me importa ya si cruzabas los pies y ahora las piernas mientras te mojas los labios, Anna. De qué carajo te sirven los ojos conmigo, si sólo te la pasas guiñándome lo que viviste o lo que supones que viviste... Ni siquiera tienes conciencia de que esto sea un sueño y de que lo que hago ahora es despedirme de ti, Anna... Ya sólo eres una taza de café arrogante.





carlos eduardo herrera gómez
México D.F.
Dirige la revista eléctronica Labyrinthus
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