luz de luna
pilar ana tolosana artola




                    << Empezaba ya a aburrirse de la gente; estaba ya harto de vivir sin novedades, sin ilusiones que colorearan su vida. La rutina, poco a poco, se iba haciendo con su amargada vida. Se unían “en extremaunción” la ganas de llorar, y la necesidad de gritar... de ahogar su voz en puro lamento. Nadie podía entender su azoramiento, y esto aún le hundía más en su soledad. Por ello, no sabía a quien dirigirse; no merecía la pena acudir a nadie. Hacía tiempo que ya se había quitado de la cabeza esta idea, pero le preocupaba que el mundo pudiera ser tan cruel con él, que le negara la autoestima, y a cambio, aflorase en su interior ese sentimiento de incomprensión, que le aturdía más que si no estuviera nadie a su lado. Y realmente, pensaba que no había nadie que quisiera soportarle. Él había intentado una y otra vez recrearse en sus estudios, en sus amigos, o en su familia... Pero, fue peor, todo le había dado la espalda... Había suspendido el curso y había dejado la Carrera, sus amigos habían discutido y no podían ni verse entre ellos, su novia cada vez parecía más su hermana y todo porque había desaparecido la pasión y el amor entre ellos, y sus padres, cansados de aguantarse, estaban separados, y en pleno divorcio. Así que, hacía meses, había decidido salir solo; y al llegar a casa, se asomaba a la ventana y fumaba un cigarrillo, no teniendo ni con quien hablar, ni con quien discutir. Echaba de menos hasta esas pequeñas broncas domésticas, que solían formarse antes de que sus familiares pelearan en serio, y se fueran cada uno por su lado, abandonándole con sus problemas y conflictos. Lo extrañaba todo>>.

                    Son las impresiones que él me dio antes de desaparecer por la puerta trasera de la discoteca. Después de decir que la música era repugnante, y que iba a salir a tomar un poco de aire. No tardé ni cinco minutos en ir a buscarle, cuando un extraño ser me empujó hacia la pared, y salió corriendo, antes de que pudiera verle con claridad. No tenía ni idea de lo que había visto realmente, pero no era una persona; o sí lo era, pero con agresivas y tupidas zarpas. El miedo me anquilosó los músculos por un momento, y no pude moverme hasta transcurridos unos segundos. Entonces, salí de ahí, con la intención de huir con mucho sigilo.

                    Cuando estuve en la calle contigua, miré hacia ambos lados, y no vi nada. Tampoco la luz de la noche, me ayudaba a ser perspicaz en mi tarea de búsqueda, pero me pareció que el peligro y el nerviosismo, que hacía unos minutos había sentido, no tenían razón de ser. Seguramente, esa noche me habría pasado con las copas, y ese era el motivo por el que yo veía cosas raras. La luz tenue de una farola, tintineaba de vez en cuando, y hacía presagiar, que pronto dejaría a la luna sola con la misión de alumbrar mi camino. No hacía falta tener buen oído, para escuchar a los “Dire Straits”; dudaba mucho que estuvieran tocando en la esquina, así que no me sorprendí nada, al ver que la música salía de un coche aparcado: No es que me fijara mucho, pero en su interior había dos sombras, las cuales supongo que eran las que hacían al auto seguir un movimiento constante hacia arriba y abajo. No hay nada como un coche con buenos amortiguadores... por lo que pueda pasar.

                    Un poco más allá, detrás de un contenedor, divisé el Opel Corsa del chico con el que antes había estado hablando. Me extrañó que todavía siguiera ahí aparcado, le creía ya a kilómetros del lugar. Después de lo del susto con el supuesto hombre-lobo, y la dura caída contra la pared, me alegraba la posibilidad de poder compartir mi historia con alguien, y que ese alguien podría llevarme a casa, y pudiera reducir la ruta solitaria que día a día tenía que seguir de aquella discoteca a mi cama, más aún.

                    Según me acercaba, iba reconociendo la misma canción que había escuchado anteriormente, “Money for nothing”. El sonido salía sin ninguna timidez, por la ventana del conductor, que parecía dormido a simple vista; no era raro para mí, por el extraordinario sopor de aquella noche. Estuve por seguir mi camino, y dejarle allí descansando, pero vi unos rastros de sangre que nacían de su puerta, y me asusté un poco. Aligeré el paso, pero mi conciencia me hizo regresar: al abrir la puerta, pude ver que el chaval estaba degollado. Un río de sangre corría por todo el asiento delantero, y los cristales estaban salpicados de rojo. Era como si le hubieran desgarrado el cuello tomándole por sorpresa por la parte de atrás; era un corte muy profundo por la garganta, una herida mortal, hecha más que por una persona, por un animal.

                    No dejaba de recordar mi encontronazo con aquel extraño y rudo ser en la salida de la discoteca. Retrocedí, de un salto. Fue entonces cuando tropecé con algo o alguien: era una criatura de unos dos metros, y parecía una persona, allí inmóvil en bipedestación; pero no lo era, parecía que se hubiera transformado en lobo. Esto no podía estar pasando, pero sus colmillos iluminados por la clara luz de la luna llena, me recordaban que estaba viviendo una situación muy real.

                    El pelo de un rojo amarillento, le envolvía todo el cuerpo, y sus pupilas muy redondas no apartaban la mirada de mí. El aullido que emitió antes de lanzarse a mi cuello, fue la ultima visión que tuve antes de perder el conocimiento.





pilar ana tolosana artola
España.