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international super star soccer
cástulo aceves orozco
A Armando Martínez, Ana Maldonado y demás miembros de la "Elite" |
La
emoción en el estadio no se compara a la euforia de Rafael Baer, que espera
a que ella aparezca para verla desnuda de nuevo. Desde temprano se ha ido
llenando el lugar, la final de copa es hasta medio día. Se ven familias
y porras desayunando o tomando cerveza en su asiento. A pesar de la naturaleza
del partido, para él toda esa emoción es casi incomprensible: ¿Qué le ven
a un grupo de hombres corriendo tras una pelota todo el tiempo? Se sonríe
al pensar que está allí por otros motivos.
La
vio por primera vez hace dos semanas, en el partido de cuartos de final.
Había ido al estadio a la fuerza, como ocurría de vez en cuando, obligado
por su padre. El equipo de su ciudad tenía que remontar un marcador de
tres goles abajo, por lo menos eso es lo que repetían todos los periódicos:
Deben ganar por más de tres, le explicó aquella vez su hermano. Faltaban
diez minutos para el final, el equipo iba cero a cero. Parecía que era
la despedida de los locales: no pasaban de media cancha, y si lo hacían,
sus tiros y remates provocaban los abucheos de los desesperados asistentes.
Rafael simplemente estaba sentado, esquivando la cerveza que caía porque
a cada jugada los espectadores de alrededor brincaban del asiento.
Entonces
ella apareció. De la desesperación en el ambiente se pasó a expresiones
de asombro. Por la banda derecha, cerca de la portería local, entraba corriendo
una mujer. Los jugadores en esa área se detuvieron para verla, ella se
quitó la playera y la arrojó al suelo. El árbitro dejo su actividad y se
quedó paralizado, ella iba llegando a media cancha deteniéndose solo para
quitarse la falda y dejarla en el centro del campo. Los únicos que no se
daban cuenta de lo que ocurría eran el portero enemigo y el delantero local.
La mujer ya se despojaba de su brásier. Un tiro, lanzada tremenda del arquero,
rebote de la pelota que queda suelta y, ante una mirada atónita de ambos,
una chica desnuda toma el balón, lo besa y lo arroja con ambas manos a
la portería. Se levantó un estruendo general, chiflidos, gritos, varios
policías persiguiendo a la gacela nudista tratando de taparla con una bandera.
Rafael
estaba perdido en el cuerpo fino y delgadísimo de la mujer. Hasta ahora
solo había visto desnudos en las revistas que su hermano guardaba, justo
entre el libro de biología y una novela de superación personal. Cuando
la atraparon, ella salió con la cabeza en alto, sonriendo al público, aprovechando
los descuidos de los acompañantes para jalonear la bandera y dejar ver
sus nalgas antes de entrar al túnel que lleva a vestidores. A partir de
allí su equipo hizo los tres goles, voltereta al partido en un tiempo record.
Sin embargo, más que de la hazaña, de lo único que se hablaba era de la
chica: Erika Roe.
Inicia
el segundo partido de la final con un aplauso de los asistentes. El equipo
en esta ocasión consiguió un empate a cero en el partido de ida, por lo
que debe ganar por la mínima diferencia. Para Rafael la euforia en las
tribunas no se compara con su propio nerviosismo, él sabia que posiblemente
Erika volvería a aparecer. Dado el escándalo de hacía quince días la vigilancia
se había redoblado. Pero confiaba en que la chica burlaría ese cerco y
de nuevo rompería el curso normal del partido. A los cinco minutos de empezado
el equipo local ya pierde por un gol. El nerviosismo vuelve a reflejarse
en los miles de asistentes. Una sonrisa se le dibuja al chico, entre más
alterado este el público, mayor es la hazaña de un exhibicionista salteador.
El padre y el hermano de Rafael se extrañan ante la emoción del chico,
de ser el único en la familia que no se interesaba en el fútbol, ahora
había sido el más persistente en conseguir boletos para el encuentro.
Las
imágenes de Erika Roe inundaban las publicaciones locales, a veces sin
censurar, en ocasiones con grandes cuadros. Rafael iba recolectando todas
en secreto. También abundaban las entrevistas: la chica tenía un cuerpo
de niña adolescente que contrastaba con el rostro adusto de bibliotecaria;
El joven empezó a buscarla con la única herramienta a su alcance, pero
el Internet no hacía más que mandarlo a páginas pornográficas donde las
fotos de la chica ya eran parte del repertorio. Paso la semana siguiente
investigando, lo único que encontró fue un comentario respecto a un supuesto
club, la Sociedad de Nudistas y Exhibicionistas Salteadores.
Asistió
al partido de semifinales, ante la sonrisa dubitativa de su padre. En ese
encuentro el equipo local pasó con facilidad a la final. Lograron una goleada
que mantuvo gritando y abrazándose a los aficionados. Rafael, estaba hecho
un ovillo en su asiento, ella no volvió a correr desnuda por la cancha.
Su padre casi lo abofeteó al creer que esa actitud de tristeza era porque
ya se había vuelto aficionado del equipo perdedor. Al día siguiente el
chico ya estaba de nuevo investigando entre los chats, grupos de discusión
y páginas de nudistas. Por fin, en la noche del miércoles, mientras los
locales conseguían el empate en el juego de ida de la final, alguien contestó
a su pegunta: Si, Erika es parte de la Sociedad. Quiero entrar, dijo Rafael,
a lo que siguió una extensa espera antes de la respuesta: Taberna Andy
Capps, a las 9 p.m. mañana. El chico apuntó el dato, pensando en como conseguir
la dirección del lugar y, sobretodo, como asistir a pesar de no tener permiso
de llegar tan tarde entre semana.
El
equipo local intenta arribar al marco, un tiro por la banda que no llega
a la cabeza del atacante. El defensa manda un globo que aterriza en los
pies del delantero visitante. Este emprende la carrera por el centro, dejando
atrás a los jugadores de la zaga. Esta sólo contra el portero, hace un
recorte y el balón entra junto al poste izquierdo. Los pocos asistentes
en el estadio que visten los colores del equipo que va ganando lo celebran.
Los demás, miles de personas, guardan silencio al ver que su equipo se
va al descanso del primer tiempo con un marcador de dos goles abajo. El
papá de Rafael esta inmóvil, al igual que su hermano, todos en la segunda
fila por insistencia del chico. La posición habitual del grupo era al inicio
de la segunda tanda de asientos, a unos quince metros de altura y desde
donde, según tradición familiar, se podían observar mejor las jugadas.
Es que así podremos ver todo de cerca, dijo como argumento Rafael y ninguno
se animó a debatirlo, ya era mucha sorpresa que quisiera asistir. Faltan
cuarenta y cinco minutos y el muchacho esta cada vez mas seguro de que
volverá a ver a Erika.
Decidió
escaparse, sabía lo poco probable que era conseguir un permiso para salir,
en jueves por la noche, yendo a un bar y sin hora de llegada. Aludiendo
a un examen se acostó temprano, salió por la ventana poco después de las
ocho. Llegó cinco minutos antes de la hora fijada. El lugar era una taberna
sin muchas pretensiones: cuadros viejos colgados, una barra sin gente y
una mesa de billar con un foco demasiado amarillo colgando encima. Se sentó
cerca del rincón y pidió una cerveza, ante el temor de que pidieran su
identificación y decidieran no venderle nada. Por el contrario, el único
empleado del lugar le llevo la bebida sin decir una palabra. Se veían muy
pocas personas, a los quince minutos se empezaba a preguntar si era el
lugar correcto. Entonces notó que aunque había estado llegando gente, ninguna
estaba en la única habitación del establecimiento. Fue cuando la chica,
Erika Roe, ahora vestida, con gafas y el pelo amarrado en un estilo muy
anticuado, cruzó la puerta.
Ella
pasó de largo las mesas, se metió a un pasillo junto a la barra. Rafael
se levantó a seguirla, en el lugar donde la perdió de vista solo había
un pequeño cuarto con una máquina tragamonedas muy vieja. Un sonido repetitivo
y desgastado surgía del aparato. Al acercarse, Rafael descubrió que el
lado izquierdo del artefacto era una puerta. Entró a una habitación con
sillas en semicírculo y un estrado en medio. Había casi veinte personas.
Unos hombres de aspecto robusto se le quedaron mirando hasta que decidió
sentarse, justo a la derecha de Erika. Antes de que él dijera una palabra
a la chica, un sujeto de baja estatura subió al estrado y dio inició a
la sesión. Un himno, recordatorios, la repetición de las reglas de la Sociedad
y por último, después de casi una hora, un reconocimiento a la socio Roe.
Cuando el chico estaba apunto de animarse a hablarle, el dirigente dio
inició a lo que él llamo, la ceremonia esperada: Todos los asistentes comenzaron
a desnudarse.
Al
darse cuenta de lo que pasaba, Rafael sintió vergüenza. Intento salir sin
que lo notarán cuando el cuerpo desnudo de la chica, a menos de un metro
de él, lo hizo excitarse y dejar todo pensamiento por esa piel a su alcance.
Los hombros delicados, la línea de la columna hasta perderse en medio de
las nalgas blanquísimas, las piernas estilizadas. En su arrobamiento no
se dio cuenta que los demás, ya desnudos, notaban su presencia por el hecho
de aun estar vestido. Los sujetos enormes que vio a la entrada, peludos
y marcados de músculo por lo que pudo observar ahora, lo sujetaron y subieron
al estrado. Todos hablaron al mismo tiempo, unos acusándolo de espía, de
reportero, de policía. Antes de darse cuenta era empujado al grupo, que
entre todos y a base de jalones empezaron a desvestirlo. No pudo defenderse.
Lo último que distinguió fue que Erika se acercó y agachándose apenas,
lo dejó sin truzas. En ese momento sintió más pena de la que nunca había
sentido, y, al mismo tiempo, una excitación como nunca había percibido
al encerrarse en el baño con las revistas. Un golpe lo dejo inconsciente.
Despertó desnudo en el basurero junto al bar, con toda su ropa perdida
entre restos de comida. Ningún taxi quiso detenerse para llevarlo a casa.
Faltan
solo diez minutos para que termine la final. El equipo local había logrado
un tanto al iniciar el segundo tiempo, lo que reanimo a la multitud pero
deprimió a Rafael. Casi media hora ha pasado y de la esperanza se pasa
a la desesperación: los locales no solo no se acercan al marco rival, sino
que ya han sido dos veces que casi reciben el gol que los mata. La tensión
de la gente se refleja en un silencio que pareciera tener consistencia.
Se escuchan los golpes al balón. El chico esta desesperado por verla. Su
hermano le da una palmada en el hombro, ¿Ojala se repitiera lo de hace
dos semanas verdad? Rafael Baer se lanza hacia delante, pasa entre los
espectadores de primera fila y de un saltó llega a la cancha. Los policías
no lo ven hasta que es muy tarde, ya llega a medio campo y solo le faltan
los calzoncillos. Al llegar justo al centro, se queda totalmente desnudo.
El público emite gritos, abucheos y porras. En ese momento el joven piensa
en su padre, en la tunda, en el hecho de estar totalmente desnudo frente
a miles de personas. El miedo puede más que la excitación que le corría
por las venas. Se queda paralizado. Voltea hacia la primera fila a su derecha.
Distingue a una Erika Roe sonriente, aplaudiéndole. Levanta el brazo en
forma de saludo, justo antes de recibir los cuerpos de ocho policías, que
mostrándose más fanáticos del rugby que del soccer, se arrojan sobre él.
cástulo aceves orozco
Guadalajara, México. 1980.
Ingeniero en Sistemas Computacionales. Tiene publicado el libro "Puro
Artificio" (Editorial Humo, 2004). Ha participado en diversos talleres
de creación literaria desde 1998 y en el encuentro de Talleres "Altaller"
(Guanajuato, 2003). Ha publicado en varios medios escritos y electrónicos,
en las antologías "Figuración de instantes", "Mar nuestro
de cada día" y "Tramas y Líneas. Muestra de narrativa de Guadalajara".
Mención honorífica en el 1er Concurso de Cuento Corto del ITESO. Ganador
del concurso estatal "Adalberto Navarro Sánchez" 2004, en la
categoría de narrativa. |
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