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la bailaora
rubén candia-araiza
Alejandra
se llamaba. Era la muchacha más popular del barrio. Era guapa, alta, vestía
bien y tenía una personalidad que cautivaba a todos. Pero, aparte de todo
eso, era la mejor para el baile. No había son que no supiera bailar, desde
bailes antiguos como el cha cha cha hasta los más recientes. Maravillaba
a todos con sus giros y contornos al bailar y todos querían bailar con
ella. Lo raro es que era tan bonita que casi ninguno de los muchachos se
atrevía a cortejarla temiendo la vergüenza de un rechazo. Pero, como las
muchachas acudían a los bailes en grupo, al igual que nosotros, no faltaba
nadie a los bailes.
Una
noche de ésas, fuimos a un baile en una discoteca nueva. Alejandra, como
siempre, fue el centro de atracción por su belleza y su destreza al bailar.
A medida que pasaba la noche, notamos que parecía coquetear con el cantante
de la orquesta. Este era un joven guapo y que cantaba bien. Imitaba a los
grandes de la música desde Elvis hasta Julio Iglesias. El cantante se llamaba
Fernando, pero se presentaba como “Freddy.”
Después
de un rato notamos que Alejandra y Freddy se entendían. Ella salía a bailar
con todos con tal de acercarse a la tarima de la banda. En un descanso,
Fernando se le acercó y le habló. Quedaron en verse al siguiente día. Empezó
un noviazgo formal. Fernando era del agrado de los padres de Alejandra
y los padres de él adoraban a Alejandra.
Pero,
con el noviazgo, se acabó la alegría de las fiestas. Alejandra ya no bailaba
con nadie. Iba a los bailes y se sentaba a una mesa con las otras novias
o esposas de los músicos. Ellas se limitaban a escuchar a sus parejas dar
alegría a todos los demás. De vez en cuando, un familiar de ellas se presentaba
y las sacaba a bailar y todo parecía como antes. Pero, al acabarse el baile,
se desaparecía esa alegría.
Alejandra
pronto se desilusionó al ver que no podría bailar más en su vida. Veía
a las demás parejas de los músicos, algunas de ellas llevaban varios años
de casadas y ya mostraban el aburrimiento de estar presentes en un baile
y no poder compartir. Tampoco podían dejar de asistir, ya que todos sabemos
que los músicos atraen a “las moscas”.
Empezaron
los disgustos entre los dos y terminó el noviazgo. “Freddy” se desapareció.
Se decía que la ruptura lo había dejado muy herido y que se había ido a
California. Alejandra volvió a ser el centro de atracción en los bailes.
Pero a medida que pasaron los años, Alejandra fue perdiendo su lugar como
la reina del baile. Otras jovencitas, iguales a ella en su adolescencia
fueron ganándole el terreno. Un día se dio cuenta que de todos sus amigos
y compañeros pocos quedaban. La realidad de que la mayoría de ellos se
habían casado y que, para ellos, el baile era sólo una diversión de bodas
y de vez en cuando, la atemorizó. El ser “la abuelita” entre los que acudían
al baile le resultó ser cómico al comienzo, luego le asustó. ¡Se estaba
quedando para vestir santos! Después de “Freddy” no había habido otro hombre
que se le acercara seriamente.
Una
noche fue a la discoteca como siempre. Resignada a que sólo encontraría
los mismos hombres de su edad, todos casados (cuyas esposas no los comprendían)
o divorciados (cuyas esposas no los comprendieron), en fin solamente hombres
con relaciones fracasadas. Pero, servían para sacarla a bailar una que
otra pieza con la esperanza que les hiciera caso.
Esa
noche se llevó una sorpresa. La banda era nueva y tocaba bien. Luego se
llevó otra gran sorpresa. El cantante le parecía conocido. Era “Freddy”.
Estaba más maduro pero la voz era la de siempre. Él también la reconoció
y en el primer descanso fue a visitarla. Se emocionaron los dos al saber
que todavía había una chispa entre los dos. Después del baile, fueron a
tomar un café y a volver a conocerse.
A
la semana estaban noviando de nuevo y a los tres meses se casaron. Ahora
Alejandra hace lo que hacen todas las parejas de músicos. Se sienta a la
mesa con las otras novias o esposas a esperar que se acabe la función,
luego se regresan a sus casas felices sabiendo que las funciones sólo duran
cuatro o cinco horas una vez por semana y que el resto del tiempo tienen
a su pareja para criar familia, disfrutar de la vida y envejecer con gracia
y dignidad. El tiempo perdido ni los ángeles lo lloran.
rubén candia-araiza
Director del Departamento de Lenguas Extranjeras en la Universidad de Santa
María (St. Mary's) en San Antonio, Texas, USA. |
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