fragilidad
rafael ortiz




               Fragilidad, o esa terca sensación de que una vida va a romperse en mil recuerdos. Fragilidad en comprimidos que se ingieren cada hora, que se absorben por las fibras de su cuerpo donde nada pasa, donde las peores calamidades ocurren.

               El oxigeno se agota igual que el vislumbre de las córneas y nuestro llanto, clandestino, nace como liquen en el desierto triste estacionado entre lengua y garganta. El suero deambula, gota a gota, por las venas, las arterias, lo vivido, lo moribundo y lo muerto. Cumple su callada labor y emprende, gota a gota, segundo a segundo, el viaje de regreso a donde apenas se existe. A donde hay que volver temprano, o muy desgraciadamente temprano.

               Fragilidad, o esa escasez de aliento que debilita cualquier mirada, cualquier intento de rescate en el cuartel. Fragilidad intramuscular y venenosa que la ronda fielmente, que rebota en las paredes de la razón desmoronándolo todo.

               Fragilidad que el cielo se parta y llueva su voz exigua en las azoteas perplejas del barrio, que sobrevuele una garúa azul, de metileno, en las heridas abiertas, como mil avemarías revoloteando por la habitación. Que se encienda la luz y eclipse lo que puede sanar y doler una caricia en la espalda tras los azotes.

               Fragilidad en nuestro enorme barco de papel, navegando por el arco iris de un charco de agua y aceite. Fragilidad que estalla, que nos hará fuertes.





rafael ortiz
Guadalajara, México. 1978.