el error de dios
raúl lilloy alonso




         Ha muerto el sábado 11 de junio, Juan José Saer. Su concepto de ficción no difiere de la tesis doctoral de Mario Vargas Llosa (Historia de un deicidio), quien considera al escritor un dios creador de mundos autónomos. Saer insiste mucho en la necesidad de la verosimilitud, más que al de verdad. Hay novelas autobiográficas con verdades pero pueden carecer de verosimilitud. Si tienen verdades son fragmentos, unicausales, superficiales, mucho auto bombo, mucho ocultar más que mostrar, pero no en el sentido del iceberg de Hemingway, sino ocultamiento por banalidad o por un pacto con el autoengaño. La novela "Lo es" de Frank Mc Court es un claro ejemplo de autoengaño, de conciencia cómplice diría Sartre. Hay una escena donde baila con una renga y eso le da vergüenza, en ese momento hay un monólogo de la conciencia de Frank que oculta lo que es absolutamente claro para el lector: que él es tan prejuicioso como los que se burlan de ella, él parece no entender nada de lo que pasó, no entiende que la burla de la gente es por su claudicación como supuesto héroe de Corea, se supone que un héroe está como el Quijote con los más necesitados y él no está con la renga, le da vergüenza, también en otras partes de esta novela se oculta su racismo. Cuando el empieza a bailar con la renga, su monólogo está cubierto de groserías y una expectativa que tuve como lector era que esta historia siguiera con verosimilitud por supuesto no como historia de la cenicienta, sino una relación más compleja.

         Verdad y verosimilitud son dos palabras con la que todo novelista se las tiene que ver en su oficio. Lo inverosímil convoca a la risa irónica del público o a la desilusión, porque una buena ficción te produce una ilusión, hay un mundo que empiezas a construir en tu cerebro, un mundo justamente autónomo, del que el lector como el escritor no sabe en que terminará, es decir que una verdadera ficción avanza a lo desconocido pero montado en un mundo verosímil, lógico donde existen las leyes de la gravedad y si no existen, por algo será. Por todo esto odio los guiños del escritor o del director de la película, como si en un momento de este mundo se apareciera dios en el cielo con la inmensidad en que aparece un plato volador en la guerra de los mundos de Spielberg y nos hiciera un guiño para desaparecer y no volverlo a ver hasta después de los jinetes del Apocalipsis. Seguramente si pasara eso, nuestro mundo perdería toda verosimilitud, ya nadie creería en nada, ante esa evidencia irónica. Todos se sentarían a esperar a que baje el telón o pulularían los supuestos mediadores ante ese Dios para pedirle cambios en el guión. Habrían entonces mediadores más o menos verosímiles ante un dios que luego de esa aparición repentina a lo Hitchcock, no repetiría su truco más sabiendo que ha metido la pata, que le ha dado demasiados argumentos a los que consideran que el mundo es maya (ilusión), que Berkeley tenía razón, el cuento Las ruinas circulares de Borges o la novela corta La invención de Morel eran solo presagios de esta actitud digamos egocéntrica de Dios. Pero Dios que es omnipoderoso, puede volver la cinta del tiempo para atrás y en ese punto cuando apareció como metiendo la cabeza en una pecera con los ojos abierto, tomar otro recorrido, de modo tal que los hombres nunca sabrían de ese error de Dios.





raúl lilloy alonso
Alvear, Mendoza de Argentina.
Licenciado en Ciencias políticas, con posgrado en urbanismo la Universidad Politécnica de Szczecin de Polonia. Actualmente reside en Almería, España; donde desarrolla sitios de internet.