Héctor
Nylsa Martínez



     Sus padres decidieron que era un buen nombre para él, Héctor. Uno que lo marcara, que ubicara su carácter frente al mundo. Todos esperaban un guerrero, un hombre atractivo lleno de fortaleza; definitivamente alguien dispuesto a partirle la madre a esta vida.

     Hoy salió de paseo. Su mejor compañía son veintinueve pollitos. Él ha dicho que irá juntando pollos, según sean los años que acumule de existencia.

     Les coloca listones de distintos colores alrededor del cuello. Les pinta las uñas de sus patas. Revisa que no tengan lagañas en los ojos, que estén limpiecitos. Salen a caminar al parque.

     Se encuentra con los vecinos del fraccionamiento, también con algunas chicas que le miran de reojo y ocultarán la risa para cuando se encuentren a varios metros de distancia.

     Quizá sus padres no se equivocaron al escoger su nombre, ya que él, camina con seguridad por esta vida. Cuando han realizado varias vueltas alrededor, se detienen. Héctor saca de su mochila un pequeño bote que tiene atomizador. Rocía con agua sus pollos, le encanta verles el rostro rebosante de felicidad.

     Alguien para junto a ellos y le hace plática, alguien que quizá lo conoce. ¿Cómo te va Héctor?, mira, veo que están creciendo (habla de los pollos), ¿cómo se portan? Héctor sonríe. Platica de su vida al lado de ellos, sus pequeños logros. Muy bien, muy bien, dice, ellos (y señala los que traen al cuello un listón verde) ya saben el abecedario en español e inglés. Los pollitos asienten diciendo pío, pío. Luego señala a otro grupo, ellos apenas distinguen los colores y algunas figuras geométricas. Héctor platica de sus chiquitines, de lo difícil que se vuelve la vida cuando ya se tienen esa clase de responsabilidades. Sí así es, pero no nos queda de otra, responde su interlocutor.

     Después del merecido descanso, dan unas vueltas más al parque. De camino a casa, los pollitos hacen berrinche, exigen que les compre nieve. No, les dice. Ellos insisten, los más grandes hacen gala de toda clase de argumentos para que les cumpla el capricho. No, les vuelve a decir, y siente que el corazón se le parte, no soporta ver sus rostros suplicando.

     Llegan a casa. Son las diez de la de la noche. Es hora de dormir, dice a todos. Algunos que todavía permanecen enojados por no haberles comprado la nieve replican, ¡Pío, pío!, ¡Pío, pío! Héctor pasa sus manos por su cabeza, se siente atrapado. Es muy joven. ¡Es hora de dormir he dicho!,mañana tienen que levantarse temprano. A reniegos los acomoda uno por uno en sus respectivas camas. Luego se va a su despacho para ver cuáles serán las actividades del día siguiente.

     Justo antes de irse a dormir, Héctor se acerca al perchero donde cuelga cada uno de los listones con los que pasea sus pollos. Los cuenta. Siente que el corazón le va a explotar de alegría cuando junta en un puño todos los listones.

     Decide dar un vistazo a la recámara de pollitos. Abre la puerta y observa cómo todos descansan envueltos en un silencio angelical. Les da la bendición. Suelta una lágrima y camina con lentitud hacia la soledad de su cuarto.



Nylsa Martínez.
Mexicali, México. 1979.
Lleva más de ocho años residiendo en Guadalajara. Miembro del taller literario del Departamento de Estudios Literarios de la UdeG, a cargo del narrador Luís Martín Ulloa. Ha publicado en la antología Figuración de instantes (2003), que reúne escritores jóvenes del centro-occidente de México; también en algunas revistas. Ha participado en lecturas públicas en algunos foros de la ciudad de Guadalajara: Ex-convento del Carmen (2000), Fil (2001), Casa de la Palabra y las imágenes (2001 y 2004). Invitada a participar en las Rutas de lectura (2004) y Empalabrados (2005), organizadas por el grupo de difusión cultural El Viaje y al ciclo de lecturas Lo que escribiré ayer (2004) organizadas por editorial Humo y la Dirección de Literatura.