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De verdad no quería matarlo pero él estaba ahí, tan quieto, dormido o casi muerto, absorto en sus fantasías de ojos cerrados que olvidó mi locura de sangre.
Yo no quería matarlo, es más, ni siquiera lo había considerado cuando
lo vi recostado y desnudo sobre la alfombra blanca, pero un poco la luna
y otro poco el silencio de la casa me enloquecieron y quise escribir en
él, sobre su pecho… muy cerca de su corazón, mi nombre con sangre. Y le
clavé las uñas y los dientes, y quise devorarlo de amor tal y como lo había
suplicado minutos antes, pero su aliento se escapó de entre mis dedos y
el control se esfumó.
En realidad no quería matarlo, pero a veces no se sabe a ciencia
cierta cómo puede terminar algo que se inicia -tal vez- espontáneamente.
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