Diferente realidad animal
Silvia Rodríguez Bravo



 En el tráfico habitual de cualquier rutina de todas las ciudades que forman nuestro Chile lindo, existen mundos diferentes caminando con el mismo sentimiento, que cada quien lo manifiesta de la manera más convincente para demostrar y superar la realidad en la que vivimos. Existen hombres, mujeres, infantes pidiendo limosna con o sin descaro, como sea, al igual responden a la frase que todos conocemos desde lejos, "la necesidad tiene cara de hereje", y existen los otros que venden parche curita, gomitas, chicles, etc. a cambio de una moneda de cien pesos. A este mismo universo que cada día se multiplica como el dolor de una epidemia, se agregan aquellas personas que buscan algo en la basura peleando a veces con un perro por el probable alimento que se encuentra en el basurero, y existen otros que recogen cartones y luego pasan por las casas pidiendo papel de diario. A todos los une el mismo sentimiento de desamparo para sobrellevar el mal vivir que tienen pegado en el estómago.

 Esta realidad de la cual nadie quiere leer, porque se supone que la lectura es enseñanza o placer, y la realidad expuesta en el párrafo anterior, no enseña nada y tampoco agrada porque son hechos de la vida cotidiana que vemos a diario y que nada podemos hacer para que la situación de estas personas se revierta, ya que como ciudadanos comunes y corrientes no tenemos el Poder ni el dinero para entregar a cada paso una moneda de cien pesos. De esta realidad que todos vemos y nadie mira, porque duele, incomoda, hoy quiero hacer eco en estas líneas, pero no quiero hablar de las personas afectadas ya que ellas en gran medida pueden salvarse, comunicarse mediante la palabra, y como sea al fin y al cabo deben tener un mal techo que mal los abriga, pero tienen donde llegar después de la ardua jornada de lo que significa vivir o simplemente respirar.

 Hablo de esos seres entumecidos, que llevan a cuestas un hambre eterna y que ya ni siquiera pueden responder a su instinto de ladrar. Hablo de los animales que domesticamos y criamos para que nos protegieran y que hoy andan caminando como sombies por la ciudad civilizada en la cual vivimos. Los perros han pasado a formar parte de una realidad de la cual nadie parece preocuparse, y que la Sociedad Protectora de Animales sólo se recuerda de ellos cuando alguien ha querido darles una muerte diferente a la muerte por desnutrición, o porque el animal falleció por las garrapatas que terminaron por quitarle la miserable vida que les quedaba en el pellejo.

 Me duele pensar de estar forma, pero no queda remedio. Me duele ver como un perro me sigue si llevo una bolsa de pan. Camina sin ladrar en forma lenta, enferma, con una profunda misericordia en los ojos, lleva esculpido en su andar una súplica que me hace olvidar mi propia realidad. Obvio que le doy un poco de alimento, olvidando que a los perros les hace mal comer pan, y no le puedo dar dos panes porque carecen del sentido de guardar para mañana. Duermen en plazas, debajo de algún banco, todo el mundo los corre y ellos ni siquiera tienen el aliento para defenderse o ladrar, solamente se van con el rabo entre las piernas, las orejas gachas, y con el hambre pegada en el estómago.

 No lloran, sólo gimen y pelean entre sus pares por algún trozo de algo, que por lo general es un papel con aceite de papas fritas, y se conforman con pasar la lengua, lo más probable es que este acto lo repitan mil veces y las mil veces se quedan con el mismo vacío, pero pelean por lo que puede ser un milagro que nunca llega, porque a nadie le interesa. Porque estamos acostumbrados a vivir entre los que piden y que son nuestros pares. Nada podemos hacer por ayudarlos, lo poco que se gana en este país, a penas le alcanza a quienes trabajan y ellos no pueden alimentar a un perro de la calle, como tampoco pueden salvar y solventar la miseria de todas las personas que piden caridad. Eso le corresponde a quienes se acuerdan de los pobres solamente cuando necesitan el voto en la urna que promete sueños, pero al final sólo entregan pesadillas.

 En resumen, si yo fuera rica tendría una parcela para recoger a estos animales que han tenido que partir a la calle porque en la casa ya no hay comida para perros. Ni para eso alcanza hoy en día la olla de una casa común y corriente, ¡Autoridades, ni siquiera sobra algo en la cocina para alimentar a los perros!. Podríamos pensar que la labor que ellos efectuaban en los jardines de nuestros hogares se ha visto suplida con alarmas, protecciones en puertas y ventanas, es decir, también a las mascotas las alcanzó la tecnología y se han visto desplazados, como una gran parte de la población humana, de la cual también formo parte. Con esto dejo en clara evidencia que formo parte de la estadística de mano de obra desocupada.

 Esta enfermedad no tiene remedios ni antídotos, nadie puede recoger al perro que tiró a la calle, si yo fuera autoridad les daría una vida o una muerte digna, pero soy simplemente un ser humano cesante, que después de aplanar calles buscando trabajo llego a mi casa donde aún tengo para calentarme un plato de comida y como es obvio no sobra nada.



Silvia Rodríguez Bravo.
San Javier, Talca, Chile. 1964.
Poeta y escritora miembro de la Sociedad de Escritores de Chile
Entre sus obras se encuentra Entre la poesía y yo, Versóvulos, Profeta de Bares. Ha publicado crónicas y crítica literaria en Diarios como El Centro y El Trueno.
Ha sido galardonada con Mención honrosa en concurso literario Quirihue, VII Región. (2001), 3º lugar Concurso literario de San Clemente, VII Región (2001), Finalista Concurso “Primavera Eterna”, Madrid- España (2002).