John in the silent cage
Carlos E. Herrera G.



 Antes de irse pa´l silencio, John Cage articuló el sitio ideal de su retiro: 4 minutos con 33 segundos de lo mismo: silencio. Silencio que, de hecho, yo, ahora, a mi manera, interpreto al escribir esto. Claro, es una versión lúdica y libre que nos lleva al abordaje de su ausencia, o de cualquier ausencia. Me explico:

 Los lectores (en mayor o en menor medida) callamos mientras ejercitamos la dinámica que se establece entre la palabra escrita y la mirada, lo que provoca la presencia de lo inaudible: sentencia de confrontación: la ausencia de frente a la existencia de lo otro. Asimismo es que escribo y callo (el orden de los factores no altera el producto), quizá como ahora lo haces tú.

 Ser partícipe de la presentación de Joëlle Léandre en el marco de los eventos consecutivos organizados este año por Radar (Espacio de Exploración Sonora) y la dedicatoria de estos a John Cage era importante, pero eso lo supe sólo al conocer la causa, la provocación del proceso creativo que llevó a Cage a componer "Ryoanji": obra escrita entre 1983 y 1985 para diversas dotaciones de instrumentos; recreación de las formas del jardín de arena del templo que lleva el mismo nombre, ubicado en Kyoto y construido en el siglo XVI.

 Pero más allá de la crónica eventual, mis palabras van encaminadas a explorar la experiencia particular que fue escuchar a Léandre interpretando a Cage, momento que puedo transcribir de la siguiente manera: "presente + intención y atención = a un estado de conciencia".

 Fragmentar la pieza para describir mis impresiones, sólo atiende a una observación occidental del hecho; de otro modo, tú, lector, tendrías que haber estado ahí.

 Decir que fueron los silencios y no la voz de los instrumentos los que resultaban más penetrantes no es gratuito, tiene que ver con una suerte de equilibrio entre lo que el llamaba "la ideterminación" y la disciplina estricta del zen, cualidad practicada por Cage a lo largo de su obra: El silencio como sugerencia, como parte de una poética sonora.

 Ciertamente, las palabras parecen haber perdido su peso específico (probablemente nunca lo han tenido); en su defecto hay, creemos que hay o necesitamos que haya una relación estrecha entre la palabra y su referente objetual. De tal grado, la palabra, por sí misma, es ausencia de "lo otro", del objeto al que se le ha unido.

 ¿Sucede lo mismo con la música? ¿Será que las notas en la música, al igual que las palabras en la literatura, han perdido su peso específico?

 Gérard Wacjman, en "El objeto del siglo", escribió:
Más bien asunto de memoria, la literatura. La literatura marcha hacia la memoria: «Yo me acuerdo, etc.». Asunto de ruinas. Un trabajo de la ruina. Trata siempre más o menos del pasado. El arte, en cambio, no dice «yo me acuerdo». No es muy nostálgico, el arte. No tiene que vérselas tanto con el pasado. No es en verdad un asunto de memoria. No se necesita recordar gran cosa para hacer arte. Y, cuando se ve arte, no está hecho para acordarse. Sino para ver, para volver presente. Incluso lo que no se ve. Sobre todo. Hacer ver en presente lo que no se ve en el presente, pero que está en él. Y arrojar eso al mundo, en objetos. Arrojárnoslo a los ojos. A veces, a la cara.

 Lo anterior me recuerda algo de Milan Kundera, quien escribió: "La lucha del hombre contra el poder, es la lucha de la memoria contra el olvido". Pero lo de Wacjman nos plantea la posibilidad. Pensar en el arte objetivo zen es lanzar puentes de viento hacia las propuestas vanguardistas que pugnaban por la poesía plástica... ¿Sería posible que la obra de arte no sea sólo el vómito de nuestra psique?

 Pienso en la poesía pura de Henri Bremond (1926), quien equipara la poesía a un estado místico. Acudo al origen del Haiku como esa forma poética mínima, de circunstancias contextuales filtradas a través de la contemplación. Pienso en Jorge Guillén quien en su "Carta a Fernando Vela" postula como poesía pura a lo que permanece en un poema después de haber eliminado todo aquello que no es poético. Asocio y cito un poema de León Felipe, que proponía:
       "Deshaced este verso.
       Quitadle los caireles de la rima
       el metro, la cadencia
       y hasta la idea misma.
       Aventad las palabras,
       y si después queda algo todavía
       eso
       será la poesía."
 
 Traigo a colación, finalmente, " Los silencios hablan entre sí" (1933) de Marinetti, exploración sonora de fusiones entre el lenguaje del objeto y el ruidismo poético:
       "15 segundos de silencio puro
       Do re mi de flauta
       8 segundos de silencio puro
       Do re mi de flauta
       29 segundos de silencio puro
       Sol de piano
       Do de trompeta
       40 segundos de silencio puro
       Do de trompeta
       güe güe güe de niño de pecho
       11 segundos de silencio puro
       1 minuto de rrrrr de motor
       11 segundos de silencio puro
       oooo asombrado de niña de once años"

 Y aquí es donde todo confluye: la música y la literatura hermanadas por el ritmo dentro de una estética de cuadros de oposición, el cual nos ofrece un tête à tête entre el ruido vertiginoso de nuestra individualidad y el silencio mental que se traduce en ausencia o silencio espacio-temporal en el proceso creativo, momento en el cual John Cage como compositor, y a su vez Joëlle Léandre como intérprete, parecen desprenderse de sí mismos para ofrecerse al presente como nodos entre el mundo y la obra de arte.

 Por mi parte, aún busco la posibilidad de dejar de lado el ego como eje central de la producción artística, si es que eso es factible; o al menos, encontrar la certeza como en la práctica periodística, de que la objetividad es sólo una quimera.



Carlos E. Herrera G.
México, D.F.
Narrador, creador de literatura y radio en internet.