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Antes de irse pa´l silencio, John Cage articuló el sitio ideal de
su retiro: 4 minutos con 33 segundos de lo mismo: silencio. Silencio que,
de hecho, yo, ahora, a mi manera, interpreto al escribir esto. Claro, es
una versión lúdica y libre que nos lleva al abordaje de su ausencia, o
de cualquier ausencia. Me explico:
Los lectores (en mayor o en menor medida) callamos mientras ejercitamos la dinámica que se establece entre la palabra escrita y la mirada, lo que provoca la presencia de lo inaudible: sentencia de confrontación: la ausencia de frente a la existencia de lo otro. Asimismo es que escribo y callo (el orden de los factores no altera el
producto), quizá como ahora lo haces tú.
Ser partícipe de la presentación de Joëlle Léandre en el marco de
los eventos consecutivos organizados este año por Radar (Espacio de Exploración
Sonora) y la dedicatoria de estos a John Cage era importante, pero eso
lo supe sólo al conocer la causa, la provocación del proceso creativo que
llevó a Cage a componer "Ryoanji": obra escrita entre 1983 y
1985 para diversas dotaciones de instrumentos; recreación de las formas
del jardín de arena del templo que lleva el mismo nombre, ubicado en Kyoto
y construido en el siglo XVI.
Pero más allá de la crónica eventual, mis palabras van encaminadas
a explorar la experiencia particular que fue escuchar a Léandre interpretando
a Cage, momento que puedo transcribir de la siguiente manera: "presente
+ intención y atención = a un estado de conciencia".
Fragmentar la pieza para describir mis impresiones, sólo atiende
a una observación occidental del hecho; de otro modo, tú, lector, tendrías
que haber estado ahí.
Decir que fueron los silencios y no la voz de los instrumentos los
que resultaban más penetrantes no es gratuito, tiene que ver con una suerte
de equilibrio entre lo que el llamaba "la ideterminación" y la
disciplina estricta del zen, cualidad practicada por Cage a lo largo de
su obra: El silencio como sugerencia, como parte de una poética sonora.
Ciertamente, las palabras parecen haber perdido su peso específico
(probablemente nunca lo han tenido); en su defecto hay, creemos que hay
o necesitamos que haya una relación estrecha entre la palabra y su referente
objetual. De tal grado, la palabra, por sí misma, es ausencia de "lo
otro", del objeto al que se le ha unido.
¿Sucede lo mismo con la música? ¿Será que las notas en la música,
al igual que las palabras en la literatura, han perdido su peso específico?
Gérard Wacjman, en "El objeto del siglo", escribió:
Más bien asunto de memoria, la literatura. La literatura marcha hacia la
memoria: «Yo me acuerdo, etc.». Asunto de ruinas. Un trabajo de la ruina.
Trata siempre más o menos del pasado. El arte, en cambio, no dice «yo me
acuerdo». No es muy nostálgico, el arte. No tiene que vérselas tanto con
el pasado. No es en verdad un asunto de memoria. No se necesita recordar
gran cosa para hacer arte. Y, cuando se ve arte, no está hecho para acordarse.
Sino para ver, para volver presente. Incluso lo que no se ve. Sobre todo.
Hacer ver en presente lo que no se ve en el presente, pero que está en
él. Y arrojar eso al mundo, en objetos. Arrojárnoslo a los ojos. A veces,
a la cara.
Lo anterior me recuerda algo de Milan Kundera, quien escribió: "La
lucha del hombre contra el poder, es la lucha de la memoria contra el olvido".
Pero lo de Wacjman nos plantea la posibilidad. Pensar en el arte objetivo
zen es lanzar puentes de viento hacia las propuestas vanguardistas que
pugnaban por la poesía plástica... ¿Sería posible que la obra de arte no
sea sólo el vómito de nuestra psique?
Pienso en la poesía pura de Henri Bremond (1926), quien equipara
la poesía a un estado místico. Acudo al origen del Haiku como esa forma
poética mínima, de circunstancias contextuales filtradas a través de la
contemplación. Pienso en Jorge Guillén quien en su "Carta a Fernando
Vela" postula como poesía pura a lo que permanece en un poema después
de haber eliminado todo aquello que no es poético. Asocio y cito un poema
de León Felipe, que proponía:
"Deshaced este verso.
Quitadle los caireles de la rima
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma.
Aventad las palabras,
y si después queda algo todavía
eso
será la poesía."
Traigo a colación, finalmente, " Los silencios hablan entre
sí" (1933) de Marinetti, exploración sonora de fusiones entre el lenguaje
del objeto y el ruidismo poético:
"15 segundos de silencio
puro
Do re mi de flauta
8 segundos de silencio puro
Do re mi de flauta
29 segundos de silencio puro
Sol de piano
Do de trompeta
40 segundos de silencio puro
Do de trompeta
güe güe güe de niño de pecho
11 segundos de silencio puro
1 minuto de rrrrr de motor
11 segundos de silencio puro
oooo asombrado de niña de once
años"
Y aquí es donde todo confluye: la música y la literatura hermanadas
por el ritmo dentro de una estética de cuadros de oposición, el cual nos
ofrece un tête à tête entre el ruido vertiginoso de nuestra individualidad y el silencio mental que se traduce en ausencia o silencio espacio-temporal en el proceso creativo, momento en el cual John Cage como compositor, y a su vez Joëlle Léandre como intérprete, parecen desprenderse de sí mismos para ofrecerse al presente como nodos entre el mundo y la obra de arte.
Por mi parte, aún busco la posibilidad de dejar de lado el ego como
eje central de la producción artística, si es que eso es factible; o al
menos, encontrar la certeza como en la práctica periodística, de que la
objetividad es sólo una quimera. |
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