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Organizaron un homenaje a Lovecraft. Como me invitaron
a pronunciar unas palabras, consideré prudente releer algunos pasajes de
su obra. Estaba en eso cuando llamaron a la puerta. Eran unos hombres circunspectos
que venían a entregarme un telescopio para aficionados que yo había comprado.
La lectura, debo admitirlo, quedó abandonada por ese día. Me aboqué entonces
al armado del artefacto y, para cuando hube terminado, era ya de noche.
Salí con él al patio y primero observé, previsiblemente, la luna y varias
estrellas de magnitud considerable. Luego me concentré en un sector vacío
y negro situado en el extremo noroeste del firmamento, apenas a la izquierda
de las Pléyades. Progresivamente divisé una especie de nebulosa blanquecina
a simple vista inexistente. Luego regulé un poco los cristales y pude percibir,
con bastante nitidez, la forma de un ojo. Anidaba en él una malignidad
inconcebible por lo ajena. Superior a cualquier abominación que yo, hasta
ese momento, pudiera haber imaginado, la existencia de esa entidad surgida
de lo más recóndito del espacio y del tiempo contaminaba la plenitud de
un cielo que, a mis ojos, ya nunca volvería a ser el mismo. Me sentí su
objeto. No quise ver más y a la mañana siguiente, después de una noche
asediada por pesadillas inciertas, redacté una breve nota dirigida a los
organizadores donde comunicaba, con las debidas disculpas del caso, mi
imposibilidad de asistir al homenaje. |
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