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Para hablar con los muertos
hay que elegir palabras
que ellos reconozcan tan fácilmente
como sus manos
reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad.
Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la madre
después que se han ido los invitados.
Palabras que la noche acoja
como los pantanos a los fuegos fatuos.
Para hablar con los muertos
hay que saber esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un niño.
Pero si tenemos paciencia
un día nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto,
con una llama de súbito reanimada en la chimenea
con un regreso oscuro de pájaros
frente a la mirada de una muchacha
que aguarda inmóvil en un umbral.
Jorge Teillier |
La poesía como nostalgia
La poesía de Georg Trakl, de estilo abrupto y violento, poseía una
rara densidad, en ella se une la nostalgia de la ternura y el presentimiento
del fin del mundo. Sus premoniciones de desolación no podían ser comprendidas
por sus coetáneos, confiados todavía en las apariencias del esplendor finisecular.
Tampoco se podía comprender la videncia del poeta ruso Andrés Biely, el
que escribía en 1921: "El mundo volará / por el estallido de una Bomba
Atómica / en gavillas de electrones. / Descarnada hecatombe!". En
Trakl aparece un mundo de nostalgia y decadencia. Ya en 1917 Rilke escribía:
"la poesía de Trakl es para mí el más conmovedor de los lamentos ante
un mundo imperfecto".
La de Trakl es una poesía que alude con melancolía a la casa de sus antepasados; a su ciudad natal, al paisaje de la comarca. Allí aparece un mundo de nostalgia y decadencia, propio de una ciudad que durante la Edad Media había tenido un gran esplendor, y que vivía de un pasado irrecuperable. Por oposición a la ciudad, Trakl se vuelve a la naturaleza, a la que ve exenta de la culpa de la caída (1).
Así la ciudad de Trakl es imagen de la decadencia del mundo occidental
que está relacionado con la figura poética del forastero, el solitario,
el apátrida, cuya culpa radica sólo en el hecho, por lo demás inevitable,
de existir en este mundo donde sólo habitan exiliados.
En contraposición a este tipo de nostalgia, la obra del poeta Jorge Teillier -el fundador de la tendencia conocida como poesía lárica, giro que denomina un tipo de escritura que pone énfasis al recuerdo del "paraíso perdido" de la edad primigenia, en la tierra ancestral, indagando los orígenes primordiales del ser humano- hace alusión constante al terruño, a la infancia, al hogar y al paisaje rural, pero como el lugar idílico al qué volveremos, de allí su particular nostalgia, la nostalgia del futuro. La forma de representación del mundo lárico es, en Teillier, el idilio, que se despliega como representación estática de una particular forma de vida -donde los habitantes de la aldea establecen relaciones de cooperación, correspondencia y armonía consigo mismo, con la colectividad y la naturaleza. Una unidad de vida y paisaje preservada sólo por el poeta, por el guardián del mito.
Ahora bien, como señala la investigadora Carolyne Wright en "In Order to Talk with the Dead: Selected Poems of Jorge Teillier" (2) a diferencia de otros poetas latinoamericanos, en la obra de Jorge Teillier hay una curiosa e interesante ausencia de tópicos políticos. La violencia sobre el históricamente (re)fundado mundo de La Frontera - los conflictos con las comunidades indígenas que habitaban esas tierras y que fueron relegadas a territorios marginales, sintomáticamente llamados reducciones, de manera análoga a la reducción de los restos humanos en las tumbas, para hacer lugar a otros- no aparece en la poesía de Teillier. Esta ausencia no puede atribuirse a un descuido del poeta - que era profesor y gran estudioso de la historia- ,sino a una condición poéticamente necesaria para hacer posible y verosímil el ensueño de una comunidad en que estén conciliados la naturaleza y la cultura, el pasado y el presente, el hombre y su prójimo.
También la poesía de Trakl alude profusamente a la melancólica casa
de sus padres, donde era un niño que al claro de luna salía a dar de comer
a las ratas. El paisaje decadente del otoño, la infancia, la muerte, serán
los grandes temas de su poesía.
Trakl, se sabe, fue un alumno mediocre, y al llegar la adolescencia se tornó poco sociable, hablaba corrientemente del suicidio y se aficionó al uso de las drogas. Algunos de sus biógrafos sugieren que pudo aficionarse a éstas por influencia de su madre, la cual era opiómana.
Probablemente estudió farmacia a fin de tener un más fácil acceso
a las drogas. Estudió dos años en la Universidad de Viena y de este entonces
parece datar su repulsión a las grandes ciudades.
En 1953, en su estudio sobre Georg Trakl, Martin Heidegger lo llama "poeta del occidente aún oculto, de una nueva generación renegada que sucederá a la actual" (3), considerándolo el sucesor de Hölderlin. En su análisis de Trakl, Heidegger señala que el destino histórico de occidente es también el destino del linaje humano. Para Heidegger, es el habla la que habla a través de nosotros. Habría un recíproco destino entre humanidad y lenguaje. Es allí donde la noción de lugar es también la de reunión. Pues tanto como existe en lo humano una extrañeza del mundo, existe en el mundo una extrañeza del hombre, del cual el lenguaje guardaría un residuo inasible.
Heidegger, en este texto, vuelve la mirada a un idílico estado preindustrial, mirada que se corresponde con la sensibilidad neorromántica de los poetas láricos como Trakl, quienes están constantemente intentando regresar a la aldea -al pueblo natal- como muestra de rechazo (velado o inconsciente) de la ciudad moderna, creando un mundo imaginario en el cual declara verdaderamente habitar, y en donde se da el verdadero arraigo, la vuelta al mundo de la infancia y la confianza en la memoria y la leyenda. La memoria como dimensión del inconsciente de la modernidad, el momento en que acontecimiento y experiencia se singularizan en un momento único y a la vez fundante.
En la obra de Heidegger se está constantemente buscando retornar
al origen, ya sea por el camino hermenéutico, ya por las señales de ruta
dejadas en el devenir etimológico de las palabras o mediante la reconstrucción
de sentidos primigenios a través de ejemplos tomados de una vida de aldea,
en la cual se puede percibir una gran nostalgia, la misma que él -Heidegger
-reconoce en la poesía de Trakl. Una nostalgia por aquel mundo del orden
inmemorial de las aldeas y de los campos, en donde siempre se produce la
misma segura rotación de las siembras y las cosechas, de sepultación y
resurrección, tan similares a la gestación de los dioses propios de la
poesía de Hölderlin. En las obras de Heidegger vemos las cosas dotadas
de vida, las cosas vividas, el trato con las cosas cotidianas, con las
cosas admitidas en nuestra confianza, esto es lo que Heidegger entenderá
como el ser de lo útil.
Poesía, naturaleza e historicidad
Los poetas son fundadores del ser; son, por lo mismo, los depositarios de los mitos fundacionales de un linaje, de una familia y más tarde de un pueblo, son los únicos capaces de revelarnos el origen y la esencia en cuya pérdida andamos arrojados en una existencia que nos vela su manifestación. La poesía es el nombrar fundacional del ser y de la esencia de todas las cosas, un decir por el cual sale a lo abierto por primera vez todo aquello con lo cual luego tratamos en el lenguaje cotidiano. Por eso la poesía nunca toma el lenguaje como una materia prima preexistente, sino que es la poesía misma la que posibilita el lenguaje (4). La poesía es fundación del ser por la palabra. La poesía es el lenguaje prístino de un pueblo histórico. Un pueblo al que el poeta, como sobreviviente de un paraíso perdido, quisiera regresar, como testigo visionario -hoy forzosamente marginal- de esa edad dorada de lo humano. El mundo del verdadero arraigo, donde "la jornada de trabajo en el molino y el lugar de residencia del campesino reciben el saludo (…) Donde el molino prepara el grano que sirve para la preparación del pan" (5). En atención al pan piensa el poeta en ese lugar de trabajo; el lugar del trato cotidiano con las cosas, donde acontece el cuidado de lo humano.
Es así como el dominio de la poesía es el de las palabras fundacionales
de lo humano, palabras que preservan una forma de vida. La poesía es, pues,
una ocupación. Su labor, como guardiana del mito, es instalar constantemente
al hombre en su origen, en su pertenencia a la tierra, entendida ésta como
la provincia, en oposición a la vida de la urbe, donde con el advenimiento
de la técnica ha acontecido el oscurecimiento del ser (Ge-stell).
Ese ver la tierra como el lugar del origen, primer y último reducto de la lucidez, implica una reverencia religiosa ante el mundo, un temblor, una sensación de -para decirlo con Rudolf Otto, que ejerció cierta influencia sobre Heidegger- estar bajo la dependencia absoluta de lo sagrado.
Aquí pues, la tierra es entendida como aprendizaje. Aprendizaje que tiene lugar en el trato con las cosas mismas en su cotidianidad y el mundo es comprendido como la resolución de la "intimidad". La intimidad se resuelve en el lenguaje, en el lenguaje sentido a la vez como amenaza y como inocencia. La amenaza a través de la posibilidad del ocultamiento (pseudos); la inocencia, a su vez, como la descuidada apertura al natural transcurrir de los días corrientes, en el uso del mundo del lenguaje, y de las palabras como instrumentos. Ese particular arraigo y sentido de pertenencia hace del hombre un ser histórico. "El hombre -como dirá Ortega (6)- no tiene naturaleza sino que tiene historia". El hombre es lo que conserva en sí, lo que acumula. "El hombre tiene la edad de su primer recuerdo" (7). El hombre es quien hace que dentro de él, eso que fue, siga siendo en la forma de haberlo sido (8).
El habla es pues, un acontecer que funda, que coloca un mundo, que "pone" el ser del hombre. Este ser, es un ser dialogante, un ser que porta la existencia como diálogo porque éste es la unidad del ser histórico, que reúne lo que permanece con lo que se ha ido (9). Existir en el tiempo es pues sentir nostalgia; una gran nostalgia, no sólo del pasado sino también del futuro. Es así como el poeta no es el que escribe poesía, sino el que habita poéticamente el mundo. El morar fundante del poeta consagra un modo de vida ya ido, pero que el reproduce y recrea constantemente, todo esto en la esperanza de que algún día seremos leyenda (10).
1. TEILLIER, Jorge, "Georg Trakl, el profeta de occidente", En
El Mercurio, Santiago (11.02.1962), p.12.
2. Carolyne Wright, In order to talk with the Dead, -Para hablar con los
muertos- University of Texas Press, 1993
3. HEIDEGGER, Martín, Interpretaciones de la poesía de Hölderlin, Barcelona,
Ariel, 1983.
4. HEIDEGGER, M., Interpretaciones sobre la Poesía de Hölderlin, Ed. Ariel,
S. A., Barcelona, 1983,p. 63.
5. HÖLDERLIN, Recuerdo, Poema (IV, 61 ss.), aparecido por primera vez en
el Almanaque de las Musas de Seckendorft, el año 1808.
6. ORTEGA Y GASSET, Historia como sistema, VI, p. 40, Revista de Occidente,
Madrid, 1958.
7. BARQUERO, Efraín, En artículo "Los Poetas de los Lares" escrito
por Teillier y Compilado por Ed. Sudamericana como "Jorge Teillier,
Prosa", Santiago, 2001.
8. Aquí, ante el peligro de concebir al hombre como un ser constituido
fundamentalmente de pasado - "el hombre es lo que ha sido"-,
cabe aclarar que en el marco de la concepción existencialista, tanto de
Ortega como de Sartre, el hombre aparece también como proyecto y porvenir.
En este sentido son clarificadoras las afirmaciones de Sartre en El Ser
y la Nada, "Soy el ser por el que el pasado viene al mundo, pues para
que 'tengamos' un pasado es preciso que lo mantengamos en la existencia
gracias a nuestro proyecto hacia el futuro" (L'etre et le néat, p.
580), de modo que es el futuro el que decide si el pasado esta vivo o muerto.
9. Aquí queda abierta otra reflexión, la de los "no lugares"
y su relación con la absoluta simultaneidad -lo que en otro apartado llamo
La era de la llegada generalizada-. Al respecto cabe decir, de manera sucinta
(dado que el paso de lo real a lo virtual nos sitúa en otro imaginario),
que "en la realidad virtual, la transparencia absoluta converge con
la absoluta simultaneidad. Esta instantaneidad de todas las cosas en la
información global es lo que -con Baudrillard -llama 'tiempo real'. El
tiempo real puede verse como el Crimen Perfecto (Baudrillard, J. Barcelona
2000) cometido contra el mismo tiempo: porque con la ubicuidad y la disponibilidad
instantánea de la totalidad de la información, el tiempo alcanza su punto
de perfección, que es también su punto de desaparición." Y, esto por
supuesto, porque un tiempo perfecto no tiene memoria ni futuro.
BAUDRILLARD, Jean, La Ilusión Vital, Pág. 57, Ed. Siglo veintiuno, Madrid, 2002.
10. TELLIER, J. "Noreste"(Periódico de poesía, Santiago, 1989):'Tener
nostalgia es tener patria en el tiempo'. |
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