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Un hombre se durmió y en su sueño comenzaron a aparecer uno, dos,
cuatro, multitud de inmundos y desconocidos animales de pelaje gris. Faltos
de alimento, se atacaban vorazmente los unos a los otros. Como que eran
muchos más los que nacían que los que iban siendo devorados, muy pronto
no dispusieron de espacio para moverse dentro de los reducidos límites
de aquella angustiosa pesadilla. Nerviosas, irritadas e insaciables, las
bestias buscaron una salida por el cerebro del hombre dormido: en pocos
instantes se lo comieron, para seguir después construyendo túneles hacia
el exterior a través de los ojos, de los oídos, de las fosas nasales, de
los huesos del cráneo. Primero una, temerosa; luego cinco o seis, con cautela;
a continuación por docenas, confiadas; finalmente a miles, seguras y agresivas,
todas escaparon del sueño para hacerse dueñas del mundo oscuro de la noche.
Eran las ratas. |
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