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El gran analista, pensador y periodista mexicano Gabriel Zaid estaba lejos de suponer, allá en los años tempranos de la década de los noventa, que su declaración al semanario de altísimos y legendarios vuelos intelectuales Vuelta, afirmando que la política mexicana operaba bajo un sistema que él mismo definió como ingeniería de la corrupción habría de contener la semilla de la cual se iba a originar el futuro inmediato del estado anexo de Back Garden, del mismo modo que las tesis de Marx presagiaron la aparición de los países socialistas.
Y es que, como siempre hay alguien que se moje cuando hay lluvia,
Celso Zapata Van Beuren, fiel adherente a la premisa de Zaid, en un acto
visionario y pragmático rentó el edificio que albergara las oficinas centrales
de uno de los tantos bancos que por esos días desaparecían de la noche
a la mañana con todo y capitales, situado en la Avenida de los Insurgentes,
e instituyó la primera Universidad Nacional de la Corrupción.
El personal docente, hay que reconocerlo, tenía un reconocido rango
de excelencia en la materia. Meritorios nombres que la memoria vinculaba
sin dificultad a las asociaciones políticas que de veras tenían importancia
figuraban encabezando las cátedras. Un partido menor, el verde, reclamó
ante la Suprema Corte de Justicia los derechos de autoría sobre el propuesto
plan de estudios, bajo el argumento de que se trataba de una copia burda
de su libro de estatutos. Sin embargo, después de una conciliatoria negociación
cupular entre las partes, la familia propietaria del partido verde desistió
de su demanda al ofrecerle Van Beuren el derecho en exclusiva para la impartición
de la Ingeniería de la Corrupción a nivel de doctorado.
Un éxito rotundo. El inusitado volumen de solicitudes de ingreso congestionó los canales de recepción universitarios en tal forma, que muy pronto se hizo necesario depurar los filtros para la selección del alumnado. Un desplegado oficial publicado en la prensa anunciaba que sólo se recibirían solicitudes de aquellos aspirantes que contaran con experiencia relevante y comprobable en el área de la corrupción, antecedentes sindicales o pertenencia al cuerpo de funcionarios de Banobras, PEMEX, Hacienda o la Contraloría General.
Aún así, las solicitudes de ingreso seguían llegando. De modo que
Celso Zapata Van Beuren, en ejercicio eficiente y puntual de sus altos
deberes como rector, convocó a una junta urgente del Consejo Universitario
de la UNC en pleno, tras la cual dictaminó, con el aval del Sindicato Magisterial,
la instalación de dos campus filiales de la Benemérita Casa de Estudios
en los estados de Jalisco y Nuevo León, así como la Red Nacional de Tele-Escuelas
a lo ancho y largo del territorio nacional para atender la creciente demanda
de escolarización en las zonas rurales.
Para entonces nadie podía prever que la fama de la UNC trascendería las fronteras. Dos años después de instaurada, y cuando ya la primera generación estaba próxima a graduarse, el Rector Van Beuren hubo de viajar a Zurich, en donde además de auditar personalmente los fondos de la caja universitaria, firmó un protocolo de expansión internacional con los excelentísimos representantes académicos de El Salvador, Zaire y Zimbabwe y sus respectivos cuerpos diplomáticos como testigos de honor, durante la cena de gala preparada para enmarcar el acto en el comedor privado de un lujoso hotel de la Bahnhofstrasse a la vista prodigiosa de los Alpes.
Los frutos de la instrucción no se pueden ocultar. Pronto, los recientes
egresados de la UNC se convirtieron en funcionarios claves del gobierno
de la república. Como era de esperarse, su raudo ascenso jerárquico provocó
una reacción no favorable entre los directivos autodidactas cuyo meritorio
dominio de las artes de la corrupción había sido ganado a pulso, a lo largo
de incuestionables trayectorias de lucha y esfuerzo, en donde --no hace
falta decirlo-- no siempre es fácil sacrificar al paso cualquier remanente
de honestidad y eficiencia, en aras de un muy bien ganado, y cuántas veces
pírrico, beneficio personal. Con una no muy clara intención denigrativa,
pero con gran imaginación, los funcionarios tradicionales tildaron a los
novicios de "tecnócratas".
No obstante, en demostración fehaciente de que no es lo mismo practicar la corrupción a la buena de dios que el hacerlo con el adecuado soporte académico, en muy poco tiempo los tecnócratas ocuparon ministerios. De ahí a conquistar el liderazgo y control del país había una distancia muy breve. En efecto, la UNC y el gobierno federal unieron fuerzas para presentar, en el límpido horizonte democrático, una nueva opción electoral. Celso Zapata Van Beuren, líder supremo del revolucionario proyecto de nación, fue nominado como candidato único de la naciente fuerza política. Para afrontar el trámite de las elecciones, y ante el escaso número de propuestas, se rescataron antiguos lemas: "La corrupción somos todos", "Yo sí sé cómo hacerlo". "El cambio hoy, hoy, hoy". Pero por decisión conjunta, se acordó que, si bien estos lemas merecían la consideración de algún compositor de cumbias, serviría mejor a sus propósitos un argumento más contundente y esperanzador. El emblema "Por una corrupción sin tapujos ni mojigaterías, y hay pa'tochos" consiguió la aprobación unánime.
Sobra decir que un mayor número de militantes y adeptos, por no hablar
de la evidente superioridad en los recursos estratégicos, significó la
victoria del UNC en las urnas con una muy amplia ventaja sobre sus opositores.
Consultas Mitofsky adelantó los resultados preliminares en el noticiero
de Joaquín Lópiz Dóriga: UNC consigue el 74% de la votación. Un resultado
insólito. Cuatro días después, el IFE y los visores internacionales, cada
uno por su cuenta, confirmaban la noticia.
Durante la víspera de la toma de posesión de Celso Zapata Van Beuren como Presidente Electo y Constitucional de la República, el histórico Ángel de la Independencia fue retirado de su columna en Paseo de la Reforma y en su lugar se erigió un monumento en honor a Gabriel Zaid, ideólogo sublime del nuevo régimen. El Diario Oficial de la Federación publicaba que, a partir del primer día de gobierno de Van Beuren, todas las oficinas y dependencias gubernamentales deberían contar con una imagen del Padre de la Patria, por lo menos, bajo el decreto nacional que promulgaba, a eternidad, todos los años como el año de Hidalgo, que en este país significa, como todo mundo bien sabe, "chingue a su madre el que deje algo".
Y hablando de años, y de lo que éstos duran, lo cierto es que el
nuevo gobierno no duró más de dos. Pero no sólo el gobierno, tampoco el
país. A los dieciocho meses no quedó sino un territorio yermo y desolado
que absorbía por entero las ruinas de las ciudades. Siguiendo el ejemplo
de sus antecesores -no hay porqué deshacer las cosas que están bien hechas-con
el manejo del Fobaproa, Celso Zapata Van Beuren resolvió que, luego del
exitoso rescate bancario, bien podría seguir el rescate petrolero. Y aunque
la sociedad en general se preguntaba cómo es que se hacía necesario un
rescate de esta naturaleza cuando los precios del crudo en el mercado mundial
alcanzaban un record histórico por encima de los setenta y cinco dólares
por barril, el congreso controlado por Van Beuren, aprobó una ley que obligaba
a los ciudadanos, en cumplimento de sus responsabilidades y obligaciones
patrióticas, al pago de 250,000 millones de dólares, monto correspondiente
al valor de los activos de la paraestatal, de acuerdo al avalúo realizado
por los peritos de la Tesorería General de la Federación. "Compatriotas,
compatriotos, chiquillas y chiquillos, el petróleo es nuestro y no podemos
permitir que nos los quiten" declaraba Van Beuren en su mensaje a
la nación, por televisión y en horario triple A, luciendo un maquillaje
impecable que lo rejuvenecía diez años y haciendo un esfuerzo colosal por
no dejar que la risa le ganara.
En el mismo tenor, y de manera natural, al rescate petrolero le siguió
el ferrocarrilero y luego el industrial, el pesquero, el agropecuario y
bananero, el tequilero y, en cierto momento, cuando ya los japoneses habían
comprado al mariachi Vargas de Tecalitlán y Singapur y Taiwan unidos importaban
huicholes por millares para la fabricación en serie de huipiles y de mantas,
para salvaguardar el origen y la propiedad de costumbres y rituales nuestros,
sobrevino el rescate tradicional.
Quienes tengan buena memoria recordarán que uno de los rescates más controvertidos fue el rescate gubernamental, que dio lugar a la aparición de ácidas críticas en algunos medios de prensa que en cuestión de días, y luego del escándalo, pasaron a ser propiedad del estado. Y es que, bajo el argumento de que el aparato de gobierno, en volumen creciente, requería con urgencia de una infraestructura con mayor amplitud y comodidad para el buen ejercicio de sus funciones, el presidente Van Beuren contrató un crédito con el Banco Mundial y adquirió una isla de 48 kilómetros cuadrados en las Bermudas para trasladar allí las sedes de los tres poderes constitucionales.
Y aunque el Banco de México se mantenía en sus trece declarando un
estricto control oficial sobre las tasas de inflación, la verdad es que
las finanzas nacionales no resistieron la presión impuesta por Van Beuren.
La actividad económica se paralizó por completo y, un poco más de la mitad
de la población, tomó la consabida ruta de la migración. Los que nos quedamos,
nos mirábamos crecer las barbas preguntándonos qué hacer. Ante la falta
de servicios, aun los más elementales, hubo que excavar pozos artesianos
para proveerse de agua --si la había- e iniciar huertos familiares o resignarse
a la recolección de frutos silvestres para sobrevivir. El dinero, en cuanto
a moneda de cambio, dejó de tener valor. Aquellos que en previsión de los
malos tiempos habían escondido sus ahorros bajo el colchón o en algún rincón
de la alacena, se enfrentaban con la realidad terrible de que, aun en posesión
de unos pocos billetes no había nada que comprar. Hasta los ladrones de
poca monta y los atracadores eventuales emigraron luego de comprender que
no existía ya ningún botín para robar. Y como ya nadie pagaba sus impuestos
-no podía--, tal y como el gobierno central exigía para solventar el pago
de los intereses por los créditos adquiridos, el presidente Van Beuren,
ofendido, nombró una Junta Provisional de Gobierno y se autoexilió con
todo su séquito en los territorios de su propiedad en los archipiélagos
de las Vírgenes y las Bermudas, en donde entiendo que en la actualidad
administra, con muy buenos resultados, un conglomerado de casinos.
Pero la época de penurias, por fortuna, fue solamente pasajera. Los vecinos del norte, con la generosidad que los caracteriza, vinieron solícitos en nuestra ayuda. Y en el Pacto de Chapultepec, dieron muestras de su natural lealtad y solidaridad hacia el país que ellos calificaron como "nuestrou más impourtante socio comerciael y kuna de nuestrous mexican hermanous" al ofrecerse a absorber en su totalidad el monto de la deuda nacional a cambio tan sólo de la insignificante e improductiva extensión de un país maltrecho y en la ruina. "Siemprre kissimous tenerr algunos vulkanoss" -explicaban. Y así fue como la otrora nación azteca vino a ser la quincuagésima tercera estrella impresa en la bandera rayada en rojo. Y para modificar un poco la historia y el oprobioso recuerdo de Adolfo Aguilar Zinser, quien fuera alguna vez embajador del desaparecido país ante la ONU, bajo el régimen del gran estadista de San Cristóbal del Rincón, Guanajuato -quien por cierto, según se ha oído, ha trasladado su residencia a Islas Vírgenes en donde, en mancuerna con su distinguida esposa, regenta la lotería local- Adolfo Aguilar Zinser, decía, dijo en una ocasión, a todas luces equivocado, que nuestro anterior país era y había sido siempre nada más que el "back yard", de nuestros gentiles protectores norteños. ¡El patio trasero! ¡Qué barbaridad! Declaración por la que fue benévolamente castigado con la destitución inmediata de su cargo y que merecía, a juicio de la buena sociedad en general, una reacción punitiva de envergadura proporcional al tamaño desmesurado de su ofensa.
Pero la cuestión es, para no enredarme ni enredarlos con detalles por todos conocidos, que para eliminar del todo el resabio de ofensa vertido en la declaración de Aguilar Zinser, en el US Congress se acordó, por unanimidad, adoptar el nombre de Estado Anexo de Back Garden en referencia al territorio recién adquirido.
Ahora todo es prosperidad aquí. Somos un granero y un destino turístico de primer orden mundial. Hay trabajo de sobra. A diario se abren nuevas vacantes para ocupar puestos de jardineros, meseras, recamareras y mozos de limpieza. Antes cobrábamos -suponiendo que nos pagaran- por quincena. Ahora nos pagan por hora trabajada. Uno pregunta "¿Qué horas son?"- y ya sabe lo que va ganando. Y nos dan uniformes bonitos y limpios y hasta quince minutos para el coffee break. También en el campo hay trabajo. Hay granjas inmensas que reclutan miles de labriegos por temporada. Hasta los jitomates se dan más grandotes. Pareciera que también, al igual que nosotros, están ya contentos. ¡Venga cuando quiera a visitarnos a Back Garden! Es un lugar encantador. |
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