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Sagrada nuestra culpa de sentirnos vivos -de no crecer más allá de lo esperado-,
desciendes
con la tarde a compartir despojos: TRAGEDIA llena
de ruido, y orina de vencidos que
te hace y que te hizo venalidad de tantos. Piojos
envueltos en la grosería de los huesos,
diamantes sobre el cuchillo de los amores perdidos;
doblando el sol por encima de las
chimeneas, velludas, largas sobre sus pencos soberbios.
Viveza de no pensar en nada.
Agilidad en la turba. Morir y no morir siendo extranjeros,
en la lengua primeriza de los
barrancos.
Aquí, bajo las copas alzadas, cada uno inventa el mundo a la justa dimensión de su
demencia, de sus perversidades. Cosacos que nos
abrazan, y besan en la boca para
probar que la alegría puede vestir la herrumbre.
Tú inventas un hombre a la justa
dimensión de las crecientes. Todas las noticias
del mundo en torno a su sombrero.
Toda la igualdad y el enfado por quienes soldan
cadenas/ corsés de comportamiento
-costilla sobre costilla- empapadas de azote. Tú
inventas la horrososa tristeza de ser
feliz, adormeciendo tu bestia, sumando la insistencia
de su miembro en bailes:
púrpura despensa que madura respetable a sus degollerías.
Y sin embargo esta es tu fiesta, y tu velorio. Hierve el wiskhy, y la manzana vuelve al
árbol primero, acariciando la revelación que cita:
es trágico vivir como en un sueño.
Quieta la noche, bebes. Bebes por el futuro de las costras en la lumbre del buche. Bebes,
varón y hembra y despojo, en el espejo destrozado
de lo que fuiste: océano inflamado,
brotando de la entrepierna de mujeres que violaste
al usar por nombres: hombre,
amante, vida de cualquiera, hijo de alguno. Bebes,
porque corroe fuerte el miedo
de ser tú mismo: UN HOMBRE ASESINADO POR UN HOMBRE.
Mas no en incendio de manos, una sonora trompeta desbroza el cuero de abrigos y de
cuerpos reajustados a su vigilia. Anécdotas memorables
condenadas a la elaboración
dudosa de sus verdugos. Bocas cicatrizadas, cerradas
por los repasos de su propia lengua
...pedazos de palabras que solo otorgan en vano
el cansancio de sus rodajas, repites.
Venas que brincan la aguja en su perduración inútil,
te dices para adentro.
Mientras esperas llegue ese vaso, el dieciocho. Pase todo de prisa. Culpable e inocente.
La vida. |
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Ernesto Carrión.
Guayaquil, Ecuador. 1977.
Ha colaborado con la prensa escrita, realizado trabajos de crítica literaria,
ejercido la docencia y participado en encuentros literarios fuera y dentro
de su País. Ha trabajado en poesía el libro LA MUERTE DE CAÍN, cuarteto
formado por los poemarios: El Libro de la Desobediencia (2002), Carni vale,
Premio Nacional de Literatura "César Dávila Andrade"(2002), Labor
del Extraviado (2005) y La Bestia Vencida (todavía inédito). |
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