César Hernández los versos del capitán A Pedro que perdió "Los Versos Del Capitán” por algo así. La verdad es que no sé por qué entré allí, yo que sólo caminaba con le libro bajo el brazo pensando en Ella. A mí el libro no me interesaba en absoluto; un puñado de hojas repletas de versos de un tal capitán que no tenía por que ser menos aburrido que aquel capitán de quince años que por tanto tiempo atormentó nuestra vida juvenil... ya tan lejana. Debajo del brazo esas hojas me remitían a Ella, a Gabi; Gabi mía, de mi vida, de mis otras vidas y de mi muerte: Gabi por siempre y nunca. Deambulaba sobre las baldosas húmedas de la calle Argentina. Quizás he de haber tropezado con algún transeúnte, que no recuerdo si, no sin justicia, recordara mi condición de hijo de la desgracia... Entonces entré allí para guarnecerme de mí mismo y de la lluvia. “Fueron mis últimas palabras para usted” le dije y la dejé sin darle tiempo a decir algo -ni siquiera sé sí quería decir algo. Bebí con prisa la primera copa, el libro me acechaba desde la mesa. Me faltó fuerza para arrojarlo y con ello aventar también mis recuerdos de Gabi. No tuve ánimos para regalarlo a la mujer que me servía las copas, esa que ahora se acercaba para ofrecerme la siguiente con sus carnosos pechos puestos sobre mi cara.. Sus tetas olorosas a loción barata que oculta los besos pasajeros de los amores a destajo. Acepté la copa y la sonrisa que la acompañaba. ¿Y sí Gabi fuese así? De nuevo Gabi entró en mí mientras veía alejarse aquel cuerpo semidescubierto. Ya no le iba a dirigir palabras, esa era mi promesa. Bebí la copa y las siguientes copas. No supe cuando la mujer se sentó frente a mí con una botella jugando a compartirla conmigo; yo bebía y ella simulaba beber. Gabi también simulaba conmigo; cuando notaba que quería engañarme tirando su copa fingía no verla, me dije a mí mismo que conocer a una es conocer a la especie, por eso no era injusto que las viera iguales. Tomó mi mano y no hice nada por evitarlo. Me invitó a salir y la seguí, sabía yo muy bien lo que encontraría del otro lado de la puerta a donde me llevaba: Me esperaba mi promesa rota. La abrazaría y la besaría, hablaríamos y nos reiríamos. Le diría las palabras que había jurado no decirle... Entonces crucé la puerta sin el libro. “Se dice que una serie es convergente sí la sucesión s(n) tiene un límite finito cuando n tiende al infinito...” ¿Qué se puede hacer en menos de diez minutos? No sé en cuantas madrugadas solitarias me habré preguntado esto. Desde que te conozco, cada vez que te veo, siempre que paso por tu lado y tengo la oportunidad de intercambiar una palabra, un saludo o una sonrisa (¡Cómo me gusta tu sonrisa!) no sin ansias me digo: Si al menos tuviera diez minutos para compartirlos contigo. ¿Cuánto tiempo tendrá ya este inagotable suspiro? Ahora mismo, en la escritura, ruego al cielo me conceda tan sólo diez minutos, después de ello me puedo ir, desaparecer y hasta morir: ¡ Mi vida por diez minutos! Ya la luz del día se va, y con ella se desvanece mi esperanza de estar contigo hoy, de vivir mis diez minutos contigo. De vivir mi vida de diez minutos. A punto de cerrar esta infructuosa nota me digo que mi vida esta cifrada en el tiempo que me dedicas, que si durante estos años nos hemos visto veinte, treinta y hasta cien veces, cada una de un pequeño lapso de tiempo, entonces me iré cuando en la infinidad de nuestros diminutos encuentros haya cumplido mi cuota de diez minutos, entonces desapareceré con el alma tranquila porque al fin sabré que hemos estado juntos diez minutos en la vida. |