Van Pacas*


adanis y evangelina


   Al fin se encontraron en el Café. Era la primera cita y con intenciones. Una en la que no se hablaría más de cómo había sucedido la tragedia y de cómo se sentía de las heridas. Ya no más conversaciones frías por teléfono. Ahora estaban frente a frente y los dos estaban preparados, desde el acuerdo de la cita, para cualquier cosa que ocurriera.

       - Me costó dar con este Café, usted. Pero la verdad está bonito, ¿cómo se lo halló? –interroga Evangelina mientras se agita la falda antes de sentarse y mira cada rincón del Café.
       - Pues, la verdad, vivo cerca de aquí y cuando lo abrieron no pude evitar venir a conocerlo.

   Y es que en el canto citadino se da cualquier rima y los modos de conocer a alguien de quien puedas interesarte van desde los más dulces hasta los más trágicos. Ellos se conocieron por una tragedia que, gracias a Dios y a Adanis, no pasó a más. Fue tan sólo un buen susto. Sucedió hace más de quince días en los alrededores del gimnasio donde entrena Adanis. Adanis es físico-culturista desde la mocedad y lo demuestran sus anudados músculos que parecen gruesas lianas que le envuelven el cuerpo. En el gimnasio trabaja su cuerpo y, además, da clases de aeróbicos. El día de la tragedia, Adanis tuvo el turno de las 8:30 a las 9:30 de la noche para dar sus rutinas a un grupo de señoras de regular edad.

       - Yo voy a tomar algo de café, fíjese que hoy tuve que corregir exámenes y siento que me duermo –le explica Evangelina.
       - Bueno, si cree que es molestia, pues, podemos dejar la cita para otro día.
       - No, no, cómo va a creer. Hoy ya estamos aquí y la estoy pasando bien –tranquiliza Evangelina. Adanis se sonroja un poco cerca de los pómulos y en las orejas. Tose disimuladamente.

   Evangelina es profesora de inglés en una escuela privada que se dedica exclusivamente a la enseñanza de esa lengua. Sus seis años en Estados Unidos le ayudaron a aprender la lengua y especializarse en la traducción de textos del inglés al español y viceversa. En el país la traducción de textos no es muy buena. Por tal motivo, metió papeles para esa escuela de inglés y la aceptaron. Hace ya tres años que imparte sus clases allí, y ese día trágico regresaba tarde de una despedida de año que le festejaron sus alumnos.

       - No puedo creer lo que pasaste con tu padrastro. Sabes, es increíble lo común que son los abusos hoy día. O sea que por eso terminaste en los Estados Unidos viviendo seis años. Qué bien. Disculpa el atrevimiento, pero la conversación está tan interesante que me gustaría que me acompañaras a una copa. ¿No es inconveniente?
       - La verdad, el café estuvo revitalizador. Creo que no me caería mal una copa –contesta Evangelina con un dejo de descaro.

   El día que se conocieron, Evangelina apresuraba el paso por temor a que su autobús la dejara. Casi daban las diez de la noche y podía perder el último. Acomodándose la cartera a cada rato, Evangelina trotaba con apuro. Dobló la esquina del callejón del chucho escandaloso. El pánico cundía cada vez que tenía que pasar por allí: era oscuro y casi de una cuadra entera. En los tres años que tenía de pasar por esa cuadra nunca le sucedió nada malo, pero tan sólo los ladridos amenazantes del chucho escandaloso le ponían los pelos de punta.
   Una vez encaminada en la cuadra, abrazó la cartera como siempre solía hacer y, casi inmediatamente, el chucho escandaloso empezó su queja. Evangelina nunca se imaginó que esa noche festiva se transformaría en una agraciada desgracia.

       - Pues, mira, en el amor me ha ido igual que a ti. Ni bien ni mal, pero más mal que bien. No sé, ya llevo como un año y medio de no lograr nada serio con nadie. Creo que estoy llegando a la edad en que uno espera más de la relación. Mira, te diré algo, yo creo en el amor muchísimo y eso es algo difícil de encontrar. Creo mucho en lo espiritual y no en lo corporal, y ya estoy harto de esa situación. Yo siempre espero algo más, y creo que mis relaciones han sido… cómo te explico… es que siento que…
       - Sientes que nadie logra llenar lo que tú esperas de la vida. Todas tus relaciones han quedado en el límite de la jugarreta y te sientes como exigente de ciertos detalles que la otra persona no ve. Todo se torna infantil, banal y mentiroso…
       - Exacto. Creo que es eso. Además, yo soy... yo soy alguien que se fija mucho en el interior de una persona más que en lo que luce. Mira, Eva, no me considero exigente en una relación, pero sí me gusta que me quieran por lo que soy y no por lo que luzco. La pasión tiene que ver mucho con el cuerpo, está bien, pero no tienen idea del éxtasis que se logra cuando se hace el amor con el alma encendida. Más bien con las dos almas encendidas y fundiéndose en amor mutuo… ¿Otra copita…?
       - Está bien…

   Adanis se duchó contento y agitado el día que se conocieron. Siempre salía excitado de su clase de aeróbicos. En cada duchada cantaba por la emoción que le palpitaba en la piel. De su mochila sacó la ropa de muda y se vistió. Luego, todavía peinándose, se cercioró de que todo quedara en orden en la sala de ejercicios, cerró las ventanas y, llaves en mano, se despidió de los que todavía quedaban en el gimnasio. Rutinariamente, después de cada clase, iba al Café a tomarse algo refrescante. Se montó en su automóvil y se encaminó calle abajo. Apretó los dientes cuando en la esquina de la callejuela del perro bullicioso. Odiaba pasar por allí y sus intentos de buscar otra vía para evitar ésa, no tuvieron fruto después de varios desaciertos. Desde hace mucho se había convencido de que era imposible encontrar otra calle. Dobló la esquina y se dio cuenta, apenas a unos metros de recorrido, de que el perro estaba más bullicioso que nunca. Cuando los focos de su automóvil abrieron espacios de luz en la oscuridad, unas siluetas lo asustaron. Había alguien en el suelo con un tipo encima, otros dos estaban de pie y se asustaron al ver el carro.

       - …Pero al menos usted ha tenido alguna que otra relación bonita. Yo realmente termino con los hombres justo como usted me encontró a mi… pero, Adanis, no hablemos de eso ya…
       - Sí, me parece bien. Y ahorita… ¿tiene a alguien en mente?.

   Adanis trató de hacerse el desentendido de la situación. No es bueno meterse en lo que no le corresponde a uno en esta ciudad. El corazón le latía fuertemente y un sudor frío le recorría la sien. Fuera de su auto oía los gritos ahogados de alguien a quien le tapaban la boca, eso lo podía reconocer. Las siluetas tenían rostros amenazadoramente disimulados. El perro bullicioso estaba ronco de los ladridos. Estaba decidido a acelerar para salir rápido de allí cuando el grito de una mujer desesperada y que pedía auxilio, lo puso en conflicto. Luego, unos golpes y unos forcejeos. Después silencio y caras disimuladas. Pasó al lado de ellos y unos metros más adelante no lo pudo evitar. Detuvo el auto y salió con la duda en las piernas.

       - ¿Otra copita…?
       - Está bien -contestó sorprendido Adanis.
       - Señor, por favor, nos trae mejor una botella del mismo vino y dos copas limpias…
       - Mira, Eva, ¿te puedo llamar Eva?
       - Me gusta como se te oye…
       - Te voy a ser sincero… yo… bueno, la verdad, creo que los dos tenemos mucha apatía para las relaciones, pero yo he sentido que contigo estoy muy cómodo y como verás nuestro encuentro fue tan extraño que, igual, me siento extraño en lo que estoy sintiendo por ti… no estoy seguro, la inseguridad me mata cuando digo estas cosas…
       - A mí también me pasa lo mismo, y creo que sé a dónde quieres llegar. Mira, Adán, ¿te puedo llamar Adán? …
       - Me gusta como se te oye… -y sonríen.

   Los dos tipos se acercaron y le dijeron que aquí no pasa nada que le importe, que siga su curso. Luego, otro grito que volvió a desesperar al perro bullicioso: “¡Me quieren violar!”. Y las miradas tensas se cruzaron. Las de ellos con las de Adanis. Hubo un momento de parálisis expresiva. Adanis dio dos pasos atrás y los dos que estaban anteriormente de pie se acercaron con rabia en los ojos. Adanis entró en su auto y de allí sacó la palanca de la mica. Una furia profunda le crispó los labios y decidido se encaminó a ellos para la pelea. Hubo golpes y bufidos. La gran masa muscular de Adanis encontró motivo para sobresaltarse y moler a golpes a los violadores. Era increíble la fuerza de sus golpes. El tipo que sujetaba a Evangelina en el suelo, al ver la situación tan desfavorable para sus compañeros, decidió tomar lugar en la pelea. Por más que lo intentaron no pudieron con la potente furia de Adanis que vociferaba cada vez que daba un trancazo, ya fuera con la palanca ensangrentada por los golpes, ya fuera con sus puños.

       - …Y si bien he sido sincera al contarte tantas cosas que no le he contado a nadie, hay algo que no sabes de mí. Eso me ha causado problemas y, te juro, que no quiero tenerlos contigo…cómo te explico… es que igual me siento tan bien contigo y en tan poco tiempo… no quiero arruinarlo, al menos no quiero que por esto arruinemos nuestra amistad… es que…
       - Pero, Eva, todos tenemos nuestros secretos, nuestras cosas personales que queremos guardar… sabes, yo también tengo uno que no te he contado… y cuando te oigo siento que tu voz tiembla como lo haría yo… para mí también es difícil esto…

   Definitivamente Adanis apaleó a los depravados. Salieron corriendo por entre la oscuridad, gemían y se detenían la sangre que les bañaba el cuerpo. Fue entonces cuando Adanis se acercó a Evangelina y la atendió. Le preguntó que cómo estaba y ella contestó que no lograron lo que pretendían. Pero estaba muy mal herida con moretes y raspones por todo el cuerpo. Adanis la cargó en brazos como quien lleva un peluche y la metió en el carro. La llevó al Seguro Social, puso la demanda en la PNC y luego la llevó a su casa. Claro, en ese transcurso rompieron el hielo del anonimato y se intercambiaron los teléfonos. En los siguientes días Adanis la llamaba casi a diario para saber cómo seguía. Y luego, era ella quien llamaba para platicar de cualquier cosa. Entre uno de esos días y entre una de esas cosas, cuando ya todo estaba más para allá que para acá, fue que se citaron en el Café. Se disponían, al parecer, a arreglar aquellas “cosas de teléfono”. Una vez frente a frente por más de tres horas en el lugar acordado, el amor susurraba en sus oídos.

       - … Ay, Adán, Adán, es que no te quiero desilusionar… es muy difícil mi pasado y lo que yo…
       - Pero, Eva, ¿Qué es lo que pasa…? ...sabes qué, dejémoslo ahí… creo que tienes razón… yo también…yo no puedo conseguir nada contigo tampoco…
       - Soy gay, soy tra...
       - …
       - Y además... en los Estados Unidos me operé los senos, pero en verdad soy un hombre… ¡¿De qué te ríes?! …¡Mesero, la cuenta, por favor!
       - No, no, no ¡Espera! – Adanis le toma el brazo y se le abalanza con un beso jugoso. Se siguen besando. Siguen. -Déjame explicarte… desde hace tiempo, ¡Desde siempre…! ...desde siempre he abandonado lo que me dieron por cuerpo, he intentado borrar mi cuerpo …y trabajo duro por parecer lo menos posible... una mujer.
       - ...
       - ¡Ahora bésame…!

   Y, por supuesto, se enredaron en ese beso. Nadie en el lugar entendía la pasión de la pareja doblemente emparejada. Es difícil en este canto citadino entender un simple beso y menos ese tipo de besos. Sólo el amor hace esas jugadas para entenderlo él mismo. Sólo el amor encuentra soluciones en esta ciudad emproblemada.

       - ¿Sabes qué, Adán? Siempre quise tener hijos naturales con mi pareja… -y continuaron besándose.



*Iván Larreynaga (Van Pacas)
San Salvador, El Salvador.
Director de la revista LaMosca. Estudiante de Literatura en la Universidad Nacional y trabaja como creativo en una agencia de publicidad.