Oscar Huerta*


página 10, sección "D"


     La última vez que se supo algo de Gerardo fue en la página 10, Sección "D" en el periódico del sábado 13 de febrero.
     Gerardo no tiene sentido sin Raquel, extraña relación, pero de facto cierta, y esta afirmación esta basada en que algunos párrafos amarillentos no pueden servir de contexto para sumergirse en la tragedia ajena. Por esta razón, también tengo que hablar de Raquel.

     Por aquellas fechas, muy próximas a Diciembre, Gerardo e Irene invertían todo su tiempo libre en preparar su boda a realizarse al siguiente año, tal vez en Junio o en Julio. Tiempos de fríos, de que los adornos navideños comenzaban a invadir todos los aparadores y las fachadas de las casa de la ciudad, tiempos difíciles ya que los precios de los salones, los adornos, las flores, el conjunto musical, el banquete, el pastel, el vestido y demás estaban disparandose por las nubes, aunque faltaban varios meses para la fecha de la boda, se estaban apurando por investigar precios y posibilidades para tratar de cerrar trato y no los alcanzaran los inminentes aumentos de precios que se avecinaban en el despertar del nuevo año.
     Raquel que era entrañable amiga de Irene en primera instancia por su amistad desde sus tiempos en la preparatoria, y ahora además de Gerardo, le venía muy bien la boda próxima, ya que se dio a la tarea de ayudar en los preparativos en todo lo que estuviera a aun alcance. Por un lado le agradaba la confianza depositada en ella en esas arduas jornadas que significaban los preparativos de una boda; y en segundo lugar estaba encantada de poder invertir sus largas tardes de soledad haciendo simplemente algo. Si pensamos que el turno terminaba a las 3:45 de la tarde y veía a su esposo hasta las 9 o 10 de la noche, podemos comprender que las tardes eras inmensamente largas y aburridas, por supuesto se inventaba quehaceres y mandados y pasatiempos, con el fin de que por fin llegara la noche y recibir a la cena a Carlos (su esposo) y al menos conversar un poco antes de dormir.
     Gerardo era un tipo bastante nervioso, amaba hasta el extremo a Irene, no había ninguna duda en su compromiso de matrimonio, sin embargo siempre tuvo un presentimiento amargo, cada que pensaba en la boda un sentimiento de impotencia le arrebataba las ideas, algún espíritu malévolo le invadía y se sentía abandonado. Nunca expreso nada al respecto a nadie, él se sabía nervioso, y atribuía esos abismos a su frágil naturaleza. Frágil en más de un sentido, físicamente era un individuo bastante delgado, hasta débil, y le perseguía una enfermedad que nunca nadie supo diagnosticar: en ocasiones súbitamente sentía un hilillo de sangre que descendía por las fosas de su nariz, sin el mayor aviso, sin ninguna causa; este sangrado era bastante persistente, una o dos veces cada mes, y le deba tanto trabajo detenerlo. Otras ocasiones por la noche se soñaba bañado en sangre, todo su cuerpo húmedo y rojo, con fiebre y dolores espantosos que lo atravesaban por el pecho y la espalda, hasta que despertaba de un sobresalto y se encontraba efectivamente bañado, pero en sudor, y con fiebre y mucho frío, al venir la mañana desaparecía el malestar, impredecible como venía, impredecible se iba siempre. Llegó a pensar que estaba recordando el momento de su nacimiento, sólo eso podía explicar la sábana de sangre que lo arropaba, y los dolores pudieran ser equivalentes a los que siente la madre, ¿quién recuerda si el nacimiento es doloroso? Sus pensamientos lo hacían fortalecer sus lazos de amor con su madre, él podía sentir el dolor, él podía recrear los nacimientos una y otra vez, por supuesto además aumentaba el amor por Irene, que además la imaginaba convaleciendo al momento del parto de sus futuros hijos.
     Por aquellas fechas, muy próximas a Diciembre, Pablo entró a trabajar a la fabrica en el área de pespuntadores, junto con Gerardo e Irene, todos bajo la supervisora del área que era Raquel. Pablo tenía un encanto inédito, era bastante despreocupado y muy amigable, tenía platica de todo, y una maldita sonrisa irresistible.
     Raquel se encontraba a cada instante con la mirada incisiva de Pablo, una mirada penetrante pero suave, una mirada profunda pero de calma y quietud. Raquel trató inútilmente de evitar que la mirara, pero cada vez más se sentía envuelta por la dulzura y calidez de esa mirada. Dejó de sujetarse el pelo para traerlo suelto y esconder sus ojos de los de Pablo, se podía interpretar de dos formas esa (imperceptible para otros) señal, o bien podía marcar un 'deja de mirame, ahora no están mis ojos para ti', o podría tratarse de un 'si me quieres alcanzar, tendrás que sortear dificultades'. Pablo continuo mirandola, y Raquel sentía como si el brillo del sol entrara a su cuerpo, pero sólo a su cuerpo, entonces comenzó a corresponder las miradas. Simétricamente, a Pablo le reventaban las miradas de Raquel en el pecho como si fueran ramos de flores olorosos, como si una nube tibia lo alcanzara con sus gotas amorosas. De inmediato las almas de Raquel y Pablo sintonizaron. Cuando la noche se precipitaba sobre la ciudad y el sueño los inundaba, invariablemente se encontraban en jardines inmaculadamente verdes y soleados, en celosos lagos de agua quieta, en profundos bosques y en miles de parajes donde podían abrazarse y besarse. Eran sueños infernalmente reales, se reconocían en la piel del otro, se levantaban con el sabor del amor en los labios, y cuando se miraban en la fabrica se confirmaban mutuamente que efectivamente, se habían encontrado en un mundo paralelo.
     Ante los precios desorbitados de los vestidos de novia, y con varios meses por delante, Irene decidió hacer el vestido ella misma, compro las telas, los encajes, los hilos, las revistas para confeccionar el vestido a su antojo, y por supuesto que para ahorrar algunos miles de pesos. Raquel la acompañaba (era un decir ya que su pensamiento revoloteaba de flor en flor, tras el néctar del recuerdo de Pablo) por la tarde, escuchaba (bla, bla, bla) a Irene en quejas, ilusiones, preocupaciones, invitados, presupuestos, bla, bla, bla. Luego, un poco mas tarde llegaba Gerardo y era la misma, escucharlos (bla, bla, bla) en quejas, planes, invitados, presupuestos, bla, bla, bla. En algunos días la idea de estar con ellos fue perdiendo interes, su mente se encontraba en otros lugares.
     Por aquellas fechas, cada vez más próximas a la navidad, Raquel y Pablo se encontraron al salir de la fabrica, sin haber cruzado una palabra antes se fueron a hacer el amor toda la tarde. Ese día se nubló la ciudad y la cubrió una llovizna fresca y apacible, algunos sacerdotes coincidieron en observar que si los ángeles lloraban, esa tarde lo estaban haciendo. Una lluvia fuera de lugar, fuera de tiempo, unas nubes milagrosas que se habían posado en la ciudad y habían bendecido a los habitantes, inclusive se rumoraba (sin llegar a validarse) que algunos ciegos habían recobrado la vista, que algunas personas inexplicablemente se habían curado de múltiples enfermedades, cáncer en los pulmones, algunos enfermos terminales de sida, de los pocos casos fue el de una joven con leucemia que había quedado totalmente sana. Nadie tenia explicación a lo sucedido, de seguro que Dios se había soltado esa tarde con la llovizna. Sería alguna coincidencia, o el detonador, pero mientras ocurría el milagro en las calles, en una habitación Raquel y Pablo se tocaban, se besaban, se revolvían, se abrazaban, se transformaban en pasión, un milagro definitivamente más importante.
     La siguiente tarde que se reunieron a coser el vestido, Irene noto que Raquel estaba singularmente en estado de gracia, un brillo misterioso emanaba como si tuviera escondido un pedazo de sol, le preguntó que sucedía que estaba tan radiante. Alguna vez Raquel le había confesado a Irene que toda su vida había estado arrastrando un vacío en su corazón, un agujero que nada podía llenar, al casarse con Carlos creía que iba a desaparecer, pero no sucedió así, Raquel había aprendido a subvivir con el vacío, que se traducía en infelicidad. ¿Sabes Irene? El vacío se ha ido, simplemente se fue.
     Efectivamente había sucedido con esa tarde milagrosa. Carlos era un diamante, una valiosa piedra de cientos de fases, limpio, casi perfecto, casi. Por otro lado Pablo era (si podemos compararlo) apenas una piedra simple y transparente de cuatro caras, el prisma más basico, un cristal de lo más sencillo. En aquel diamante complejo Raquel se miraba fragmentada, se perdía en los ángulos y las aristas de Carlos, su brillo rebotaba en las caras del diamante y de la misma manera salía, blanca, transparente, miraba pedazos de sus sueños, ilusiones incompletas, profundos abismos inexplicables. Por otro lado cuando se miraba en Pablo, se encontraba integra, completa, la fase que tenía Pablo era la que necesitaba, la que no tenía Carlos. A través de Pablo se multiplicaba en todos los colores del universo, la gama de tonos se multiplicaba cuando se miraba y se perdía en Pablo. Esa medicina que necesitaba la había encontrado. En adelante, pasaban las tardes en los cines, en cafés, caminando por parques o avenidas al azar, haciendose el amor cuando la sangre les comenzaba a hervir. Raquel se metamorfoseaba en mil y una, la Raquel madura y responsable que conocía, la Raquel adolescente caprichosa y mimada, la Raquel apasionada que podía hacer llover milagros o fuego sobre la tierra, la Raquel misteriosa que podía atraparlo e hipnotizarlo, mil y una.
     Por supuesto Gerardo e Irene extrañaban la compañía y los consejos de Raquel. Las fiebres nocturnas y las hemorragias de Gerardo se multiplicaron súbitamente, cada tercer día, a cualquier hora. Gerardo pensó que muy pronto tendrían hijos, cada vez sentía en carne propia su propio nacimiento, además los dolores maternos, la piel se le desgarraba.
     Pablo cada vez más necesitaba de Raquel, de su piel, de su voz, de sus caricias, ya no podía vivir sin ella. Sabía que nunca sería totalmente suya, que su matrimonio los mantendría separados. Cada que podía le decía que la quería, que la quería muchisimo, nunca se atrevió a decirle que la amaba ¿marcaría eso acaso una diferencia? ¿no se pondría vulnerable ante ella? Quería preguntarle cuanto lo quería, cuanto lo necesitaba, nunca lo hizo, bien sabía que ella le podía mentir, y no podía arriesgarse a eso. Raquel lo amaba con todo su ser, y no sólo eso, sino con todos los milagros que podía obrar, milagros que no sabía controlar, que no sabía que tenía, pero tampoco se lo dijo a Pablo, tenía miedo de arriesgarse a que algo hiciera que el vacío regresara a su corazón, estaba viviendo en el estado de gracia pleno, con eso era suficiente.
     Pablo comenzó a llamar los fines de semana a Raquel, cuando Carlos estaba en la cervecería. Platicaban por horas las mañanas de sábado, y todas las tardes cuando no se salían, se decían cuanto se querían, cuanto extrañaban sus cuerpos. Idearon una clave, si Carlos se encontraba en casa, Pablo diría que era Gerardo. Genial idea en realidad, Carlos sabía que Gerardo e Irene eran los mejores amigos de Raquel, además con el asunto de la boda no habría ninguna sospecha de las llamadas. Genial idea, excepto por.
     Por aquellas fechas, vísperas de navidad, el teléfono timbró, al mismo tiempo descolgaron para contestar Raquel en el teléfono de la cocina y Carlos en el de la recamara, para mala fortuna Raquel habló primero y Carlos se quedo escuchando. Soy Gerardo ¿podemos hablar? Raquel que creía a Carlos todavía dormido a esas horas (sábado y por la mañana) le dijo que si. Para Carlos aquello de extraño tu cuerpo tibio junto al mío, o eso de necesito tus besos, o quisiera que estuviera aquí, fue una puñalada, un golpe artero, y comenzó a imaginarse que de seguro llevarían mucho tiempo de tratarse. Su cabeza sólo fue capaz de concebir que Gerardo estaba engañando y burlandose de Irene y de él, no había más caminos, nada era tan evidente.
     El mundo siguió girando, los milagros siguieron ocurriendo. Pasó navidad y año nuevo.

     Un viernes por la noche después de trabajar medio turno extra (que por supuesto significaba algunos pesos más) Gerardo se encamino a buscar avenida Revolución para tomar el camión. Con los pensamientos rondando cualquier aspecto de la boda, le vino el sueño estando despierto, agudos relámpagos se le incrustaban por la espalda, por el pecho, en el estomago y los brazos, un vendaval de furia lo tomaba por asalto, pero esta vez no estaba soñando. Imágenes de su vida comenzaron a desfilar a una velocidad incomprensible, visiones fugaces se confundían con los dolores y la sangre que lo abrazaba abundante, el olor y el sabor de la sangre en la garganta, que se le escapaba además por la boca, sin poder gritar, sin poder despertar (¡ojalá estuviera soñando!). Derrumbado sobre la banqueta veía un cielo despejado lleno de estrellas, de estrellas que se iban haciendo borrosas.
     Alguien lo enderezó, apenas incorporandolo un poco de manera que pudo observar su cuerpo, lo que quedaba de su cuerpo, envuelto en sangre, obscura, viva. Comprendió entonces que lo que experimentaba en sus sueños no era su nacimiento, no era un recuerdo, no tenía nada que ver con su pasado, comprendió entonces que era una ventana al futuro, un instante de su destino, un futuro que estaba llegando a la velocidad de la sorpresa. Ese alguien que lo sostenía, le habló al oido suavemente, como si lo confortara. Hey mi amigo, si no hay dolor no hay salvación. Mientras descendía lenta y dolorosamente por la espiral de la muerte identifico sin posibilidad a equivocarse la voz de Carlos.

     Las llamadas a casa de Raquel se interrumpieron, un día simplemente dejaron de llegar para alivio de Carlos. Irene ni siquiera termino el vestido de novia, lo abandono en una bolsa de plástico que se fue empolvando en un rincón de la casa. Y los milagros siguieron ocurriendo, quién sabe por cuanto tiempo, que nadie lo tuvo por cierto.
     La última vez que se supo algo de Gerardo fue en la página 10, Sección "D" en el periódico del sábado 13 de febrero. "Como el empleado de conocida fabrica de calzado fue identificado el sujeto asesinado con arma punzocortante la noche de ayer en el cruce de las avenidas Calzada del Ejercito y R. Michel. Ayer a eso de las 11:30 de la noche el personal del Servicio Médico Forense acudió al mencionado cruce de calles, ya que les reportaron que en ese sitio estaba una persona sin vida. En ese lugar localizaron el cadáver de Gerardo Padilla, el cual presentaba heridas producidas por arma blanca en el cuello, tórax, brazos y abdomen, así como golpes en el cráneo y otras partes del cuerpo. La identificación del cuerpo se logro gracias a una credencial de elector que se encontraba en la cartera del ahora occiso. La Procuraduría ya investiga el caso".



*Oscar Huerta.
Guadalajara, México. 1971.
Co-director de
al margen.