Karen G. Rodríguez Montiel*


obra del diablo


     Se inclino recargada en el mueble de baño hacia adelante, vió su cara morena en el espejo, se vió de perfil y examinó los barros que tenía en la frente.

     Aún inclinada, abrió la llave de agua caliente. Dejo tirarla. Tomó el jabón con extractos de cítricos, lo remojo en el chorro de agua y se quemó la mano. Se incorporó, abrió entonces la llave de agua fría, espero a que ésta se tibiara y de nuevo remojó el jabón en el chorro.

     Dobló su cuerpo de nuevo. Cerró sus ojos. Hizo espuma con la barra de jabón y embarró ésta en toda su pequeña cara, apretando los ojos para no irritárselos, dio masaje a sus barros, estiró la barbilla y después también se dio un masaje ahí, para eliminar cualquier residuo de grasa.

     El agua aun corría, libre hacia el resumidero y después de enjuagar su cara, con ella se fueron los malos momentos que había vivido en el trabajo, las intrigas de la escuela y toda la carga social que llevaba consigo, toda la suciedad que se le pegaba en la frente, mejillas, nariz y barbilla como por arte de magia, al cruzar la puerta de su casa, cada mañana.

     Levantó la mirada para verse al espejo y sintió sobre el hombro la presión de una mano. No había nadie en el baño. ¿Quién es?- preguntó temerosa, con el agua estilando sobre su blusa negra y la piel de los brazos, cuello y piernas rizada de miedo. Una voz familiar contestó : "Soy el diablo" y un viento oloroso a humedad jugueteó con su pelo. "No creí que existieras" contestó firmemente.

     En algún momento de ese encuentro extraño, ella quizo gritar, no salía sonido alguno de su boca, también intentó correr, pero sus piernas largas no respondían, se encontraba paralizada frente al mueble del baño. Olvidó por completo secar su cara mojada y las gotas de agua empezaron a correr por su cuello, luego por su pecho, bajaron por en medio de sus costillas para esconderse en su ombligo. Las manos le temblaban y con su mirada fija en el vacío del espejo que le hablaba, trato de ver alguna cara, un gesto del diablo, pero era inútil, no había nada en el baño, excepto el rostro aun mojado, limpio, con las cejas marcadas por la humedad del agua y bajo ellas la mirada aterrada, perdida en las inmensas pupilas.

     Cerró la llave del agua, secó su cara estilada y de repente sintió el deseo de escribir una historia. Cruzó el pasillo oscuro, con la tenue luz de las siete de la tarde, abrió la puerta de su cuarto, prendió su máquina y comenzó escribiendo en tercera persona. El texto comenzaba así : "Se inclinó recargada en el mueble de baño hacia adelante, vió su cara morena en el espejo, se vió de perfil y examinó los barros que tenia en la frente...".



*Karen G. Rodríguez Montiel.
Guadalajara, México. 1979.
Lic. en Informatica Administrativa (ITESO).