Oscar Cárdenas


con rumbo a @~!#$%tlán


          -Deben ser las bandas, hacen ese ruido cuando están muy usadas y se mojan.
   Le dijo @#$/%ana. Pena le daba salir con ella en un coche así. Pero no tenía otro. Ya estaba ahorrando para uno de verdad. No tendría que activar la alarma con la llave ni le subiría los vidrios manualmente. Aunque tuviera que sacrificarse con horas extra y tal vez uno que otro fin de semana. Aunque se preguntaba si se podría, porque sí que lo necesitaba. Recordó que le dijo que un día de esos lo llevaría a revisar. Después de todo el ruido sólo se manifestaba después de los 90 kilómetros por hora.
   Ese fin de semana debía llegar a @”!#$%tlán, a la boda de “$#&%acia.
   “Tú vente, seguramente se le pasó invitarte, pero seguro que tendremos suficientes pases para ir todos.”
   Él quería ir porque ya tenía mucho tiempo sin ver a sus amigos, platicar de cómo les había ido y quien más ya andaba en trámites de boda. Pero invitado no estaba. Hacía mucho que no lo invitaban ya a ningún lado. Tal vez por allá, el sábado podría conseguir un mecánico. Y como siempre en los viajes largos, nada más se detuvo a echar gasolina y se dirigió a la salida. ¿Pero cómo se iba a ir a 90?
   Cada que dejaba atrás un pueblo, era el tramo perfecto para acelerar; sólo los que se acercaran se darían cuenta, pero qué diablos.
          -¡Vaya! A 120 el ruido es más escandaloso.
   Obvio. Ya hasta se siente el carro como que vibra.
   Admirados de los que inventaron los foquitos de alarma en los tableros y malditos los despachadores de gas que no se ofrecen a checar el agua del !”#%#$dor. La última estación de gasolina ya estaba muchos kilómetros atrás. Y @”!#$%tlán muchos kilómetros adelante.
          -Con calma, seguramente por aquí habrá uno de esos talleres al borde de la carretera. No recuerdo exactamante donde, pero de que los hay, los hay.
   Pensó.
          -Seguro que nomás me van a pedir lo que sea mi voluntad por un chorrito de agua.
   Recorrió justo la distancia suficiente para no comenzar a desesperarse. Allá estaba. En medio de la gran curva y al mismo tiempo de la nada.Con sus letreros hechos a mano y las llantas inservibles haciendo un buen montón. No era una simple llantera de 24 horas, no. El letrero estaba feo, pero muy claro : “MECANICA GENERAL El Güero”.
          -”General”. Seguro que si.
   El taller estaba a unos 50 metros de la carretera, por lo que contaba con una acceso terregoso y disparejo que tuvo que sortear. No apagó el motor, no era necesario.
          -¿Tendrá agua, amigo?
          -Si. Acércalo para allá tantito, donde está la pila.
   El aspecto del mecánico le dió confianza; no así la facha de un acomedido que llenó una cubeta y la apuntó al tanque sin que el cofre estuviera abierto aún. Se preguntó qué hacía un vago en ese lugar.
   Nunca le había dado importancia al hecho de que sabía muy poco o casi nada sobre mecánica. Tal vez por eso, porque el ruido de las bandas ya le era familiar y porque ya estaba obscureciendo, no se dió cuenta de lo que el mecánico si notó :
          -¡Apágalo, rápido!
   No tuvo tiempo de asustarse, aunque si se imaginaba que corría peligro en un lugar tan apartado de todo. Vió que el güero fijaba la vista sobre el lado contrario a donde se encuentra el tanque del agua y entendió que algo realmente estaba pasando, por lo que obedeció y se subió a apagar el motor. No lo dejaron preguntar. Al salir del coche, ya le tenían un diagnóstico:
          -Se te cayó el !”#%#$dor.
          -¿La qué?
   No escuchó bien.
          -Es el motorcito que bombea el agua pa’ enfriar el motor.
          -Pero cómo, si venía bien.
   El güero dijo que eso dicen todos.
   De los 4 tornillos que la sujetan, 3 se habían roto. Todos habían perdido su respectiva tuerca. La teoría era que al estar flojo uno de ellos, toda la unidad vibraba.
          -Si, me acuerdo que vibraba.
   Pero el que no estaba roto fué responsable de que el motorcito ese no hubiera caído hasta el suelo. Y como de ese motorcito se sujetaban unas bandas y las bandas ya no estaban en su lugar, la función de llevar agua al motor no era posible. No le quedó más remedio que aceptarlo. Eso había sucedido y se imaginó todo como si hubiera tenido una repetición instantánea.
   Después de que todos los que estaban ahí se asomaron a ver el “motorcito caído”, se dió cuenta de que había más clientes. El cuerpo de mecánicos atendía por lo menos otros 2 infortunios. El güero le dió a entender con señas que tenía que terminar con otro motor, mientras él se preguntaba cosas que no hubiera imaginado. ¿Cuánto tiempo tardaría? ¿Cuánto le cobraría? Cuando terminaron de arreglar la camioneta azul, se fueron la mayoría de los curiosos. Hasta la abuela se había bajado a atestiguar la desgracia ajena.
          -¿Ya ves? Nunca hay que salir sin revisar los carros. Qué bueno que eso no nos pasó a nosotros.
   Y agregó una mirada de esas como de “miren ese mal ejemplo” al conductor delante de sus nietos.
          -Mira, de estos tornillos no tengo, son muy largos... Lo que podemos hacer es soldarles un pedazo a los rotos para que queden del tamaño.
   Dijo el güero. Se dió la vuelta rumbo al taller antes de recibir pregunta alguna.
          -¡Oye, y cuánto te tardas!
          -Orita viene mi papá a explicarte.
   A esta gente parecía no importarle el tiempo, contrastando con la apuración de él. ¿Pero ellos porqué habrían de vivir apurados? Seguramente no tenían horarios como los de las oficinas. Los clientes podrían llegar a cualquier hora, tarde o temprano, pero las prisas no eran para ellos.
   Mientras llegaba el güero (padre), se acercó a la parte del taller donde un par de hombres se batían entre llaves, grasa y cerveza en una pickup de aspecto raro y placas de un    Estado muy lejano.
          -Buenas tardes...
          -Buenas, ¿desde donde vienes así?
          -Pues lo raro es que no me di cuenta.
          -Lo bueno es que llegates.
   Este tipo era el chofer de la camioneta. Destapó otra lata de cerveza y se la acercó, invitación a la que no se pudo negar.
          -¿Y ésta qué tiene?
   La explicación incluía términos muy desconocidos para él. Se arrepintió de haber preguntado pero con sus gestos le hacía saber que todo lo había entendido.
          -Si no tienes esa madre, pos cómo vas a hacer que jale, ¿verdad?
          -No, ni a mentadas.
   Y le dió un trago a su cerveza.
          -¿Y tu a qué te dedicas?
          -Trabajo en las oficinas de la Procuraduría en la capital. Soy un vil burócrata. ¿Y usted?
          -En una funeraria. Vine por estos rumbos a traer un muertito y ya de regreso que se me atora esta fregadera. Lo tuyo va ser más rápido. ¿No?
          -Pues no lo se... Todavía no me dicen.
   El chofer actuaba como el perfecto ayudante. No solo se acomedía a acercarle las llaves al mecánico si no que con su charla amenizaba la jornada que se notaba que para ellos había sido larga.
          -¿Ya tiene mucho rato aquí amigo?
          -No. Tengo desde el miércoles... Pero yo creo que el domingo ya terminamos.
   El mecánico y su sentido del humor :
          -Si no nos vuelven a sobrar piezas, el domingo ya está.
   Desesperado buscaba al güero, dando un vistazo a la construcción que ya de cerca asomaba sus características de vivienda formal. No una, sino varias familias podrían caber allí. La joven se asomó persiguiendo al güerito que inesperadamente se había escapado sin aún poder caminar. Ella no advirtió su escasa indumentaria, tal vez sería porque esa construcción les aportaba cierta intimidad que los clientes no advertían. Los clientes quieren irse lo más pronto posible y no saben de la cotidianeidad de los que ahí habitan. El instante fué muy corto porque ella sólo tomó al güerito por un brazo y regresó de inmediato, pero fué suficiente para advertir una fina silueta y sus hermosos piés desnudos.
          -Qué pasó... Te gusta la güerita, ¿eh?
   Asintió el vago. A él le dió pena que lo atraparan en esa distracción, y más una persona así. Sonreía con cara de pícaro fingiendo un tipo de confianza que aún no se ganaba. ¿Pero qué hacía un vago en ese lugar? (De nuevo se preguntó).
          -Está bonita... Si. ¿A usted también se le quedó su coche?
          -Si... Aquél que está allá. Pero aún no está listo. Nomás que mi amigo me traiga la pieza que se le jodió y ya me lo llevo.
   No era un buen coche, casi combinaba con el aspecto del hombre.
          -Pero pa’ mi que ya no volvió. -Se entremetió el mecánico.- Tiene 3 meses que se fué y no ha vuelto. Ya te largaron aquí, viejo...
          -¡Ni madres! Si viene. Lo que pasa es que a lo mejor todavía no consigue el dinero. ¿Tu no puedes prestármelos? -Volteó con él.- Yo soy de $%(/quillo y soy de palabra.
   La respuesta negativa era casi automática.
          -Uy, mi amigo...
          -Déjalo en paz. -Le ayudó el mecánico.- Nadie te va a prestar un centavo.
   Se alejó rumbo a su coche como renegando y se encerró en él. El mecánico explicó lo que le había pasado y que desde entonces vivía en su coche. No valía la pena llevar una grúa hasta allá porque le cobrarían mucho más de lo que el auto costaba. Eso era frecuente en ese taller. El corral era un verdadero almacén de chatarra. Los autos que necesitaban una reparación cara, eran abandonados por sus dueños por que era lo que más les convenía. El viejo comía de lo que la familia le ofrecía porque ellos eran buenas gentes, pero también él trataba de compensar algo con las pocas propinas que sacaba. El güero se acercó a dar un presupuesto aproximado :
          -Buenas... Mira, de la soldada no es mucho, pero es viernes y ya es tarde. Así que el soldador se va a aprovechar. El viaje te va salir en #$%& .00 y la mano de obra la discutimos después.
   Se resignó a perder la noche en ese lugar. Pero sobre todo esa cantidad, aunque viéndolo bien era justo por la urgencia y lo retirado del taller.
          -Ándele pues, no se tarde.
          -Nomás unas 4 horas si el soldador no se fué de parranda.
   Mientras, el chofer de la funeraria traía la otra ronda pero el mecánico decidió esta vez aprovechar el tiempo y volvió al trabajo.
          -¿Y donde has dormido estos días?
          -En la camioneta... Ya me prestaron unos ponchos y al menos yo si puedo estirar los piés agusto.
          -¿Duermes ahí? ¿Donde viajan los muertos?
          -Si. A veces me imagino que estoy muerto y que la camioneta se va al paso de los dolientes. Y yo me siento y volteo a verlos por la ventana. Y les digo : “pendejos, de aquí se ven todos bien pendejos”. Y les grito sus verdades a los cabrones y... a mi vieja y... a su cab...
   Se asombró al ver a aquél hombre sollozar y le pareció prudente dejarlo solo. Su alternativa era ayudarle al mecánico, tal vez así se podría ir más pronto.
          -Pásame una llave de #$%& cuartos. ¿No?
          -(En la ma...) ¿Cuáles son las de #$%& cuartos?
          -Ese cuate ya anda borracho... Pero es buen tipo.
          -¿Tu eres pariente del dueño de aquí?
          -No, yo nomás le ayudo. Es que no tengo lana y le voy a pagar con trabajo la reparación de mi coche. En una semana más cubro mi deuda y me voy. Me tratan bien y me gustó que no se portaran ojetes con lo del dinero. Mira, las llaves tienen marcada la medida de este lado.
          -Okey.
   Fué una charla que hizo la espera más corta. El chofer de la funeraria se reincorporó después ya mejorado y añadió unos buenos chistes. Cuando el güero llegó, no había frío en la madrugada. Tal vez por el trabajo, tal vez por las cervezas, tal vez por la conversación. Y luego de una hora acomodando el bendito !”#%#$dor, el güero se disponía a cobrar e irse a dormir.
          -Pues ya estuvo, nomás van a ser los #$%& .00 del viaje, %&.00 de la soldada... Se manchó el güey soldador... Y son #$%&#$%&.00 de la mano de obra.
   Echó una mirada a sus nuevos amigos.
          -Pues yo... Señor... No le voy a ajustar, me gasté lo que traía en la última gasolinera.
Todos se fueron a dormir.
          -Mi papá dice que estás aprendiendo muy rápido, pero que parece que no quieres ensuciarte las manos.
          -Es que de chiquito tuve una dermatitis.



*Oscar Cárdenas.
Ciudad Guzmán (Zapotlán El Grande, Jal). México. 1975.
Ingeniero de software.
Es miembro del consejo editorial de
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