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Domingo López*
Moriencia
Yo estaba fumando y contemplando las nubes
procesionales, sin nada que hacer, como siempre, cuando escuché, los golpes
y supe, ansioso, que Eugenia de las Mercedes estaba de vuelta. Discurrí,
cerrando la ventana porque ella odiaba las corrientes de aire, que no podía
ser nadie más, ya que no teníamos amigos, ni vecinos, ni conocidos y además,
la gente de bien no anda llamando por ahí pateandolas puertas ajenas como
estaba haciendo mi mujer que, y esto era lo más importante, si no había
tocado el timbre quejumbroso debía ser porque tendría las manos ocupadas,
lo que quería decir, al fin, que traía unos bultos de provisiones. Antes
de abrir escondí un par de cigarrillos en un desgarrón disimulado del forro
del butacón y sonreí al recordar cómo algunos bichos, las hormigas creo,
hacen una cosa similar, más o menos con la misma intención. Cuestión de
supervivencia personal, pensé, poniéndome apresuradamente los pantalones
y la habitual camisa, floreada como la que le ví en la tele al Alberti.
No tenía ganas de oírla tacharme de acariciapelotas. Los golpes continuaron
y dije, animoso, ¡voy!, pero no fui sino que me lancé raudo hacia el cuarto
de baño para peinarme un poco y arrancarme las legañas segregadas esa noche.
La verdad es que tenía bastante barba. Y ojeras y tal vez, mal sabor de
boca. Le eché el aliento, todo el que pude, al espejo y al rebotar lo olí.
Dibujé, con un dedo, en el vaho pegado la palabra "NO" e iba
salir del cuarto de cuando me volví y le añadí a la O unos ojos y pelos
hirsutos y también una mueca. Al instante me arrepentí de no haberle hecho
una sonrisa. El subconsciente manda, volví a pensar y manoteé una hoja
de los periódicos apilados, que teníamos provisoriamente para utilizarlas
en el acto que sigue normalmente al ineludible menester de evacuar, y la
pasé por el espejo y, de camino, por el lavabo, quitando así las pruebas
que determinaban el carácter alopécico de mi ya bastante esquilmado cuero
cabelludo. Y entonces de pronto, oí el timbre. Me detuve enmedio del pasillo
sin adornos y sonreí, vil, imaginándola que lo tocaba con la nariz, hundiendo
el pulsador con ella. Me acordé de los timbres de pega que vendían en las
tiendas de artículos de broma, con su agujerito casi invisible por donde
salía el pincho que se afanaba por llegar hasta el hueso del dedo inocente
y osado. Sonó de nuevo. Dibujé mentalmente, grotesca, la cara, las lágrimas
y, con sangre y todo, la nariz como un tomate o desinflada. Menos mal que
la puerta de enfrente no tiene mirilla y menos aún inquilinos, pensé, algo
aturdido y con el pomo ya en la mano que lo hacía girar.
- Lástima, creí que te habías ahorcado -dijo mi señora esposa, entrando
sin nada, contorneándose, con los brazos en alto y las manos revolviendo
o enredándose el pelo casi gris, imitando, supuse triste, a la actriz esa
que cantaba, tan buena moza.
- Chillé voy -dije, parapoco, mirando cómo fingía quitarse los guantes
que no llevaba.
Yo no me había movido, por lo que pude mirarme
en el espejo de la entrada o hall para cerciorarme de que no tenía cara
de ponerme inminentemente a llorar, para que mi pena corroborara o fuera
testigo accidental de la acertada suposición cinematográfica.
- "Voy siempre cantando a los mercaos con una flor en el pelo colorao"...-tarareó,
cantó, dándome la espalda y absolutamente todo su teatro.
- ¿No has traído nada?, pregunté, estafermo.
- ¡¡ Chaaaan !! -dijo únicamente, onomatopeyando la acción orquestal del
fin barato de su escena, perniabierta, quieta, con el cuerpo girado hacía
mí, extendidos los brazos, con las manos como si fueran a besarlas, mirándome
con asco, aburrimiento o fastidio.
- Supongo que...-y me faltó fuerzas, ganas de seguir, digamos, viviendo.
- En el almacén de Carlos me colgaron el The end, qué emoción, se acabó lo de fiar. Ya sé que esperabas que trajera, por lo menos, como los escarabajos peloteros, un garbanzo de tres o cuatro mil kilos, pero no pasa nada, no te aflijas cielito lindo, algo conseguí...sabroso...¡sabor!...¡chacachá!...y cerré por un instante los ojos y estoy seguro que añoró tener unas maracas y la piel cobriza y las tetas medio afuera o asomando del todo.
- Pero si no has traído ni la cesta -dije casi con un hilo de voz.
- La doné. La doné a una gente pobre que necesitaba algo adonde meter a
su nene. "El niño no tenía cuna pa dormí, ea, ea, ea, que yo lo vi
"...- cantó riéndose, terminando por fin su pose para desplomarse
sobre el butacón roto y lanzar los zapatos al aire.
-Vas a partir algo -dije, por decir alguna cosa o para que la vida siguiera,
sin motivo porque la habitación, la salita como al principio emocionantemente
le decíamos, sólo había dos sillas, una mesa coja, el susodicho butacón
y nuestra foto de boda pegada a la humedad de la pared, con chinchetas.
- ¿Sabes qué tenemos de primer plato hoy? Adivina adivinanza...
Que lo adivine Rita o la alimaña que me roe la panza, pensé, encogiéndome
de hombros, recordando de paso el nombre de la actriz que, creo, había
imitado, mirándome nuevamente, abrumado esta vez, en el espejo con manchas
extrañas, como de moho.
- Mojo...mejor dicho, degustaremos unos tiernísimos excrementos, variados,
eso sí. Los tengo aquí, en una bolsita que igualmente encontré. Día de
suerte que tuvo una. Pero no pongas esa cara, no pienses mal que era nueva
y estaba limpia. Ni siquiera la abrieron,
fíjate bien.
Expiraré, pensar que algún día expiraré,
me dije, sostenido por la mañana como la bolsa que colgando de dos dedos
me mostraba.
- Y es hasta de un Economato, no veas qué detalle o qué gracia, según.
Leí...ECO...ECO...económico, pensé, astuto, masajeando el pomo ya amigo, mirando cómo vaciaba el contenido sobre la mesa, notando cómo mis ojos pretendían salirse sin éxito de sus cuencas al ver lo que veían.
- No creas que son todas de perros. Me parece que, por lo menos dos, son
de gatos o gatas. Pobres, se les debió caer de tanto aguantar buscando
tierra. Porquería de asfalto. Hay dos de gente, inconfundibles, como las
nuestras y el resto, pues de perros o vete a saber.
No era una alucinación porque incluso desde
donde yo estaba, junto a la puerta, las olía. Encima de la mesa de nuestra
casa había, las conté fascinado, ocho mierdas de diversas tonalidades y
similares formas.
Parecían desear juntarse, taparse unas a
otras de vergüenza, desaparecer, volver de inmediato a sus respectivos
años.
- Y no hay que tener ni dinero ni imaginación para adivinar con qué salsa se pueden preparar ¿ Qué te parece, cariñín?
Debo estar muriendo, pensé con placidez, envuelto en un sopor extraño, agarrado a la protuberancia suave y metálica, sudada de la puerta. Ella sonreía, la veía enmarcada por la ventana, veía su boca moviéndose, abriéndose y cerrándose. Debe estar hablando y no la oigo, volví a pensar y esta vez me tocó sonreír también a mí, angelical ya. Se fue y apareció con una cazuela. Seguía sin oírla pero comprendí, por los gestos que hacía, que nos íbamos a chupar los dedos, los veinte. Corrió feliz a la cocina. En el espejo veía la puerta entornada tras de mí, su color caoba, lisa. Se ajustaba perfectamente a mis proporciones físicas. Incluso estoy ya en el ataúd, me dije, enseñándome los dientes para ver si, por casualidad, los tenía como el Drácula. Y muy lentamente, sin consciencia, fenecido seguramente, fui abriendo la puerta, la tapa del féretro acogedor y miré por última vez la habitación. Lancé un beso mustio y alado hacia la cocina y haciéndome lo mejor que supe o pude el vivo, el muerto, salí, entré, cerré, solté por mí por fin las cuerdas, soltando el pomo.
*Domingo López
Sanlúcar, provincia de Cádiz, España, 1967.
Entre sus poemarios se encuentran “Aquellos trocitos, estas manos”, “ Cuaderno de Viznar”, “ Palabrería de amor” e "Inventario”. En el genero del cuento “La lluvia y las rayuelas”, “La soledad y nosotros” y "Georgia Blues"; ganó el V Premio Julio Cortazar de Narrativa 2002 – Universidad
de la Laguna (Tenerife). Sus obras en el genero de teatro “El Parapoco” (Cansancio triste en un acto) y “Cero” (Desencuentro en un acto y una televisión).
Ha publicado en innumerables revistas en España, así como en sitios electronicos de literatura y contracultura.
Actualmente anda algo ensimismado con la pintura de piedras y objetos inútiles
y no descarta olvidarse aliviosamente de la literatura.
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