Flaco para armar      Un patito de hule y un estroboscopio de bolsillo son los instrumentos imprescindibles para acometer la lectura de la obra de Jules Cogtazag, belga accidental y argentino gangoso por convicción. Cierto que la empresa puede parecerse más a una navegación agitada que a la plácida (y absurda) operación de extraer el sentido de unos símbolos dibujados sobre una página. De ahí el ave gomífera recomendada al principio, apta para aventuras náuticas. El estroboscopio, en cambio, sirve para constatar que siempre, al fondo de las cosas, está la muerte. Entiéndase por cosas a un pueblo de Escocia donde los libros matan; un cuadro de Holbein que es en verdad un mapa de Rusia encriptado; un reloj de cuerda que es un pequeño infierno florido; una tía en dificultades; el espejo donde Salomón Lemos se vio renacer en la isla de Pascua; un mundo pesadillesco donde todos se llaman Félix; una batalla que es tema de un tapiz y donde un general es derrotado sin que vuele una sola bala; el laberinto de palabras llamado Rayuela, donde la Maga nos acecha como el minotauro. Pero antes que nada, recuérdese que para leer al Flaco es necesario botar toda la casa por la ventana. Botar la ventana misma y a nosotros con ella. Emilio Martínez Cardona Escritor Uruguayo-Boliviano

Corrupción y medios, una reflexión
Oscar Huerta

Pudiera ser...
Patricia Romana Bárcena Molina




Oro
Luis Alberto Chávez Fócil




Sociedad anónima
Diana Sofía Sánchez Hérnandez

El corto
José Julio Valdez

El adiós de Sagrario
Ana F. Ruiz G.




El Chuchumbé, un son con raíz africana
Francisco Pancho Camacho Morfin




Campos Elíseos
Antonio Marts

Abrir las palabras
Graciela Wancelblat

Falsete
Bernardo Macías Mora

Plegaria
Luis Andrade S.

La conciencia
Graciela Kiriadre

Llevo impregnado tu olor
José Daniel Palma

Si te nombro
Alma Cervantes

Un minuto de silencio
Miguel de Asén

Estatua
Juan Antonio Cervantes

Bajo los rayos de sol
Pedro Alberto Aguilar Cueto




Con mi tierra
José Repiso Moyano





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